jueves, 27 de marzo de 2014

MP 164



Monstruos perfectos
-164-
-No me preocupa absolutamente nada, y no necesito ninguna ayuda -dijo Catherine, mintiendo redondamente, y demostrando con ello que no sólo nuestras faltas, sino también nuestros infortunios más involuntarios tienden a corromper nuestra moral.
Washington Square, 1881. Henry James.

miércoles, 26 de marzo de 2014

MP 163



Monstruos perfectos
-163-
La humanidad se toma demasiado en serio. Es el pecado original del mundo. Si los cavernícolas hubieran sabido reír, la historia habría sido distinta.
El retrato de Dorian Gray, 1891. Oscar Wilde.

domingo, 23 de marzo de 2014

Fiebre de saber y de poder


Fiebre de saber y de poder

Edificio de la colaboración ATLAS del LHC
Asegurar que alguno de los ámbitos de dedicación de las pasiones humanas está libre de la subjetividad de los colegas con que se comparte esa dedicación es tan atrevido como decir que hay hombres que son siempre buenos, o que siempre son malos, es decir, una simplificación que, por generalista, no puede ser más que incorrecta. Los méritos propios pueden ser muchos o pocos a ojos de los demás y en la mayoría de las ocasiones depende tanto del logro alcanzado como de la energía que pone el autor (y sus amigos) en conseguir que el resto lo demos por meritorio. Esto es válido para cualquier ámbito en la vida: en el trabajo, en la familia, con los amigos, en la literatura, en la física, en la pintura… ¿Quién no ha conseguido un buen resultado con esfuerzo y se ha sentido infravalorado alguna vez? Uno hace algo y luego eso puede valer o no, y muchas veces, como dice Antonio Muñoz Molina en su artículo de ayer en El País, no está ahí la naturaleza para, con un experimento, hacer de rey Salomón y dar al César lo que es del César y al científico de turno lo que es del científico de turno. Pero, o mucho me equivoco o no he aprendido nada en mi paso por el CERN, esos supuestos experimentos justicieros del saber (como si la verdad absoluta existiera, y no, ni siquiera en física, solo existen verdades parciales, y si no que le pregunten a Newton sobre su equivocada, pero durante siglos válida, Teoría la de Gravedad), esos experimentos, decía, en nada diferencian el mundo de la física del de la literatura. Los que promulgaron teorías que luego fueron o no validadas por la realidad fueron cuatro, los reconocidos grandes genios de la historia: Newton, Galileo, Einstein, Higgs y alguno más, y ellos sí pueden ser comparados a los genios de la literatura, a los que nadie les quita el mérito: Cervantes, Chejov, Flaubert, Tolstoi, Faulkner… El resto, la gente de este mundo, como quien dice, y entre ellos están prácticamente todos los participantes de Particle Fever, el documental al que alude don Antonio, no hace apuestas a todo o nada, no reta a la naturaleza a que le digan si sí o si no, simplemente van a trabajar cada día, pelean por un objetivo pequeño aunque importantísimo, un objetivo que aporte un poco de tierra a la colina sobre la que algún día se alzará una de esas mentes preclaras y retadoras, para revelarnos una posibilidad, algo que aún quede por demostrar y que nos abrirá los ojos y la boca de fascinación. Pero, al igual que en la literatura o en la oficina, los méritos de estos hombres sí están sujetos a la subjetividad, y por lo tanto ni siquiera se puede decir que las mentes más lúcidas estén entre ellos, porque no vale solo la física para llegar a ser alguien en la física, como no vale solo la letra para llegar a ser alguien en las letras, hay que tener otras aptitudes: estrategia, sagacidad, sangre fría, valentía, don de gentes, saber hacer política, dinero, por no hablar de malas artes (o malas ciencias). Ahí, ni letras ni ciencias, justamente ahí sí que somos todos bien iguales.

martes, 18 de marzo de 2014

MP 162



Monstruos perfectos
-162-
Su carencia de medios, de profesión, de recursos o perspectivas visibles, le sitúa a usted en una categoría dentro de la cual sería imprudente por mi parte elegir un marido para mi hija, que es una mujer joven y débil con una gran fortuna. Desde cualquier otro punto de vista estoy perfectamente dispuesto a apreciarle. Como yerno, le detesto.
Washington Square, 1881. Henry James.

viernes, 14 de marzo de 2014

MP 161



Monstruos perfectos
-161-
I'd prefer you were straight forward.
You don't have to go through all of that.
I'm a New York City man, baby
say "go" and that is that.
NYC man, 1996. Lou Reed.


domingo, 9 de marzo de 2014

Hacer girar la rueda


Hacer girar la rueda

Desde que el hombre se asentó en las ricas tierras mesopotámicas y decidió que ya no iba a vagar más, que ya estaba bien, que le dolían los pies y que a partir de ahora iba a plantar su propia cebada, a criar una pequeña granja de cerditos y cabras y a edificar unas chozas de lo más rústicas, el problema dejó de ser la resistencia del calzado y la cercanía de una buena cueva para pasar a ser un problema de energía, o de cómo mover un arado o levantar una pared de adobe sin tener que echar el resto del día. Poco más tarde alguien inventó la rueda, y entonces todo el mundo empezó a pensar en cómo podrían hacerla girar, pues se dieron cuenta de que ruedas girando eran trigo hecho harina, útiles vasijas de arcilla, carros cargados de especias tirados por animales de carga, es decir, comercio exprés, bloques de mármol levantándose como plumas hasta alturas vertiginosas, máquinas de vapor, trenes surcando los bosques y exhalando su humito de cuento decimonónico, barcos subiendo y bajando el Misisipi aunque no hiciese viento, relojes que funcionaban incluso cuando salía nublado, bicicletas, motos, automóviles, aviones… Recientemente, para colmo, entre unos cuantos descubrieron cómo manejar la electricidad y resulta que lo más importante era mover electrones, sin eso nada, y que para mover electrones hacía falta hacer girar bobinas de cobre cerca de un imán, y otra vez a darle vueltas a la trompa.

De eso tratan el par de libros que tengo sobre la mesa, El ecologista nuclear y Cenital. El primero un ensayo divulgativo sobre las posibilidades que nos quedan con los recursos que nos quedan, el segundo una novela sobre la forma en que el mundo que conocemos se va a ir al garete. Porque lo que parece claro es que, si no descubrimos otra manera de darle vueltas a las ruedas, o si no nos las apañamos para que las formas que conocemos de hacerlo sean más eficientes, poco a poco se van a ir parando. Y sin ruedas girando nos vamos a quedar a oscuras y ni siquiera WhatsApp, y así están las cosas.

Me gusta del primero la forma en que te cuenta cómo los cambios en las fuentes de energía han moldeado la historia humana: del animal y la madera al carbón vegetal, y de este, justo antes de quedarnos sin bosques en Europa, al carbón mineral, y de aquí al petróleo, y cuando no quede una gota barata de crudo a ver cómo nos las apañamos. Lees la historia de la energía y los reyes te parecen unos peleles y las guerras puras anécdotas sin importancia. El mundo actual se inventó el día en que alguien le dio al primer interruptor, y para eso otro alguien había tenido que construir unas turbinas. Eso es relevancia. Lees la novela de Bueso y te das cuenta de cuán frágil es el equilibrio energético sobre el que sostenemos nuestra cómoda existencia. Me gustan sus personajes, lo que se parecen a nuestros padres, también a esos gurús que van saliendo como setas, el viejo compañero de clase que un día te cruzas en la calle y te cuenta que ha abandonado su taller o su oficina y, aleccionado por su abuelo, se han plantado un huertito, comprado cuatro gallinas, aprendido a picar esparto para hacer cuerda.

Muchas veces pongo en un brete a mis alumnos con esto de la rueda. El mundo ha colapsado y hay que empezar de nuevo, les digo. ¿Qué conocimientos desearíais poder recordar? Siempre surge la Ley de Faraday: fuerza electromotriz inducida, electricidad, luz, calorcito, comodidad, medicamentos. Ya saben que para eso hay que darle vueltas a una bobina y tal, así que ahora, solo hay que encontrar una buena forma de hacerlo.

viernes, 7 de marzo de 2014

MP 160



Monstruos perfectos
-160-
Yo no fui siempre un tipo con el alma entre los cojones. Durante bastantes años ni siquiera decía palabrotas, y hasta utilicé durante otros muchos un vocabulario abundante y selecto. Ahora he decidido que la vida no merece arriba de quinientas palabras y que las más apropiadas son palabrotas, pero no es que nunca haya pasado de aquí, sino que he llegado aquí.
La flaqueza del bolchevique, 1997. Lorenzo Silva.

martes, 4 de marzo de 2014

MP 159



Monstruos perfectos
-159-
Daremos la espalda a la esperanza y volveremos la mirada al suelo, donde podremos hurgar en interminables huertas cubiertas de compost apestoso, sobre las que el pan se ganará, apretando las azadas y apartando las moscas, como se hacía antes de que comenzaran a apilarse las mentiras y las hipotecas.

 Cenital, 2012. Emilio Bueso.

lunes, 3 de marzo de 2014

MP 158



Monstruos perfectos
-158-
Nosotros, tú y yo, también nos miramos a los ojos, varias veces, y eso nos situó entre el anonimato y el orgasmo; la intimidad del alma por la cópula de la mirada.
Leche, 2013. Marina Perezagua.

viernes, 28 de febrero de 2014

Roma no paga a traidores


Roma no paga a traidores

Salgan aquí los buenos. Por eso no mentaremos los nombres de hoy. Leo y el texto parece manar de un gran megáfono colocado en lo alto de una colina cuyas vistas cubren la ciudad para que todos nos enteremos. Las cosas bien claritas, bien obvias. Y por allí van pasando los diferentes personajes, todos de cartón piedra, si acaso alguno toma un cariz humano por un instante; pero eso, apenas un instante. Viene uno y dice lo que tiene que decir. Luego viene otro y le contesta lo que tiene que contestar, y te preguntas por qué dicen eso, qué pobre vida les han dado para tener que llegar y decir precisamente lo que le viene bien a la historia, casi ni eso, al enigma con el que se sostiene la historia. La novela se transforma así en un disparatado entrar y salir de gente en habitaciones, cada uno con su diálogo aprendido de memoria, cada uno con sus reacciones tan a flor de piel que te las imaginas ya cuando les ves venir por el pasillo, casi diez páginas antes de que lleguen.

El lector engañado, timado, se va frustrando y leyendo por encima, rapidito, a ver qué se le ha ocurrido al escritor efectivo para rematar ese enigma con el que se vendió el libro, como una cuña publicitaria, y al final resulta que ni eso, que ni siquiera el enigma era sólido, sino que era una patraña, una verdad a medias, así como escondida con malas artes, para vendernos el crecepelo y largarse con los 20 euretes.

Así que no. No me has entretenido, me has hecho perder mi tiempo, así de claro, vendiéndome un producto mediocre con alevosía. Por eso no te debo pasta, si acaso tú me la debes a mí.

viernes, 21 de febrero de 2014

MP 157


Monstruos perfectos
-157-
El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar el pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido.

 Amores ridículos, 1968. Milan Kundera

miércoles, 19 de febrero de 2014

MP 156


Monstruos perfectos
-156-
-¿Qué es la corriente?
Corriente es lo que circula cuando clavamos dos electrodos, uno de zinc y otro de cobre, en un limón, y los conectamos.

 Las correcciones, 2001. Jonathan Franzen

lunes, 17 de febrero de 2014

La insoportable levedad de Milan


La insoportable levedad de Milan


El escritor Milan Kundera va cayendo lenta, pero inexorablemente, en el pozo del olvido literario. Es posible que dentro de unos años, cuando muera, su obra retome momentáneamente un impulso que lleva ya lustros desaparecido, es muy posible, incluso, que en épocas que están por venir, el profesor Kundera recupere una parte considerable de la fama de la que ya gozó en los años 70 y 80, una fama que le valió el calificativo de autor best seller, fíjense, pero me da la impresión de que de la misma manera en que el interés por su obra ascenderá declinará, porque el tema que aborda casi en exclusividad en ella es la levedad, la irrelevancia de los actos y de las personas que los realizan, en fin, de la vida misma. Ha hecho de la levedad el tema principal de sus libros hasta el punto de llamar a una de sus novelas La insoportable levedad del ser, incorporando en el título un adjetivo que califica radicalmente su opinión sobre la existencia del individuo, y, por ende, puesto que este es el tema sobre el que escribe, de su propia obra. Insoportable. Esto es, que no se puede soportar o mantener en el tiempo.

Las historias de Kundera muestran hasta qué punto es frágil la existencia, cuán precario es el valor de nuestra biografía, cómo un simple gesto de un extraño puede dar al traste con algo tan leve como es nuestra vida: haces una broma a tu novia y esta te denuncia y acabas en un campo de concentración; evitas hacer un favor académico y eso se convierte en una pesadilla que da al traste con tus aspiraciones laborales; imaginas un juego erótico con tu pareja y se os va de las manos y a partir de ahí todo ha cambiado; te separas por fin de tu mujer y, en tu lecho de muerte, viene a verte, y luego, en el entierro, el cura dice que en el último momento os reconciliasteis…

Lo que piensa Milan de estas agresiones a la autenticidad/gravedad que uno desearía para su evolución vital es, como decíamos, que son insoportables. La pregunta es: ¿Cómo de soportable puede ser un tema literario basado en la constatación de la irrelevancia? Si esta misma irrelevancia hace insoportable el ser, cómo no va a hacerlo con la literatura basada en personajes que están puestos ahí, precisamente, para hacerla evidente. Los lectores queremos vivir otras vidas, sentir pasiones que enciendan las nuestras, encadenar razonamientos que tiren de nuestro raciocinio, pero una literatura que se fundamente en la evidencia de la levedad nos lleva, irremisiblemente, al aburrimiento.

Porque ya sabemos que nuestra existencia pende de un hilo, ya sabemos que las cosas se pueden torcer por una simple tontería, y aunque ese hecho constituya de por sí una herramienta espléndida para el narrador (qué buenos puntos de giro cuando las cosas se le complican al protagonista), no es efectiva cuando el argumento se focaliza en la intranscendencia que el punto de giro significa, en lugar de en la acción que acomete el personaje para resolverlo, o, según el caso, para no resolverlo.

Leí Amores ridículos en el mejor momento de mi vida. Cuando era un adolescente y no estaba leyendo mucho. Es un libro fantástico. Milan viene y te pone ahí, delante de los ojos, cuando eres un crío engreído, un conjunto de historias aterradoras y divertidas. Y entonces te dices, caray, qué frágil es la vida de estos personajes. Y al pasar los años te das cuenta de que no solo de los personajes, sino también de las personas. En fin, buena enseñanza filosófica. ¿Y ahora qué?

Hay libros que conviene leer de joven y otros que no. También las sociedades, como los individuos, agradecen leer a ciertos autores en ciertas épocas. Eso le pasó a Kundera: lo leíamos los franceses, los italianos, los españoles, los ingleses y los americanos. Lo leíamos para descubrir con ojos de sociedad adolescente con qué facilidad se habían perdido los derechos individuales al otro lado del telón de acero. Sentíamos nuestra gravedad y nos admirábamos al leer sus historias ingrávidas. Bien, lo comprendimos. Pero ahora hemos madurado. La levedad está a la orden del día. Entonces… ¿por qué seguir leyéndolo? Si algún día lo hacemos, será para echar la vista atrás y observar lo feas que se pusieron las cosas.