Monstruos perfectos
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La lealtad se gana. Actualmente todo el mundo habla de lealtad y, en realidad, lo único que hace es obedecer ciegamente las órdenes que recibe.
El artista del mundo flotante, 1989. Kazuo Ishiguro.
La lealtad se gana. Actualmente todo el mundo habla de lealtad y, en realidad, lo único que hace es obedecer ciegamente las órdenes que recibe.
-Tu madre era igual que tú, Noriko. Decía lo primero que se le pasaba por la cabeza, cosa que, supongo, da fe de una gran sinceridad.
Cuando nuestras convicciones llegan a ser muy profundas, hay un momento en que es imposible disimular sin inspirar desprecio.
No hay nada menos apetecible que tener que estar continuamente diciéndoles a los alumnos lo que uno sabe o lo que uno piensa. Hay muchas situaciones en las que es preferible quedarse callado para que puedan discutir y reflexionar por su cuenta.
Cojo el lápiz y pongo al descubierto las entrañas de El artista del
mundo flotante. Delimito las costuras; los engranajes que
constituyen el detonante de la acción, que es ese momento en el que picas el
anzuelo, los resalto; dibujo un círculo enorme sobre los párrafos que conforman
el primer punto de giro, que es el instante a partir del cual todo se acelera y se
complica y uno ya sólo quiere saber cómo va a acabar la historia, qué será de
esa pobre gente, y le da igual el tono del narrador y las descripciones y demás
monsergas; releo hasta detectar los bajones de intensidad, los trucos que
Ishiguro utiliza para introducir los personajes,
para levantar sospechas que sustenten la intriga durante un puñado de páginas, y llego al segundo punto de giro, al momento agorero, a la escena en que todo se vuelve negro y los cuervos
levantan el vuelo y tú piensas, de ésta ¿cómo demonios va a salir el
protagonista? Pero llega el clímax, la situación más dramática posible
que esa estructura de personajes puede soportar, y, como siempre, todo se resuelve. Luego amaina la tormenta, se atan los últimos cabos y se pone el punto y final.-Pero son los que llevaron el país a la perdición. Por lo menos deberían reconocer que son responsables. No admitir sus errores es una cobardía. Sobre todo errores que cometieron en nombre de todo el país. Esa es la gran cobardía.
Al contrario que en política, en literatura la credibilidad lo es todo.
Si mientras lees te asalta la sospecha de que lo que estás leyendo es
mentira, mal asunto, aunque de
hecho lo sea. Y no tiene nada que ver con el género, la novela más fantástica
puede ser tan creíble como la más realista, con lo que tiene que ver es con la capacidad del autor para crear un mundo y unos personajes imaginarios cuya coherencia
interna aplaste cualquier sombra de sospecha sobre su ficcionalidad.Así, durante aproximadamente dos años después de la muerte del señor Bremann, mi señor y sir David Cardinal, su más íntimo aliado en aquella época, lograron reunir a un amplio círculo de celebridades, todas las cuales coincidían en que la situación en Alemania era ya insostenible. Y no sólo había ingleses y alemanes, también venían belgas, franceses, italianos y suizos. Entre ellos se contaban diplomáticos y políticos de importancia, clérigos distinguidos, militares retirados, escritores y pensadores. Algunos de estos caballeros tenían la firme convicción, al igual que mi señor, de que en Versalles no se había jugado limpio y de que era inmoral seguir castigando a una nación por una guerra que ya había terminado. Otros, naturalmente, mostraban menos preocupación por Alemania o por sus habitantes, pero pensaban que el caos económico del país, si no se frenaba, podía extenderse con rapidez al resto del mundo.
A finales de 1922 mi señor ya encaminaba sus esfuerzos hacia un objetivo concreto, a saber, reunir en Darlington Hall a los caballeros más influyentes que había conseguido poner de su parte, con el fin de organizar un encuentro internacional «extraoficial» en el que se discutiese de qué modo sería posible hacer revisar las duras condiciones del tratado de Versalles. Sólo que, para que el encuentro surtiese efecto en los foros internacionales «oficiales», debía tener suficiente peso. De hecho, ya se habían celebrado varios encuentros con el propósito de revisar el tratado. El único resultado, sin embargo, había sido crear mayor confusión y resentimiento.