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martes, 29 de octubre de 2013

Vida de Pla


Vida de Pla

Josep Pla no escribía novelas porque él era un hombre de pueblo, un pagés, y todo el mundo sabe que las novelas, lo mismo que las películas, son solo una sarta de mentiras que se inventaron para embelesar a los señoritos remilgados de las ciudades que no saben cómo pasar el tiempo, que se aburren, que necesitan que les abstraigan con aventuras y amoríos. Los hombres de pueblo, los que se levantan y van al campo y respiran aire limpio y tienen la piel curtida por el sol y comen lo que da el campo cuando toca, como mucho ven a Kunta Kinte, o a Yo, Claudio, porque parecen estar basadas en hechos reales, pero lo normal es que pongan La 2 y se traguen los documentales de animalitos, que eso sí que es auténtico y real.

Así que Josep Pla tenía poco que hacer con la literatura a no ser que encontrase alguna forma de autenticidad en ella acorde con su sensibilidad de pagés. Esa forma fue el dietario, el ensayo periodístico y el reportaje de viajes. Pero con esto no hubiese dejado de ser un gran periodista y, sin embargo, es uno de los mayores escritores del siglo XX. ¿Qué es lo que le convierte en gran literato? En mi opinión, Pla sufrió una suerte de transformación tempranísima en su carrera, de tal modo que, su voz de escritor, se convirtió en la voz del personaje principal de sus historias, y esta metamorfosis proporcionó uniformidad y cohesión a los diferentes estilos practicados en su obra, que pasaron a formar un todo bajo la dirección de esa voz personalísima que cubre como una besamel cada párrafo de lo que ha escrito.

Josep Pla es, ante todo, un personaje. Josep Pla no escribe diarios ni ensayos, no describe viajes que ha hecho, Josep Pla es el personaje que vive esos diarios, que piensa esos ensayos, que está haciendo esos viajes, y es tan auténtico, tiene una mirada tan nítida, tan aguda, y un humor tan sutil, que no tiene más que ir contando lo que hace para que sus andanzas nos resulten interesantes.

Les pongo un ejemplo: imaginen que Holden Caufield, el personaje de El guardián entre el centeno, no es un personaje de ficción, sino un norteamericano real que nos está contando su periplo en el instituto y por las calles de Nueva York, en definitiva, un escritor que nos cuenta sus memorias de juventud. Visto así, El guardián entre el centeno no dejaría de ser un diario, y, sin embargo, es una novela. Lo mismo hizo Josep Pla con su Cuadern Gris, contarnos su etapa estudiantil entre Barcelona y Palafrugell, pero si en lugar de pensar que es el diario de aquella época del escritor, pensamos que se está inventando todas esas vicisitudes (lo que posiblemente hizo en una gran parte), que se está inventando al peculiar personaje, a la altura de Caufield en causticidad, entonces el Cuadern Gris es un novelón como la copa de un pino.

Josep Pla no necesitaba inventar personajes porque él mismo era un personaje enorme: Josep P. Los escritores nos pasamos la vida buscando a tipos especiales, indagando en por qué lo son para poder plasmarlo en el papel, y él tuvo la suerte de tenerlo en casa.

Así que Josep Pla se puso a contarnos lo que Josep P. hacía: lo que hacía en Barcelona, lo que hacía en Palafrugell, en Girona, cuando cogía un autobús, cuando comía, cuando fue a Cadaqués, cuando charlaba con unos y con otros. Eso sí, como no conviene estar siempre hablando de lo mismo, tuvo la delicadeza de convertir a su personaje en corresponsal, y así pudo enviarlo a ver mundo. Lo enroló en aventuras por Grecia, París, Marsella, Alemania, América, lo envió a Madrid justo el día en que se proclamaba la Segunda República, a Tel Aviv cuando acababa de declararse el estado de Israel, y, como buen conocedor de los trucos de la ficción, para evitar que Josep P. se quedase en mero espectador superficial, le dotó de cierto prestigio, tanto económico como intelectual, con lo que resultaba creíble que se le abriesen las puertas de embajadas, cenas protocolarias, casas de políticos, liceos, restaurantes de lujo, halls de hoteles, etc…, es decir, le puso al abasto la información relevante.

Así, finalmente, Josep Pla escribió esa barbaridad de novelas sobre la vida de un tal Josep P., consiguiendo dos hitos singulares en la historia de la literatura universal: 1) la mayor orquestación novelada de la vida de un único personaje: más de treinta mil páginas de anécdotas, aventuras, reflexiones, análisis y artículos que describen minuciosamente el día a día de Josep P.; y 2) respaldar con su propia existencia cada una de esas páginas, es decir, eliminar lo falso de la ficción, que tanto desdén le producía, a base de vivirla, ¡como si fuese poco eso de escribir como para además tener que representar el guión de lo escrito!, pero así lo hizo.

Imaginen que Caulfield hubiese escrito El guardián entre el centeno y luego, treinta libros más sobre sus andanzas posteriores: Caufield en Boston, Caufield Marine en la II Guerra Mundial, Los amoríos de Caufield, Caufield maduro y traumatizado, Caufield de viaje por Nueva Inglaterra, Lo que como Caufield, Caufield retirado... Eso es lo que ha hecho Pla, muchas veces reescribiendo años después, lo que no puede ser otra cosa que novelar.

Y parece ser que aún le sobró tiempo, pues algunas de las que se intuyen sus mejores historias, como esa de que Josep P. fue un espía de Franco, allá en Marsella, por los años cincuenta, ni siquiera quiso contárnosla.

Lo del espía, señor Pla, aún tiene un pase, lo que no le perdonamos es que no nos contara usted alguno de sus amoríos, que también los tuvo, porque una escena de amor, mejor incluso, de sexo, contada por Josep P. podría haber sido realmente algo sublime.

Uno pues, de tarde en tarde, viaja por el país. Provisto del correspondiente billete y del indispensable salvoconducto -pagando, San Pedro canta-, uno se lanza al proceloso negocio de los autobuses y de los trenes.
Uno discurre cuarenta, cincuenta o más kilómetros en un coche accionado por gasolina, decorado a la manera con que solían estarlo las casas de poca formalidad en mi época de estudiante. Algunos tienen una decoración vagamente cubista sobre un fondo de color de chocolate. Otros, de un color más claro, presentan unas flores de fogosa inventiva y trazado caprichoso. ¿Qué son estas flores? ¿Nenúfares? ¿Miosotis? ¿Orquídeas?
- Mira, Raquelita, mira los nenúfares del techo… ¡Que monos! -oí decir un día a uno de esos maridos, poéticos y flácidos, que andan por el mundo transportando los bultos de su esposa.
Raquelita -una señora metida en carnes, de amplia mirada negra e impresionante pantorrilla- le dio al marido una furibunda ojeada de soslayo subrayada con un invisible pellizco, colocó sobre sus rodillas un saco de viaje que pesaba como un plomo y masculló entre dientes:
- ¡Cállate! Para nenúfares estamos…

Viaje en autobús, 1942. Josep Pla.