Vida de Pla

Así que Josep Pla tenía poco que hacer con la
literatura a no ser que encontrase alguna forma de autenticidad en ella acorde
con su sensibilidad de pagés. Esa
forma fue el dietario, el ensayo periodístico y el reportaje de viajes. Pero con
esto no hubiese dejado de ser un gran periodista y, sin embargo, es uno de los
mayores escritores del siglo XX. ¿Qué es lo que le convierte en gran literato?
En mi opinión, Pla sufrió una suerte de transformación tempranísima en su
carrera, de tal modo que, su voz de escritor, se convirtió en la voz del
personaje principal de sus historias, y esta metamorfosis proporcionó
uniformidad y cohesión a los diferentes estilos practicados en su obra, que
pasaron a formar un todo bajo la dirección de esa voz personalísima que cubre
como una besamel cada párrafo de lo que ha escrito.
Josep Pla es, ante todo, un personaje. Josep Pla
no escribe diarios ni ensayos, no describe viajes que ha hecho, Josep Pla es el
personaje que vive esos diarios, que piensa esos ensayos, que está haciendo
esos viajes, y es tan auténtico, tiene una mirada tan nítida, tan aguda, y un
humor tan sutil, que no tiene más que ir contando lo que hace para que sus
andanzas nos resulten interesantes.
Les pongo un ejemplo: imaginen que Holden
Caufield, el personaje de El guardián
entre el centeno, no es un personaje de ficción, sino un norteamericano
real que nos está contando su periplo en el instituto y por las calles de
Nueva York, en definitiva, un escritor que nos cuenta sus memorias de juventud.
Visto así, El guardián entre el centeno
no dejaría de ser un diario, y, sin embargo, es una novela. Lo mismo hizo Josep
Pla con su Cuadern Gris, contarnos su
etapa estudiantil entre Barcelona y Palafrugell, pero si en lugar de pensar que
es el diario de aquella época del escritor, pensamos que se está inventando
todas esas vicisitudes (lo que posiblemente hizo en una gran parte), que se
está inventando al peculiar personaje, a la altura de Caufield en causticidad,
entonces el Cuadern Gris es un
novelón como la copa de un pino.
Josep Pla no necesitaba inventar personajes porque él
mismo era un personaje enorme: Josep P. Los escritores nos pasamos la vida
buscando a tipos especiales, indagando en por qué lo son para poder plasmarlo
en el papel, y él tuvo la suerte de tenerlo en casa.
Así que Josep Pla se puso a
contarnos lo que Josep P. hacía: lo que hacía en Barcelona, lo que hacía en
Palafrugell, en Girona, cuando cogía un autobús, cuando comía, cuando fue a
Cadaqués, cuando charlaba con unos y con otros. Eso sí, como no conviene estar
siempre hablando de lo mismo, tuvo la delicadeza de convertir a su personaje en
corresponsal, y así pudo enviarlo a ver mundo. Lo enroló en aventuras por
Grecia, París, Marsella, Alemania, América, lo envió a Madrid justo el día en
que se proclamaba la Segunda República, a Tel Aviv cuando acababa de declararse
el estado de Israel, y, como buen conocedor de los trucos de la ficción, para
evitar que Josep P. se quedase en mero espectador superficial, le dotó de
cierto prestigio, tanto económico como intelectual, con lo que resultaba
creíble que se le abriesen las puertas de embajadas, cenas protocolarias, casas
de políticos, liceos, restaurantes de lujo, halls de hoteles, etc…, es decir,
le puso al abasto la información relevante.
Así, finalmente, Josep Pla
escribió esa barbaridad de novelas sobre la vida de un tal Josep P.,
consiguiendo dos hitos singulares en la historia de la literatura universal: 1)
la mayor orquestación novelada de la vida de un único personaje: más de treinta
mil páginas de anécdotas, aventuras, reflexiones, análisis y artículos que
describen minuciosamente el día a día de Josep P.; y 2) respaldar con su propia
existencia cada una de esas páginas, es decir, eliminar lo falso de la ficción,
que tanto desdén le producía, a base de vivirla, ¡como si fuese poco eso de
escribir como para además tener que representar el guión de lo escrito!, pero
así lo hizo.
Imaginen que Caulfield hubiese escrito El guardián entre el centeno y luego, treinta libros más sobre sus andanzas posteriores: Caufield en Boston, Caufield Marine en la II Guerra Mundial, Los amoríos de Caufield, Caufield maduro y traumatizado, Caufield de viaje por Nueva Inglaterra, Lo que como Caufield, Caufield retirado... Eso es lo que ha hecho Pla, muchas veces reescribiendo años después, lo que no puede ser otra cosa que novelar.
Imaginen que Caulfield hubiese escrito El guardián entre el centeno y luego, treinta libros más sobre sus andanzas posteriores: Caufield en Boston, Caufield Marine en la II Guerra Mundial, Los amoríos de Caufield, Caufield maduro y traumatizado, Caufield de viaje por Nueva Inglaterra, Lo que como Caufield, Caufield retirado... Eso es lo que ha hecho Pla, muchas veces reescribiendo años después, lo que no puede ser otra cosa que novelar.
Y parece
ser que aún le sobró tiempo, pues algunas de las que se intuyen sus mejores
historias, como esa de que Josep P. fue un espía de Franco, allá en
Marsella, por los años cincuenta, ni siquiera quiso contárnosla.
Lo del espía,
señor Pla, aún tiene un pase, lo que no le perdonamos es que no nos contara
usted alguno de sus amoríos, que también los tuvo, porque una escena de amor, mejor incluso, de sexo, contada por Josep P. podría haber sido realmente algo
sublime.
Uno pues, de tarde en tarde, viaja por el país. Provisto del correspondiente billete y del indispensable salvoconducto -pagando, San Pedro canta-, uno se lanza al proceloso negocio de los autobuses y de los trenes.
Uno discurre cuarenta, cincuenta o más kilómetros en un coche accionado por gasolina, decorado a la manera con que solían estarlo las casas de poca formalidad en mi época de estudiante. Algunos tienen una decoración vagamente cubista sobre un fondo de color de chocolate. Otros, de un color más claro, presentan unas flores de fogosa inventiva y trazado caprichoso. ¿Qué son estas flores? ¿Nenúfares? ¿Miosotis? ¿Orquídeas?
- Mira, Raquelita, mira los nenúfares del techo… ¡Que monos! -oí decir un día a uno de esos maridos, poéticos y flácidos, que andan por el mundo transportando los bultos de su esposa.
Raquelita -una señora metida en carnes, de amplia mirada negra e impresionante pantorrilla- le dio al marido una furibunda ojeada de soslayo subrayada con un invisible pellizco, colocó sobre sus rodillas un saco de viaje que pesaba como un plomo y masculló entre dientes:
- ¡Cállate! Para nenúfares estamos…
Viaje en autobús, 1942. Josep Pla.