sábado, 24 de noviembre de 2012

¿Qué haces, Conejo?


¿Qué haces, Conejo?



Harry Conejo, el protagonista de la saga creada por John Updike, es un tipo como de la familia, lo cual no significa que te tenga que caer bien por necesidad. Aunque a mí me cae estupendamente, todo sea dicho.

Pienso en Conejo echándose un partido de baloncesto con unos chavales, dándose a la fuga con el coche, metiéndole mano a la esposa de un predicador u obsesionado con el escote de la mujer de un amigo y no puedo evitar sonreír exactamente igual que lo haría si el que lo hiciese fuese cualquiera de mis amigos.

A Conejo te lo ves venir, te lo hueles, le conoces, puedes quererle o puedes odiarle, puedes enemistarte con él y al cabo de diez páginas reconciliarte y casi pedirle que te invite a una cerveza, es uno de esos personajes que, como decía Vargas Llosa en la Orgía Perpetua acerca de Madame Bovary, puedes sentir más cercano y conocer mejor que a algunas de las personas de carne y hueso que te rodean.

Lo que le pase a Conejo es lo de menos, no hay tramas enrevesadas ni enigmas que resolver, no hay asesinatos en la primera página, nadie espera de él que sea un personaje de novela decimonónica; todos queremos que sea y siga siendo lo que es, Harry Angstrom, Conejo para los amigos, un tipo un poco gris pero muy auténtico al que le suceden cosas cotidianas, que no aburridas, y he ahí el arte del buen novelista.

Voy por el tercer libro de la saga y estoy empezando a sentir esa especie de nostalgia que nos entra cuando nos damos cuenta de que alguien a quien queremos está a punto de desaparecer de nuestra vida.

De Conejo me queda lo poco que me queda de “Conejo es rico”, luego “Conejo en paz”, y de regalo “Conejo en el recuerdo”. Toda la vida de Conejo, recuerdos incluidos, es lo que el gran Updike nos ha regalado. No hay más remedio que hacer una reverencia.