Mostrando entradas con la etiqueta Muñoz Molina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Muñoz Molina. Mostrar todas las entradas

martes, 12 de enero de 2016

MP 202

Monstruos perfectos
-202-
Viajar sirve sobre todo para aprender sobre el país del que nos hemos marchado.
Ventanas de Manhattan, 2004. Antonio Muñoz Molina.

lunes, 15 de abril de 2013

Una aproximación a la realidad


Una aproximación a la realidad

Que la realidad es algo más que las sombras que tenemos frente a nuestras narices ya lo dijo el filósofo, y que todo es del color del cristal con que se mira también. Que en el fondo la realidad es sólo una fuente de estímulos que nuestro cerebro tendrá que procesar e interpretar y que no es necesaria siempre y cuando tengamos la capacidad de reproducir esos estímulos, digamos, de forma artificial, lo dijeron hace poco los hermanos Wachowski en Matrix, lo dicen día sí y día también los fanáticos de la realidad virtual y, bueno, llevamos hace mucho tiempo escuchando música sin necesidad de asistir a un concierto, música que está almacenada en un disco duro y nos meten por las orejas con unos simples auriculares.

Así que eso que llamamos “realidad” se desmorona tan fácilmente como un polvorón que queremos comer a pedacitos y llega un momento en que uno no sabe a qué atenerse. ¿Es una rosa lo que huele o alguien nos está echando perfume en la nariz? Y lo que es más, ¿qué demonios sucede cuando leemos en una novela que “el jardín olía a rosas”? ¿Estamos oliéndolas o no?

Los estímulos pueden suplantar a la realidad, pero ¿puede el lenguaje suplantar a los estímulos y, por tanto, a la propia realidad?

Pues parece ser que sí, en cierto modo, y que esa es precisamente una de sus funciones más importantes, la de suplantar. Pero por más que yo escriba aquí que los naranjos están en flor y que cuando empieza a anochecer, allá donde vayas, te envuelve el olor a azahar no van ustedes a olerlo, como mucho van a saber lo que quiero decir, van a comprenderme, tal vez a recordar ligeramente cómo olía cuando lo tuvieron cerca, en definitiva, van a imaginarlo.

El lenguaje puede aproximarse a la realidad, puede persuadirnos de que no son sólo palabras, pero para llegar a rozarla hay que saber usarlo como lo hace, por poner un ejemplo que he descubierto recientemente, Antonio Muñoz Molina en Sefarad. Lean el siguiente fragmento y díganme si no han notado la fría tijera.


Mi padre me llevaba de la mano a la barbería de Pepe Morillo (peluquería era entonces una palabra de mujeres), y yo era tan pequeño que el barbero tenía que poner un taburete encima del sillón para cortarme el pelo con comodidad y poder verme en el espejo. La cara le olía a colonia y el aliento a tabaco cuando se acercaba mucho a mí con el peine y las tijeras, con la maquinilla eléctrica que usaba para apurarme la nuca. Yo oía su respiración fuerte y agitada y notaba en el cogote y en las mejillas el tacto de sus dedos fuertes de adulto, la presión tan rara de unas manos que no eran las de mi padre o mi madre, manos familiares y a la vez extrañas, rudas de pronto, cuando me doblaban hacia delante las orejas o me hacían inclinar mucho la cabeza apretándome la nuca. Cada vez que me pelaba, ya casi al final, Pepe Morillo me decía, “cierra bien los ojos”, y era que iba a cortarme el flequillo recto sobre las cejas, hacia la mitad de la frente. Los pelos húmedos caían sobre los párpados, picaban en la mejilla carnosa y en la punta de la nariz, y las tijeras frías me rozaban las cejas. Cuando Pepe Morillo me decía que ya podía abrir los ojos yo encontraba por sorpresa mi cara redonda y desconocida en el espejo, con las orejas salientes y el flequillo horizontal sobre los ojos, y también la sonrisa de mi padre que me miraba aprobadoramente en él.

Sefarad, 2001. Antonio Muñoz Molina.