lunes, 15 de julio de 2013

Vacaciones



Vacaciones

Me voy a la playa. Me llevo mis libros. Me tomo vacaciones. Espero que tengan al menos un poco de aquellos veranos de cuando éramos niños, ¿los recuerdan?, cuando no sabía uno los días que le quedaban para regresar al colegio, se iba a la playa y regresaba agotado de nadar, de correr y de hacer batallas de arena con los amigos, y luego comía y otra vez a jugar. Llegaba la noche y el bote o los polis y cacos, y luego la mañana, y otro día más, y algunos días cine con bocata y dos películas a la fresca, o madrugón para ir a pescar, y aquello era un no parar de felicidad, la cabeza vacía de preocupaciones y obligaciones, los amigos y la playa y los padres que de vez en cuando te decían que escribieses una redacción, o resolvieses algún ejercicio del libro de Santillana, o te estuvieses un rato sentado porque tenías que hacer la digestión. Pero eso no era para tanto, una pequeña molestia. Y jugar a chapas, al Monopoli, a beso, verdad y atrevimiento, y con las bicis, o a hacer incursiones en las urbanizaciones vecinas, o la güija en un rincón de las cocheras, o los recreativos, y los helados. Aquello sí era vivir el momento, el Carpe diem que ahora, ni aún esforzándose, puede uno llegar a alcanzar.

Que tengan también ustedes buenas vacaciones y buenas lecturas. Nos vemos por aquí en septiembre.

viernes, 12 de julio de 2013

MP 102



Monstruos perfectos
-102-
Una civilización no puede ser duradera sin gran cantidad de vicios agradables.
Un mundo feliz, 1932Aldous Huxley.

jueves, 11 de julio de 2013

Recuerdos


Recuerdos

No son los escenarios que caminaste tantas veces hace dieciséis años, cuando bajabas por la avenida Dr. Moliner y penetrabas en el perímetro del Campus de Burjassot, jardines áridos, césped decolorado, caminos empedrados entre pinos y bloques de ladrillo amarillento lo que te inquieta, tampoco son los rostros adolescentes y atareados de los estudiantes que ves hacer lo mismo que tú hacías entonces, exactamente lo mismo: caminar a la biblioteca y sentarte en una silla con los codos hincados a la mesa y los ojos entrecerrados por el sueño y la lejanía con que se divisaban los exámenes, o charlar en un corrillo con los compañeros de clase o comer en uno de los bancos de madera; ni siquiera es el hecho de comprobar que la humanidad se regenera mientras tú sigues tu camino inexorable hacia la siguiente etapa. Es darse cuenta de que los recuerdos son cada vez más difusos, menos exactos, más ideas vagas que imágenes nítidas lo que de verdad te entristece ligeramente.

Caminas de nuevo hacia la puerta de la facultad y recuerdas tus ambiciones juveniles, tus sueños gigantescos que fueron cambiando y amoldándose a la realidad; tratas de imaginarte sentado en las escalinatas, con un vasito de café entre los dedos y rodeado por tus amigos de entonces, nombres y rasgos faciales que se han ido desprendiendo del muro de la memoria como pintura desconchada (Begoña, Gladys, Juan, Paco...). Te acuerdas de la foto que os hicieron a ti y a ese que era de Benetússer (¿cómo se llamaba?) el día que hacíais prácticas de fotografía; pero eso ya es un recuerdo prestado, la foto, la viste no hace tanto en un cajón en casa de tus padres. ¿Qué pasó aquel día? Ya no lo recuerdas. Te acuerdas de la chica con la que quedaste y luego no fuiste y del último examen y de la sensación de libertad y desfondamiento final. Porque sí, llegaste con las fuerzas muy justas.

Y ahora estás ahí otra vez. El tiempo ha resbalado. Plantado entre las puertas. Todo sigue igual.

Pero volver es cambiar las cosas, desprecintar el baúl de los recuerdos, que serán viciados por la atmósfera nueva de lo que has ido a hacer allí: llevarle el manuscrito a un buen amigo y lector. En eso se está convirtiendo ahora la vieja Facultat de Física, en el mágico lugar donde eso sucedió.

miércoles, 10 de julio de 2013

MP101



Monstruos perfectos
-101-
Imaginó una persiana veneciana cuyas superficies exteriores se trataran con una sustancia que refractara o absorbiera las ondas sonoras. Con una persiana así, los amigos que vinieran de visita una tarde de primavera no tendrían que gritar para que se los oyera, tratando de imponerse al ruido de los camiones que pasaban por la calle. Los dormitorios también podrían quedar en silencio de aquella misma manera: los dormitorios, sobre todo, porque le parecía que el sueño era lo que todo el mundo buscaba en la ciudad y sólo conseguía a medias.
La olla repleta de oro, 1950John Cheever.

martes, 9 de julio de 2013

MP 100




Monstruos perfectos
-100-
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
El ingenioso hidalgo, 1605. Miguel de Cervantes.

lunes, 8 de julio de 2013

MP 99



Monstruos perfectos
-99-
-Cuatro -dijo el Jaguar.
La ciudad y los perros, 1963. Mario Vargas Llosa.

viernes, 5 de julio de 2013

MP 98



Monstruos perfectos
-98-
Ves entrar por primera vez a un tío en el club de la lucha y su culo parece una hogaza de pan. Ese mismo tío, dentro de seis meses, parece tallado en madera y se cree capaz de cualquier cosa.
El club de la lucha, 1996. Chuck Palahniuk.

jueves, 4 de julio de 2013

MP 97



Monstruos perfectos
-97-
-Le tienes miedo a tu mujer -dice Norwin-. Uy, qué jodido estás, Zavalita.
Conversación en La Catedral, 1969. Mario Vargas Llosa.

miércoles, 3 de julio de 2013

MP 96



Monstruos perfectos
-96-
La norma es compleja, multiforme. A parte de las horas de trabajo hay que hacer las compras, sacar dinero de los cajeros automáticos (donde tienes que esperar muy a menudo). Además, están los diferentes papeles que hay que hacer llegar a los organismos que rigen los diferentes aspectos de tu vida. Y encima puedes ponerte enfermo, lo que conlleva gastos y nuevas formalidades.
No obstante, queda tiempo libre. ¿Qué hacer? ¿Cómo emplearlo? ¿Dedicarse a servir al prójimo?
Pero, en el fondo, el prójimo apenas te interesa.
  
Ampliación del campo de batalla, 1994Michel Houellebecq.

lunes, 1 de julio de 2013

Lo que no es Nueva York



Lo que no es Nueva York

FUIMOS a parar a lugares inhóspitos, como en realidad lo son todos a los que uno llega por primera vez si no hay un amigo esperándote. Visitamos apartamentos en zonas que no nos gustaron, pero a las que luego volvimos y ya no parecían tan malas. También fuimos a zonas que, simplemente, estaban demasiado alejadas de mi trabajo, o de una boca de metro, que son como fuentes desde las que brota la civilización en estas ciudades achatadas.
Una vez salimos en una estación elevada del corazón de Brooklyn y, cuando bajamos a la calle, algunos de los chicos que estaban por allí, apoyados en las verjas o en los capós de los coches esperando no se sabe qué, se quedaron mirándonos como si fuésemos corderitos arrojados a la jaula de los leones. Las calles eran sórdidas, desangeladas, había alambradas doblegadas rodeando patios de cemento, hierbajos emergiendo por las grietas de la acera, parcelas convertidas en basureros... Salimos de allí apretando el paso, y por suerte, ninguno de esos chicos movió ni un solo dedo por hacerse con los billetes que yo llevaba en el bolsillo.
En otra ocasión, a punto estuvimos de alquilar un pequeño apartamento en Inwood. Estábamos desesperados.
Inwood es el barrio de Manhattan más alejado de Nueva York, de lo que en realidad es Nueva York, quiero decir, y eso, ya se sabe que va cambiando con el tiempo. Al principio, Nueva York era sólo la punta sur de la isla, apenas llegaba a la calle Wall, donde un muro la protegía del ataque de los indios Lenape. Eran los tiempos de Nueva Amsterdam. Poco a poco fue creciendo, se secaron las antiguas marismas y aparecieron Canal Street y los macarras de Five Points, luego, la calle Houston, y con eso ya tenían a mano la antigua población de Greenwich Village, que pronto fue anexionada y convertida en un emblema de la ciudad. Y entonces llegó el plan urbanizador de 1811. Milagrosamente se respetó la intrincada orientación de las calles del Village y se numeró el resto de calles de la isla en una cuadrícula que llegaba mucho más lejos de lo que los urbanizadores imaginaron que se pudiese llegar, hasta las colinas de Washington, lo que hoy en día se conoce por el Harlem blanco. Y parece que bastó con dibujar las calles para que la ciudad se expandiese como una gota de tinta sobre papel secante, se creyese su destino capital. Se llegó a la calle 14 y a la 23. Alguien dibujó un gran rectángulo en el centro de Manhattan. Se hizo la luz. Se anexionó Brooklyn. Plantaron el Flatiron en el cruce de la Quinta con Brodway. Se comenzó el metro. Se alcanzó la calle 59, el sur de Central Park, crecieron los Upper Sides, nadie llegó al Harlem hasta que el alcalde Giuliani sacó de allí a los chicos malos...
Pero Inwood... Inwood, a día de hoy, todavía no es Nueva York. Por más que se encuentre en Manhattan, que haya una sede del Met, las pistas de atletismo de la Universidad de Columbia y una estación de metro expreso, por más que incluso hasta allí llegue esa arteria neoyorquina que es la avenida Brodway. Inwood no es Nueva York. Más te vale cruzar el río e irte a vivir a Brooklyn o a Queens, incluso a Nueva Jersey, que quedarte en ese barrio agreste y periférico, húmedo y helado en invierno, que está en el extremo noroeste, pegado al Hudson, ni más ni menos que a veinte kilómetros de la Zona Cero.
Y sin embargo, se dice de él que es el único que conserva, en sus parques, la vegetación original de la isla. Lo único en ella que no es foráneo. Aunque tal vez por eso, precisamente.
No todo lo que conforma Nueva York es Nueva York. Las camareras de los bares del Bronx anhelan vivir en Manhattan algún día. Ese sueño es Nueva York. Y vivir en Inwood, para nosotros, desde luego, no lo era. Era un destierro del que por suerte nos libramos en el último momento, por los pelos. Pero esa será otra historia, la historia que nos llevará hasta Herbie, que quiere llegar, pero no llega.