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martes, 8 de julio de 2014

MP 176


Monstruos perfectos
-176-
Es cierto, incluso para los mejores de entre nosotros, que si un observador nos sorprendiera subiéndonos a un tren en una estación intermedia; si reparara en nuestros rostros, privados por el nerviosismo de su aplomo habitual; si valorara nuestro equipaje, nuestra ropa, y mirara por la ventanilla para ver quién nos ha llevado en coche hasta la estación; si escuchara las palabras ásperas o tiernas que decimos en el caso de que nos acompañe nuestra familia, o si se fijara en la manera que tenemos de colocar la maleta en el portaequipajes, de comprobar en qué sitio hemos guardado la cartera y el llavero, y de limpiarnos el sudor que nos cae por la nuca; si pudiera juzgar acertadamente sobre el engreimiento, la desconfianza o la tristeza con que nos instalamos, obtendría un panorama de nuestras vidas más amplio del que la mayoría hubiese querido proporcionarle.
Granjero de verano, 1948. John Cheever.

miércoles, 10 de julio de 2013

MP101



Monstruos perfectos
-101-
Imaginó una persiana veneciana cuyas superficies exteriores se trataran con una sustancia que refractara o absorbiera las ondas sonoras. Con una persiana así, los amigos que vinieran de visita una tarde de primavera no tendrían que gritar para que se los oyera, tratando de imponerse al ruido de los camiones que pasaban por la calle. Los dormitorios también podrían quedar en silencio de aquella misma manera: los dormitorios, sobre todo, porque le parecía que el sueño era lo que todo el mundo buscaba en la ciudad y sólo conseguía a medias.
La olla repleta de oro, 1950John Cheever.

lunes, 17 de junio de 2013

MP 89



Monstruos perfectos
-89-
-Sal de toda esa tristeza. Olvídala. No es más que un día de verano.
Adiós, hermano, 1951. John Cheever.