domingo, 23 de marzo de 2014

Fiebre de saber y de poder


Fiebre de saber y de poder

Edificio de la colaboración ATLAS del LHC
Asegurar que alguno de los ámbitos de dedicación de las pasiones humanas está libre de la subjetividad de los colegas con que se comparte esa dedicación es tan atrevido como decir que hay hombres que son siempre buenos, o que siempre son malos, es decir, una simplificación que, por generalista, no puede ser más que incorrecta. Los méritos propios pueden ser muchos o pocos a ojos de los demás y en la mayoría de las ocasiones depende tanto del logro alcanzado como de la energía que pone el autor (y sus amigos) en conseguir que el resto lo demos por meritorio. Esto es válido para cualquier ámbito en la vida: en el trabajo, en la familia, con los amigos, en la literatura, en la física, en la pintura… ¿Quién no ha conseguido un buen resultado con esfuerzo y se ha sentido infravalorado alguna vez? Uno hace algo y luego eso puede valer o no, y muchas veces, como dice Antonio Muñoz Molina en su artículo de ayer en El País, no está ahí la naturaleza para, con un experimento, hacer de rey Salomón y dar al César lo que es del César y al científico de turno lo que es del científico de turno. Pero, o mucho me equivoco o no he aprendido nada en mi paso por el CERN, esos supuestos experimentos justicieros del saber (como si la verdad absoluta existiera, y no, ni siquiera en física, solo existen verdades parciales, y si no que le pregunten a Newton sobre su equivocada, pero durante siglos válida, Teoría la de Gravedad), esos experimentos, decía, en nada diferencian el mundo de la física del de la literatura. Los que promulgaron teorías que luego fueron o no validadas por la realidad fueron cuatro, los reconocidos grandes genios de la historia: Newton, Galileo, Einstein, Higgs y alguno más, y ellos sí pueden ser comparados a los genios de la literatura, a los que nadie les quita el mérito: Cervantes, Chejov, Flaubert, Tolstoi, Faulkner… El resto, la gente de este mundo, como quien dice, y entre ellos están prácticamente todos los participantes de Particle Fever, el documental al que alude don Antonio, no hace apuestas a todo o nada, no reta a la naturaleza a que le digan si sí o si no, simplemente van a trabajar cada día, pelean por un objetivo pequeño aunque importantísimo, un objetivo que aporte un poco de tierra a la colina sobre la que algún día se alzará una de esas mentes preclaras y retadoras, para revelarnos una posibilidad, algo que aún quede por demostrar y que nos abrirá los ojos y la boca de fascinación. Pero, al igual que en la literatura o en la oficina, los méritos de estos hombres sí están sujetos a la subjetividad, y por lo tanto ni siquiera se puede decir que las mentes más lúcidas estén entre ellos, porque no vale solo la física para llegar a ser alguien en la física, como no vale solo la letra para llegar a ser alguien en las letras, hay que tener otras aptitudes: estrategia, sagacidad, sangre fría, valentía, don de gentes, saber hacer política, dinero, por no hablar de malas artes (o malas ciencias). Ahí, ni letras ni ciencias, justamente ahí sí que somos todos bien iguales.

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