Fiebre de saber y de poder
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Edificio de la colaboración ATLAS del LHC |
Asegurar que alguno de los ámbitos de dedicación
de las pasiones humanas está libre de la subjetividad de los colegas con que se
comparte esa dedicación es tan atrevido como decir que hay hombres que son siempre
buenos, o que siempre son malos, es decir, una simplificación que, por
generalista, no puede ser más que incorrecta. Los méritos propios pueden ser
muchos o pocos a ojos de los demás y en la mayoría de las ocasiones depende
tanto del logro alcanzado como de la energía que pone el autor (y sus amigos) en
conseguir que el resto lo demos por meritorio. Esto es válido para cualquier
ámbito en la vida: en el trabajo, en la familia, con los amigos, en la
literatura, en la física, en la pintura… ¿Quién no ha conseguido un buen resultado
con esfuerzo y se ha sentido infravalorado alguna vez? Uno hace algo y luego
eso puede valer o no, y muchas veces, como dice Antonio Muñoz Molina en su artículo de ayer en El País, no está ahí la naturaleza para, con un
experimento, hacer de rey Salomón y dar al César lo que es del César y al
científico de turno lo que es del científico de turno. Pero, o mucho me
equivoco o no he aprendido nada en mi paso por el CERN, esos supuestos
experimentos justicieros del saber (como si la verdad absoluta existiera, y no,
ni siquiera en física, solo existen verdades parciales, y si no que le
pregunten a Newton sobre su equivocada, pero durante siglos válida, Teoría la
de Gravedad), esos experimentos, decía, en nada diferencian el mundo de la
física del de la literatura. Los que promulgaron teorías que luego fueron o no
validadas por la realidad fueron cuatro, los reconocidos grandes genios de la
historia: Newton, Galileo, Einstein, Higgs y alguno más, y ellos sí pueden ser
comparados a los genios de la literatura, a los que nadie les quita el mérito:
Cervantes, Chejov, Flaubert, Tolstoi, Faulkner… El resto, la gente de este
mundo, como quien dice, y entre ellos están prácticamente todos los
participantes de Particle Fever, el documental al que alude don Antonio, no
hace apuestas a todo o nada, no reta a la naturaleza a que le digan si sí o si
no, simplemente van a trabajar cada día, pelean por un objetivo pequeño aunque
importantísimo, un objetivo que aporte un poco de tierra a la colina sobre la
que algún día se alzará una de esas mentes preclaras y retadoras, para
revelarnos una posibilidad, algo que aún quede por demostrar y que nos abrirá
los ojos y la boca de fascinación. Pero, al igual que en la literatura o en la
oficina, los méritos de estos hombres sí están sujetos a la subjetividad, y por
lo tanto ni siquiera se puede decir que las mentes más lúcidas estén entre ellos, porque
no vale solo la física para llegar a ser alguien en la física, como no vale
solo la letra para llegar a ser alguien en las letras, hay que tener otras
aptitudes: estrategia, sagacidad, sangre fría, valentía, don de gentes, saber
hacer política, dinero, por no hablar de malas artes (o malas ciencias). Ahí,
ni letras ni ciencias, justamente ahí sí que somos todos bien iguales.
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