Tirar del hilo

A la búsqueda de un descubrimiento guiado por un interés en particular se le llama investigación. Me parece más apropiada la palabra francesa “recherche”, la catalana, “recerca”, o la inglesa “research” para describir lo que hace un investigador: perseguir, buscar, rebuscar, hasta cercar, hasta forzar a que aparezcan los descubrimientos. Cuánto conocimiento hay en ese prefijo que denota insistencia "re", y en el propio núcleo de la palabra, del latín “circare”, vagar en círculo, intensamente, hasta estrechar el cerco y poder gritar: ¡Eureka!
Hace unas semanas me acerqué a la biblioteca y sufrí una serie de descubrimientos. Unos casuales, otros buscados. Me habían dicho que mi libro de cuentos había sido subrayado por los lectores que a lo largo de estos últimos años habían tenido a bien leerlo, y sentía curiosidad por conocer cuáles, de entre las frases y párrafos que yo había escrito, habían sido diferenciados. Pero mientras paseaba la vista por encima de los lomos de los libros de la estantería tropecé con uno titulado El infierno americano, de Martin Amis, y como yo había leído Tren Nocturno, que no me gustó, pero que tenía algo, y como cuando estuve en Nueva York le había visto en persona, junto al East River, leyendo un fragmento de su última novela, decidí detenerme en él un instante. Lo abrí al azar y leí un fragmento en el que Martin hablaba de Diana Trilling, una de las grandes damas de la literatura en Nueva York. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que Diana Trilling había vivido, ni más ni menos, que en la avenida Claremont, justo enfrente del apartamento del Morningside Heights en el que yo había residido por seis meses, la misma avenida por la que pasaba cada día para ir a trabajar, a correr o a comprar el helado al Deli de la esquina.
Me lo llevé a casa y el siguiente descubrimiento fue su contenido. Es un libro de entrevistas y reflexiones sobre importantes iconos estadounidenses que se lee con un placer creciente y permite comprender, un poco mejor, lo bueno y lo malo de la personalidad de los imperialistas del otro lado del charco.
Descubrí también a un escritor que yo pensaba oscuro y confuso, convertido de pronto, en aquellas páginas, en un periodista cristalino, incisivo y ameno, y sentí una pequeña alegría.
