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jueves, 23 de mayo de 2013

MP 78



Monstruos perfectos
-78-
Yo le diré por qué: el avance de la ciencia de la mecánica, de Newton y Descartes, fue una gran conspiración, una gran conspiración diabólica para acabar con nuestra percepción de la realidad y de aquellos entre nosotros que tienen un don trascendental.
Ragtime, 1975. E.L. Doctorow.

lunes, 6 de mayo de 2013

Un pañuelo


Un pañuelo


Las novelas que incorporan entre sus personajes nombres de personas reales tienen algo de libro de historia. Se resiste uno a creer que las vicisitudes por las que les hace pasar el autor son meras invenciones, como si el nombre propio fuera garantía de una autenticidad incuestionable o como si no pudiésemos concebir que alguien se dedique al feo asunto de falsear las vidas ajenas.

Suelen, además, venir acompañadas estas vicisitudes por hechos reales que han sido constatados y bien documentados, y que, muchas veces, permanecen en la memoria colectiva, por lo que, al final, la trama se convierte en un galimatías del que no sabes si fiarte, o de qué partes fiarte, pero que posee la gracia de enseñarte historia a la vez que te hace pasar un buen rato, lo cual no es poca cosa.

No son pocos los personajes históricos que Edgar L. Doctorow vapulea en Ragtime. Aquí una lista breve: Harry Houdini, Jacob Riis, Henry Ford, J.P. Morgan, Henry Frick, Stanford White, Emma Goldman, Sigmund Freud... Y no los trata con simples pinceladas para establecer un marco histórico en la narración, sino que les entrega papeles relevantes, e incluso, a algunos de ellos, los convierte en personajes principales de esta historia fabulosa que discurre a principios del siglo XX en Nueva York.

Como dice Updike: “Durante años no ocurre nada y de improviso acontece todo”. No hay más que echar un ojo a los nombres mencionados para intuir que si andaban por el mismo lugar, en la misma época, es que algo importante iba a ocurrir. Y lo que ocurrió es que esa gente cambió el mundo (o, como dice Lampedusa, lo cambió para que todo siguiera igual), inventó la sociedad tal y como la conocemos hoy en día, inventó hasta nuestra forma de pensar, y lo hizo estableciendo tres de los cuatro pilares sobre los que se sustenta la vida en el primer mundo: 1) el gran pilar del liberalismo, liderado por el magnate de la banca J.P. Morgan, o la toma de conciencia de que todos tenemos derecho a formar parte de la pelea, y a partir de ahí que gane el más fuerte; 2) el desarrollo de las ciudades, potenciado por el auge económico y el desarrollo de la metalurgia, ejemplarizado en el libro con la figura de Henry Frick, magnate del coque y el acero, y por la del famoso arquitecto Stanford White; 3) la invención del automóvil y su explotación a nivel global, representado por el personaje de Henry Ford, que dotó al ser humano de, prácticamente, omnipresencia, y constituyó una nueva forma de hegemonía, la derivada del uso del petróleo.

Existe un cuarto pilar, importantísimo, sobre el que se sustenta nuestra sociedad y que también nació en Nueva York apenas una década antes. Se trata del desarrollo y la explotación comercial de un invento que en la época debió resultar muy curioso, la electricidad, y aunque Edgar no hace apenas referencia a ella en el libro, visto el tratamiento más bien simplón que hace de los personajes, poco le hubiese costado haber aprovechado que Thomas Alva Edison fue un gran amigo de Henry Ford y haberlo hecho aparecer en alguna escena, así hubiese cerrado el círculo.

Como sería de esperar, estos pilares se convirtieron rápidamente en grandes corporaciones multimillonarias y superpoderosas, que son las que hoy dominan los estados. 

Pero también los desamparados aparecen entre las líneas de RagtimeEmigrantes europeos que se pudren en el Lower East Side, negros que intentan obtener justicia de un sistema que todavía no los trata como a iguales, mujeres que luchan por sus derechos, proletarios que comienzan huelgas interminables se reúnen clandestinamente y planean atentados. Aparece la anarquista y feminista Emma Goldman, que participó en el intento de asesinato de Henry Frick, que alentó las revueltas de los trabajadores, el uso de métodos anticonceptivos, que años más tarde colaboró con el gobierno republicano español durante la contienda y que, según el libro, imparte una conferencia en la calle Catorce Este para recaudar fondos para la causa de Francesc Ferrer i  Guardia, el pedagogo catalán al que el gobierno español ejecutó por fomentar la huelga general. Y cuando uno lee a Josep Pla en El Quadern Gris, ambientado en una Barcelona revuelta y crispada en la misma época que Ragtime, se da cuenta de que no era sólo Nueva York, de que se estaba prendiendo fuego el mundo entero, que no deja de ser un pañuelo.


Íbamos a animar a los obreros cercados en aquellos momentos difíciles. Convertiríamos su lucha en revolución. Mataríamos a Frick. Pero estábamos en Nueva York y no teníamos dinero. Necesitábamos dinero para pagar el billete de tren y para comprar una pistola. Entonces fue cuando me puse ropa interior con blondas y me eché a la calle Catorce. Un viejo me dio diez dólares y me dijo que me fuera a casa. El resto me lo prestaron. Pero lo habría hecho si hubiera sido necesario. Era para el atentado. Era por Berkman y por la revolución. Le di un abrazo en la estación. Planeaba disparar a Frick y quitarse la vida. Yo corrí tras el tren mientras partía. Sólo teníamos dinero para un billete. Dijo que para el trabajo sólo hacía falta una persona. Se metió en el despacho de Frick en Pittsburgh y le disparó al cabrón tres veces. En el cuello, en el hombro. Hubo sangre. Frick quedó tendido. Entraron varios hombres. Le quitaron la pistola, pero tenía un cuchillo. Se lo clavó a Frick en la pierna. Le quitaron el cuchillo. Se metió algo en la boca. Le abrieron las mandíbulas a la fuerza. Era una cápsula fulminante de mercurio. Lo único que tenía que hacer era morder la cápsula y el despacho hubiera estallado con todo el mundo dentro. Le echaron la cabeza atrás y le quitaron la cápsula. Le golpearon hasta dejarle inconsciente.
Ragtime, 1975. Edgar L. Doctorow


miércoles, 24 de abril de 2013

MP 65



Monstruos perfectos
-65-
A menudo me preguntan: "¿Cómo permiten las masas que unos pocos los exploten?". La respuesta es: "Dejándose inducir a identificarse con ellos. Después de ver tu fotografía en la portada de los periódicos, el obrero llega a casa, donde lo aguarda su mujer, una pobre mula agotada con las piernas llenas de varices, y entonces no sueña con la justicia, sino con hacerse rico".
Ragtime, 1975. E.L. Doctorow.

jueves, 4 de abril de 2013

MP 57



Monstruos perfectos
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Leía el periódico cada día y estaba al tanto de la disputa entre los jugadores de béisbol profesional y los científicos, que afirmaban que la curva en los lanzamientos no era más que una ilusión óptica.
Ragtime, 1975. E.L. Doctorow.

jueves, 14 de marzo de 2013

MP 45



Monstruos perfectos
-45-
Había alcanzado aquella edad de conocimiento y sabiduría infantiles que pilla por sorpresa a los adultos, y les resultaba irreconocible.
Ragtime, 1975. E.L. Doctorow.