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lunes, 15 de febrero de 2016

MP 207

Monstruos perfectos
-207-
Cuando no obtienes lo suficiente de algo en el momento biológico adecuado, ha leído Conejo en algún sitio, lo persigues hasta tu muerte.
Conejo en paz, 1990. John Updike.

domingo, 15 de febrero de 2015

MP 191


Monstruos perfectos
-191-
Finalmente llega la camarera con sus pliegues dorados y la cuenta y, mientras Conejo la firma con el número de su condominio, se siente como un dios que dispara rayos  con indiferencia; la suma aparecerá en el extracto mensual, el año que viene, cuando el mundo haya dado un gran paso.
Conejo en paz. 1990. John Updike. 

miércoles, 5 de junio de 2013

MP 84



Monstruos perfectos
-84-
En el modo de pronunciar las eses se parece cada vez más a su madre. Llevamos nuestra genética escondida durante un tiempo y luego surge de repente. Se escapa de sus estrechas espirales.
Conejo es rico, 1981John Updike.

martes, 28 de mayo de 2013

MP 80



Monstruos perfectos
-80-
Dios, que ha decrecido, en los años de madurez de Harry, hasta el tamaño de una uva perdida bajo el asiento de un coche, de repente es otra vez grandioso, como un viento radiante por doquier.
Conejo es rico, 1981John Updike.

miércoles, 22 de mayo de 2013

MP 77



Monstruos perfectos
-77-
La vida. Demasiada y nunca suficiente. El temor de que acabará algún día, y el temor de que mañana sea lo mismo que ayer.
Conejo es rico, 1981John Updike.

sábado, 18 de mayo de 2013

MP 75



Monstruos perfectos
-75-
Hay que ser rico desde el principio para extraerle todos los beneficios a la vida.
Conejo es rico, 1981John Updike.

lunes, 13 de mayo de 2013

Conejo en el Caribe


Conejo en el Caribe

Tengo a mi querido y entrañable Harry Conejo obsesionado con Cindy, la mujer de un amigo. Tiene casi cincuenta años, todavía se siente con vigor, lleva una vida holgada económicamente y ahora, junto con su esposa y otras dos parejas, se ha ido de vacaciones al Caribe. Desde que ha cogido el avión, e incluso antes, en una fiesta en la que acabó husmeando en la mesilla de noche de la habitación de matrimonio de los anfitriones y descubrió unas Polaroid con contenido sexual de lo más explícito, no puede quitársela de la cabeza. Se la imagina haciéndoselo en sucias posturas con el viejo y suertudo de Webb; se fija en las marcas que le dejan las cintas del bikini en la piel color caoba, en los reflejos del salitre cuando sale chorreante de las aguas caribeñas verdemar, en el triángulo de tela que le tapa la entrepierna abierta cuando se sienta al estilo Buda; le excita tremendamente su opinión, más bien recatada, respecto a algunos temas relacionados con la vida conyugal.

Él va disfrutando a su manera, siempre pasajera y circunstancial, de las vacaciones, pero en su mente no deja de imaginar cosas; cree intuir segundas intenciones en los acercamientos de ella, insinuaciones veladas en sus palabras. En una ocasión, aprovechando un momento en que se quedan a solas, ha estado a punto de lanzarse a besarla. En otra, en la playa, tras un pequeño accidente de navegación, sus piernas se entrecruzan febrilmente bajo las aguas verdosas y negras y él se siente extremadamente excitado. Y finalmente, una noche, estando los seis sentados a la mesa para la cena, a la pequeña Cindy se le ocurre comentar si han pensado que, en el pueblo, todos darán por sentado que han hecho intercambio de parejas.

Los anhelos no son suficientes, Conejo, no basta con desear, ni siquiera basta con atreverse. Hay que saber hacer las cosas. Y tú, o las haces a lo bruto o no las haces. Pero mira por dónde, mientras te lo estabas pensando ellas van y lo han decidido por ti. Así de sencillo. ¡Intercambio!

Es admirable la manera en que Updike resuelve la situación; la sutileza con que las opiniones de los diferentes miembros de la expedición se van conociendo sin que nadie demuestre un entusiasmo excesivo que pueda ofender a su pareja; el modo en que las creencias, los prejuicios y los deseos de los diferentes personajes se amoldan para encajar en una escena de semejante radicalidad sin que se levanten suspicacias en el lector; el don que posee para hacer que todo suceda de forma natural, calmada, como si no pudiese ser de otra manera; y, sin embargo, la enorme tensión que hay en todo momento.

Porque Updike hace literatura de lo cotidiano, arrollándonos con la crudeza y la fuerza de su realismo, pero sin olvidar que es novelista, y si quiere tensión sexual no buscará situaciones exageradas, sino que recurrirá a las fantasías con las que todo hombre o mujer ha soñado alguna vez; lo que a la postre, no deja de ser lo más efectivo.

El avión se detiene, van despacio, han aterrizado y una terminal baja de color rosa se perfila ante sus ojos mientras  se acercan los minibuses del 747. Empiezan a moverse, a sudar de repente, cogen sus abrigos invernales, buscan a tientas sus gafas de sol y se encaminan hacia las salidas. En lo alto de la escalera plateada que baja hasta el asfalto, el aire tropical, tan cálido, húmedo y clemente, compuesto enteramente de diminutos círculos, golpea el rostro de Conejo como si le echaran una ráfaga con un pulverizador; pero Ronnie Harrison estropea el instante diciéndole al oído, nítidamente:
-Jo, chico. Esto es mejor que una buena mamada.
Y, peor aún que la voz de Ronnie ensuciando el momento tan precioso y frágil del primer encuentro con un nuevo mundo, las mujeres ríen, dando a entender que han oído la gracia. Janice se ríe, la muy bobalicona. Y también la azafata, cuyo cuerpo resplandeciente se ha perlado de gotas con el calor, junto a la puerta donde está apostada diciendo adiós, adiós, sonrisas procaces.
La risa de Cindy se destaca infantil por encima de las otras y rápidamente dice, arrastrando la palabra: "Ronnie...". En medio del asco, Conejo se excita al recordar aquellas fotografías Polaroid guardadas en un cajón.

Conejo es rico, 1981. John Updike. 

 

miércoles, 27 de marzo de 2013

MP 52



Monstruos perfectos
-52-
Por primera vez desde su infancia, Conejo es feliz por el simple hecho de estar vivo.
Conejo es rico, 1981John Updike.

jueves, 31 de enero de 2013

MP 24



Monstruos perfectos
-24-
En esas fiestas siempre hay alguien vomitando en el cuarto de baño, pegándose un chute o esnifando, y a Nelson también le molesta. No es que le preocupe especialmente, se trata sólo de que está harto de ser joven. Es un constante malgastar de energías.

Conejo es rico, 1981. John Updike.

sábado, 24 de noviembre de 2012

¿Qué haces, Conejo?


¿Qué haces, Conejo?



Harry Conejo, el protagonista de la saga creada por John Updike, es un tipo como de la familia, lo cual no significa que te tenga que caer bien por necesidad. Aunque a mí me cae estupendamente, todo sea dicho.

Pienso en Conejo echándose un partido de baloncesto con unos chavales, dándose a la fuga con el coche, metiéndole mano a la esposa de un predicador u obsesionado con el escote de la mujer de un amigo y no puedo evitar sonreír exactamente igual que lo haría si el que lo hiciese fuese cualquiera de mis amigos.

A Conejo te lo ves venir, te lo hueles, le conoces, puedes quererle o puedes odiarle, puedes enemistarte con él y al cabo de diez páginas reconciliarte y casi pedirle que te invite a una cerveza, es uno de esos personajes que, como decía Vargas Llosa en la Orgía Perpetua acerca de Madame Bovary, puedes sentir más cercano y conocer mejor que a algunas de las personas de carne y hueso que te rodean.

Lo que le pase a Conejo es lo de menos, no hay tramas enrevesadas ni enigmas que resolver, no hay asesinatos en la primera página, nadie espera de él que sea un personaje de novela decimonónica; todos queremos que sea y siga siendo lo que es, Harry Angstrom, Conejo para los amigos, un tipo un poco gris pero muy auténtico al que le suceden cosas cotidianas, que no aburridas, y he ahí el arte del buen novelista.

Voy por el tercer libro de la saga y estoy empezando a sentir esa especie de nostalgia que nos entra cuando nos damos cuenta de que alguien a quien queremos está a punto de desaparecer de nuestra vida.

De Conejo me queda lo poco que me queda de “Conejo es rico”, luego “Conejo en paz”, y de regalo “Conejo en el recuerdo”. Toda la vida de Conejo, recuerdos incluidos, es lo que el gran Updike nos ha regalado. No hay más remedio que hacer una reverencia.