Monstruos perfectos
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Cuando no obtienes lo suficiente de algo en el momento biológico adecuado, ha leído Conejo en algún sitio, lo persigues hasta tu muerte.
Cuando no obtienes lo suficiente de algo en el momento biológico adecuado, ha leído Conejo en algún sitio, lo persigues hasta tu muerte.
Finalmente llega la camarera con sus pliegues dorados y la cuenta y, mientras Conejo la firma con el número de su condominio, se siente como un dios que dispara rayos con indiferencia; la suma aparecerá en el extracto mensual, el año que viene, cuando el mundo haya dado un gran paso.
En el modo de pronunciar las eses se parece cada vez más a su madre. Llevamos nuestra genética escondida durante un tiempo y luego surge de repente. Se escapa de sus estrechas espirales.
Dios, que ha decrecido, en los años de madurez de Harry, hasta el tamaño de una uva perdida bajo el asiento de un coche, de repente es otra vez grandioso, como un viento radiante por doquier.
La vida. Demasiada y nunca suficiente. El temor de que acabará algún día, y el temor de que mañana sea lo mismo que ayer.
Hay que ser rico desde el principio para extraerle todos los beneficios a la vida.
Tengo a mi querido y entrañable Harry Conejo obsesionado con Cindy, la
mujer de un amigo. Tiene casi cincuenta años, todavía se siente con vigor,
lleva una vida holgada económicamente y ahora, junto con su esposa y otras dos
parejas, se ha ido de vacaciones al Caribe. Desde que ha cogido el avión, e
incluso antes, en una fiesta en la que acabó husmeando en la mesilla de noche
de la habitación de matrimonio de los anfitriones y descubrió unas Polaroid con
contenido sexual de lo más explícito, no puede quitársela de la cabeza. Se la
imagina haciéndoselo en sucias posturas con el viejo y suertudo de Webb; se
fija en las marcas que le dejan las cintas del bikini en la piel color caoba,
en los reflejos del salitre cuando sale chorreante de las aguas caribeñas
verdemar, en el triángulo de tela que le tapa la entrepierna abierta cuando se
sienta al estilo Buda; le excita tremendamente su opinión, más bien recatada,
respecto a algunos temas relacionados con la vida conyugal.El avión se detiene, van despacio, han aterrizado y una terminal baja de color rosa se perfila ante sus ojos mientras se acercan los minibuses del 747. Empiezan a moverse, a sudar de repente, cogen sus abrigos invernales, buscan a tientas sus gafas de sol y se encaminan hacia las salidas. En lo alto de la escalera plateada que baja hasta el asfalto, el aire tropical, tan cálido, húmedo y clemente, compuesto enteramente de diminutos círculos, golpea el rostro de Conejo como si le echaran una ráfaga con un pulverizador; pero Ronnie Harrison estropea el instante diciéndole al oído, nítidamente:
-Jo, chico. Esto es mejor que una buena mamada.
Y, peor aún que la voz de Ronnie ensuciando el momento tan precioso y frágil del primer encuentro con un nuevo mundo, las mujeres ríen, dando a entender que han oído la gracia. Janice se ríe, la muy bobalicona. Y también la azafata, cuyo cuerpo resplandeciente se ha perlado de gotas con el calor, junto a la puerta donde está apostada diciendo adiós, adiós, sonrisas procaces.
La risa de Cindy se destaca infantil por encima de las otras y rápidamente dice, arrastrando la palabra: "Ronnie...". En medio del asco, Conejo se excita al recordar aquellas fotografías Polaroid guardadas en un cajón.
Por primera vez desde su infancia, Conejo es feliz por el simple hecho de estar vivo.
En esas fiestas siempre hay alguien vomitando en el cuarto de baño, pegándose un chute o esnifando, y a Nelson también le molesta. No es que le preocupe especialmente, se trata sólo de que está harto de ser joven. Es un constante malgastar de energías.
Harry Conejo, el protagonista de la saga creada por John Updike, es un tipo como de la familia, lo cual no significa que te
tenga que caer bien por necesidad. Aunque a mí me cae estupendamente, todo
sea dicho.