Monstruos perfectos
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Cuando no obtienes lo suficiente de algo en el momento biológico adecuado, ha leído Conejo en algún sitio, lo persigues hasta tu muerte.
Cuando no obtienes lo suficiente de algo en el momento biológico adecuado, ha leído Conejo en algún sitio, lo persigues hasta tu muerte.
Finalmente llega la camarera con sus pliegues dorados y la cuenta y, mientras Conejo la firma con el número de su condominio, se siente como un dios que dispara rayos con indiferencia; la suma aparecerá en el extracto mensual, el año que viene, cuando el mundo haya dado un gran paso.
En el modo de pronunciar las eses se parece cada vez más a su madre. Llevamos nuestra genética escondida durante un tiempo y luego surge de repente. Se escapa de sus estrechas espirales.
Dios, que ha decrecido, en los años de madurez de Harry, hasta el tamaño de una uva perdida bajo el asiento de un coche, de repente es otra vez grandioso, como un viento radiante por doquier.
La vida. Demasiada y nunca suficiente. El temor de que acabará algún día, y el temor de que mañana sea lo mismo que ayer.
Hay que ser rico desde el principio para extraerle todos los beneficios a la vida.
El avión se detiene, van despacio, han aterrizado y una terminal baja de color rosa se perfila ante sus ojos mientras se acercan los minibuses del 747. Empiezan a moverse, a sudar de repente, cogen sus abrigos invernales, buscan a tientas sus gafas de sol y se encaminan hacia las salidas. En lo alto de la escalera plateada que baja hasta el asfalto, el aire tropical, tan cálido, húmedo y clemente, compuesto enteramente de diminutos círculos, golpea el rostro de Conejo como si le echaran una ráfaga con un pulverizador; pero Ronnie Harrison estropea el instante diciéndole al oído, nítidamente:
-Jo, chico. Esto es mejor que una buena mamada.
Y, peor aún que la voz de Ronnie ensuciando el momento tan precioso y frágil del primer encuentro con un nuevo mundo, las mujeres ríen, dando a entender que han oído la gracia. Janice se ríe, la muy bobalicona. Y también la azafata, cuyo cuerpo resplandeciente se ha perlado de gotas con el calor, junto a la puerta donde está apostada diciendo adiós, adiós, sonrisas procaces.
La risa de Cindy se destaca infantil por encima de las otras y rápidamente dice, arrastrando la palabra: "Ronnie...". En medio del asco, Conejo se excita al recordar aquellas fotografías Polaroid guardadas en un cajón.
Por primera vez desde su infancia, Conejo es feliz por el simple hecho de estar vivo.
En esas fiestas siempre hay alguien vomitando en el cuarto de baño, pegándose un chute o esnifando, y a Nelson también le molesta. No es que le preocupe especialmente, se trata sólo de que está harto de ser joven. Es un constante malgastar de energías.