jueves, 31 de enero de 2013

MP 24



Monstruos perfectos
-24-
En esas fiestas siempre hay alguien vomitando en el cuarto de baño, pegándose un chute o esnifando, y a Nelson también le molesta. No es que le preocupe especialmente, se trata sólo de que está harto de ser joven. Es un constante malgastar de energías.

Conejo es rico, 1981. John Updike.

miércoles, 30 de enero de 2013

MP 23



Monstruos perfectos
-23-
Mientras está en el baño llama a uno de tus panas y di: Me la tiré, cabrón. O simplemente recuéstate en el sofá y sonríe.

Instrucciones para citas con trigueñas, negras, blancas o mulatas. Los boys, 1996. Junot Díaz.

lunes, 28 de enero de 2013

Yúnior, ¡muérete!


Yúnior, ¡muérete! 

Junot Díaz era un joven gordo que se estaba quedando calvo y ahora es un hombre madurito y definitivamente calvo, pero flaco, eso sí, y hasta resultón. También era un auténtico desconocido que no se comía un colín y ahora es un escritor famoso, venerado y rico, y puedo aseguraros, porque lo he visto con mis propios ojos, que jovencitas universitarias lo piropean y hasta lo ruborizan gritándole ¡guapo! en medio de una charla y hacen colas de varias horas para verle, o para que les firme un autógrafo; lo mismo mismito que si el tipo fuese una rock star.

No digo todo esto porque tenga yo ningún tipo de animadversión hacia el señor Díaz, todo lo contrario, mi rollizo pasado me permite ponerme fácilmente en su piel, lo digo porque esa adolescencia solitaria y fracasada marca digamos que el 50% de su temática literaria (la parte mala de su literatura). El otro 50% (la parte buena) está definido por parámetros bien conocidos dentro de lo que podríamos denominar literatura de la inmigración. Junot es hijo de dominicanos emigrados a EEUU, y el libro del que hablaremos hoy cuenta básicamente la vida de su familia antes y durante ese proceso.

Ha escrito tres libros. Su bandera es la de que es un escritor lento y concienzudo. Que le cuesta mucho, vamos, y por eso tiene que trabajar de lo lindo. Traducido: que es un escritor auténtico, de los de verdad, de los que merecen la pena ser leídos; eso es lo que en el fondo nos quieren transmitir. Pero a nosotros, que somos gente que aprecia la calidad independientemente de la sangre y el sudor que cueste, como si los escribe en dos semanas, oye.

He leído dos. El primero “Drown” (Los boys en la traducción al castellano) es un fabuloso libro de relatos/novela. Cuenta una serie de episodios de la vida de diferentes miembros de su familia, tanto en la Republica Dominicana como en Nueva York y Nueva Jersey, que es donde finalmente se asentaron. Estos personajes comunes, que aparecen y desaparecen en los once cuentos, a veces jóvenes, otras veces maduros, otras simples recuerdos o personajes muertos, son el lazo que sujeta las diferentes historias del libro como si fuesen todos ellos caballos que tiran de un mismo carro. Los relatos son independientes entre sí y cerrados, cuentan historias cotidianas, problemas del emigrante que podrían serlo de un americano cualquiera con problemas económicos y que vive en un barrio de los malos, pero cuyo pasado sería muy distinto, la lengua, las tradiciones de la isla, la religión, las mujeres, todo eso que aún les caracteriza. Luego, a medida que uno avanza en la lectura,  se da cuenta de que sobre las historias particulares se empieza a hilar una historia mucho más amplia que configura un espacio y un tiempo que es el del hombre cuyas raíces ya no están en su tierra natal, pero tampoco en la de acogida. Es en este sentido en el que puede considerarse el libro como novela. 

Después escribió otro libro, “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”, y claro, se tenía que vender preciso después del éxito del primero, y además, si había costado diez años, y además, si le sumas el Pulitzer. Hasta tiene más admiradores por esa obra mediocre e insegura (Junot, no sabías lo que querías hacer, tú mismo lo has dicho, no te aclarabas, y acabaste contándonos tus obsesiones de adolescente gordito que no toca pelo).

Es normal que un autor se desoriente tras escribir un gran libro como Los boys, así que te darán unas cuantas oportunidades más: los que controlan el negocio porque aun así ganan (para empezar, el Award ese de medio millón de dólares), y nosotros, tus lectores, porque tal vez ingenuamente aún pensamos que quien ha hecho algo grande quizá pueda volver a hacerlo. Esperemos que con “This is how you lose her” (en breve tendremos la traducción), hayas olvidado esos aburridos traumas juveniles. 

   La tarde de la fiesta papi volvió del trabajo a eso de las seis. A la hora justa. Ya estábamos todos vestidos, cosa inteligente por nuestra parte. Si papi entra y nos agarra a todos dando vueltas en ropa interior seguro que nos hubiera reventado el culo a patadas.
  No le dirigió la palabra a nadie. Ni siquiera a mi mamá. Simplemente la apartó de un empujón para poder pasar, alzó la mano cuando ella le intentó hablar y se fue directamente hacia la ducha. Rafa me lanzó una mirada y yo se la devolví; los dos sabíamos que papi había estado con la puertorriqueña con la que se veía y quería borrar las pruebas con una ducha rápida.
  Aquel día mami estaba bonita de verdad. En los Estados Unidos por fin había logrado ganar un poco de peso; ya no era la flaca que había llegado hacía tres años. Llevaba el pelo corto y una tonelada de prendas baratas que a ella no le quedaban demasiado mal. Desprendía una fragancia muy característica de ella, como de brisa que pasa entre los árboles. Siempre esperaba hasta el último minuto para perfumarse porque decía que era un desperdicio rociarse demasiado pronto y luego tener que volver a hacerlo al llegar a la fiesta.

Fiesta, 1980. Los boys, 1996. Junot Díaz.

viernes, 25 de enero de 2013

MP 22



Monstruos perfectos
-22-

Yo trabajo, al menos, yo soy pobre.
Ya se ve dijo Frédéric, irritado.

La educación sentimental, 1869. Gustave Flaubert.

jueves, 24 de enero de 2013

MP 21



Monstruos perfectos
-21-
..., toda su persona le producía esa turbación a la que nos lanza el espectáculo de los hombres extraordinarios.

Un corazón simple. Tres cuentos , 1877. Gustave Flaubert.

miércoles, 23 de enero de 2013

MP 20



Monstruos perfectos
-20-
Vinieron días tristes.
Por temor a las decepciones, ya no estudiaban.

Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

lunes, 21 de enero de 2013

¿Y Bouvard?, Pécuchet


¿Y Bouvard?, Pécuchet


Durante mucho tiempo pensé que la mejor novela que había leído en mi vida era La educación sentimental, historia con tintes autobiográficos escrita por ese autor francés que es una de las cuatro o cinco razones por las que uno admira a los vecinos de arriba. Me parecía muy superior a su mucho más popular Madame Bovary, que ya es decir. Quede claro ya desde el principio que para mí, Flaubert es a la literatura como Kenia al atletismo de fondo, es decir, que siempre hay como mínimo dos de sus novelas en el podio de las mejores.

Unos años después leí su última e inacabada obra, la deliciosa, tierna y cercana Bouvard y Pécuchet y tuve la impresión de que esa última bala de Flaubert, disparada cuando ya estaba de vuelta física y anímicamente de este mundo, se quedaba sin fuelle para alcanzar la altura de las elevadas cimas de sus obras anteriores, por más que él estuviese convencido de que era su obra maestra.

Sin embargo, poco a poco, con los años, Bouvard y Pécuchet me ha ido convenciendo, a base de relecturas, de dos cosas. Una, que seguramente es la mejor novela de todos los tiempos*; y dos, que si uno se quiere dedicar a escribir, debe estar leyéndola constantemente. Y me explico.

Hace unos días, en Diario Kafka, Juan Mal-herido defendía en un artículo titulado “Ser escritor sin haber leído a Lolita” que se puede escribir bien sin leer, no a Nabokov, ¡sino a nadie!, que el escritor solo se necesita a sí mismo y a su obra en marcha. Estoy de acuerdo con Juan en que leer no es una condición necesaria para escribir bien, pero pongo un pero. A Flaubert, al maestro, es obligatorio leerlo. Simplemente porque uno necesita alguien con quien compararse, una referencia, una unidad de medida para saber el grado de ridiculez de sus propios escritos. Y dados a elegir una unidad de medida, un metro de platino iridiado, lo mejor es escoger a Flaubert. Al fin y al cabo, tipos como Chéjov, Proust, Joyce, Faulkner o Vargas-Llosa lo hicieron.

Hablaremos más detenidamente de Flaubert en futuras entradas de este Blog para centrarme aquí en justificar la primera de mis atrevidas afirmaciones, la de por qué creo que es seguramente la mejor novela de todos los tiempos. En mi opinión, las novelas poseen diferentes niveles de profundidad. El más elevado sería la idea abstracta, el concepto fundamental sobre el que trata la historia, y debería de responder a la pregunta ¿qué se pretende mostrar con esta novela?; un nivel por debajo estaría la trama, que es la historia que va a hacer surgir en el lector la comprensión de esa idea fundamental, y debería responder a la pregunta clásica ¿de qué va la novela?; la siguiente estructura la constituye las diferentes escenas que el autor elige para desarrollar esa trama, es decir, qué va a contar (y qué no) de todo lo que él sabe que sucede en su historia; y finalmente, por debajo de las escenas, están las sentencias y las palabras, el nivel más básico, los cimientos; es decir, que todo eso que les he contado es muy bonito pero que al final hay que apoyar la punta del lápiz sobre el papel y hay que ir apuntando una palabra detrás de la otra. Y es ahí donde Flaubert domina el juego no solo con talento, sino con algo mucho mejor, con esfuerzo. No hay frase que no esté ajustada, no hay palabra imprecisa, no hay alusión, sobreentendido, cadencia, progresión, recuerdo que no esté calculado y sabia y talentosamente escrito. La forma, Flaubert lo inventó, puede sustentar una obra.

Pero es que Bouvard y Pécuchet, además, nos habla sobre un concepto sublime, lo que, junto a los poderosos cimientos de la forma Flaubertiana, la encumbran a lo más alto del podio novelístico. Para mí, Bouvard y Pécuchet trata de la futilidad de la vida, o más bien de lo que uno decida hacer en su vida. Para ello, Gustave escoge a dos señores, les da dinero suficiente para no tener que trabajar y los dota de las inquietudes y la estupidez suficiente como para dedicarse a ir probando diferentes ocupaciones hasta agotarlas, hasta mostrar que todo tiene un límite, o que nada es interesante más allá de un determinado punto.

*Estoy leyendo El Quijote y es muy posible que mi opinión cambie en unos meses. En cualquier caso, es llamativo que en ambos libros los protagonistas sean un par de bichos raros que se lanzan a enfrentar el Mundo. 


[Observando la figura al pastel de una dama vestida a la moda Luis XV...]
La viuda reprobó, por inconveniente, el escote de la dama de peluca empolvada.
¿Qué tiene de malo? –replicó Bouvard. Cuando se posee algo bello...
Y añadió, más bajo:
Como usted, estoy seguro.
El notario estaba de espaldas, estudiando el árbol genealógico de la familia Croixmare. Ella no respondió, pero jugueteaba con la larga cadena del reloj. Su pecho combaba el tafetán negro del corpiño; y entrecerrando las pestañas, bajaba el mentón pavoneándose como una tórtola; preguntó luego con expresión ingenua:
¿Cómo se llamaba esta señora?
No se sabe; era una favorita del regente, el que dio tantos escándalos.
Es conocido. Las memorias de la época...
Y el notario, sin terminar la frase, deploró ese ejemplo de un príncipe arrastrado por sus pasiones.
¡Pero si ustedes son todos iguales!
Los dos hombres protestaron y siguió un diálogo sobre las mujeres, sobre el amor. Marescot afirmó que existen muchas uniones dichosas. A veces, sin sospecharlo siquiera, uno tiene cerca lo necesario para su felicidad. La alusión era directa. Las mejillas de la viuda se sonrojaron, pero reponiéndose enseguida dijo:
Ya hemos pasado las edades de las locuras, ¿no es cierto, Monsieur Bouvard?
¡Oh, no seré yo quien lo diga!
Y le ofreció el brazo para pasar a la otra habitación.

Bouvard y Pécuchet, 1881. Gustave Flaubert.

viernes, 18 de enero de 2013

MP 19



Monstruos perfectos
-19-
¿Tener éxito así, de primeras? Venga, ¿cómo? ¿Así, sin hacerlo bien? Venga, dime cómo. ¿Así? ¿Pa'que el disco luego suene como un cromo?
Éxito N un tomo, 1998. Frank T.



jueves, 17 de enero de 2013

MP 18



Monstruos perfectos
-18-
Pero el fin del mundo, por lejos que estuviera, los apesadumbró, y juntos caminaron en silencio por los guijarros.
Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

miércoles, 16 de enero de 2013

MP 17



Monstruos perfectos
-17-
Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas.
La familia de Pascual Duarte, 1942. Camilo José Cela.

lunes, 14 de enero de 2013

Manta Barojiana



Manta Barojiana


Siempre he pensado que una bonita forma de estudiar historia, y hasta geografía, sería, en lugar de recurrir a textos casi siempre ariscos y desmoralizadores (quién no recuerda aquellos plomos del instituto), leer novelas escritas en las diferentes épocas y regiones.

Así, por ejemplo, uno podría hacerse una buena idea de los efectos producidos en la sociedad británica por la Revolución Industrial simplemente leyendo a Dickens, podría comprender bastante bien lo que se cocía durante las revoluciones que acabaron con el absolutismo europeo en el siglo XIX leyendo a Hugo, a Flaubert o a Pérez-Galdós, asimilar en la medida de lo posible realidades como el fascismo junto a Primo Levi o a Ana Frank, entender lo que nos llevó a las guerras leyendo lo que había antes (Pla, Baroja, Valle-Inclán) y lo que quedó después (Cela, Sánchez-Ferlosio, Kundera, Salinger, Ishiguro), contemplar burbujas iridiscentes (Scott-Fitgerald, Capote, Easton Ellis) o recesiones atroces (Carver, Wolff).

Cada autor es hijo de su época, y ésta se filtra en cada frase de sus libros, en la forma de sentir e interpretar la realidad de cada personaje, en la forma de hablar, en las descripciones y, cómo no, en los temas tratados.

En La lucha por la vida, Pío Baroja nos presenta una de esas novelas cuyo argumento no es más que la realidad social. Una novela colectiva. Escrita por fascículos, y posteriormente arreglada como obra completa en tres partes (La busca, Mala hierba y Aurora roja), a Pío le importa poco lo que les pase a sus personajes, tanto es así que ni siquiera se permite el lujo de tener un personaje principal, sino que prácticamente todos ellos poseen la misma relevancia. Lo que pretende es mostrarnos lo que acontece en el Madrid de principios del siglo XX. Quiere contarnos lo que pasa a diario, lo común, rehúye que nos enganchemos a una trama personal, y si es verdad que siempre se necesita un conflicto, el conflicto está ahí cada mañana lluviosa y fría sin un real en el bolsillo y sin un techo bajo el que guarecerse. Manuel, el que podríamos pensar que es el protagonista, no es más que una excusa para que el narrador actúe como una cámara que va siguiendo sus pasos para registrar todo aquello con lo que se encuentra.

Con la maestría de los grandes, por descontado, Pío nos sumerge en el mundo de los desgraciados, de los indigentes, de los pillos que pululan por las calles de aquel Madrid pubescente que ya vas notando que se está convirtiendo en el viejo y castizo Madrid de hoy día.

Con todo, la novela engancha, porque a parte de la arquitectura una obra debe de tener buenos acabados, y eso es lo que tiene La lucha por la vida y lo que le mantiene el interés. Uno no puede evitar levantar la mirada de sus páginas no por saber cómo acabará todo, sino porque le fascina lo que está viendo en cada instante.

En definitiva, que La lucha por la vida es una buena manera de enterarse de cómo estaban las cosas en Madrid hace unos cien años: sin sanidad, sin derechos laborales, sin educación, sin dignidad ciudadana, con el puede más el que más tiene (¿les suena?);  pero también es una buena forma de disfrutar de la mejor literatura.


Por la mañana salieron de la casa. El día se presentaba húmedo y triste; a lo lejos, el campo envuelto en niebla. El barrio de las Injurias se despoblaba; iban saliendo sus habitantes hacia Madrid, a la busca, por las callejuelas llenas de cieno; subían unos al paseo Imperial, otros marchaban por el arroyo de Embajadores.
Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres tenían aún las mujeres, sucias, desgreñadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria.
-Si los ricos vieran esto, ¿eh? -dijo don Alonso.
-¡Bah! , no harían nada -murmuró Jesús.
-¿Por qué?
-Porque no. Si le quita usted al rico la satisfacción de saber que mientras él duerme otro se hiela y que mientras él come otro se muere de hambre, le quita usted la mitad de su dicha.
-¿Crees tú eso? -preguntó don Alonso, mirando a Jesús con asombro.
-Sí. Además, ¿qué nos importa lo que piensen? Ellos no se ocupan de nosotros; ahora dormirán en sus camas limpias y mullidas, tranquilamente, mientras nosotros...
Hizo un gesto de desagrado el Hombre-boa; le molestaba que se hablara mal de los ricos.
Mala hierba, 1904. Pío Baroja.

viernes, 11 de enero de 2013

MP 16



Monstruos perfectos
-16-
Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela.
El corazón delator, 1843. Edgar Allan Poe.

jueves, 10 de enero de 2013

MP 15



Monstruos perfectos
-15-
Mingote comulgaba en las ideas anárquico-filantrópico-colectivistas; algunas de sus cartas terminaban poniendo: "Salud y revolución social", lo cual no era obstáculo para que intentase unas veces establecer una casa de préstamos; otras, una casa de citas o algún otro "honrado" comercio por el estilo.
Mala hierba, 1904. Pío Baroja.

miércoles, 9 de enero de 2013

MP 14



Monstruos perfectos
-14-
Las tazas de water en los cuartos de baño modernos se elevan del suelo como flores blancas de nenúfar.

La insoportable levedad del ser, 1984. Milan Kundera.

lunes, 7 de enero de 2013

Está bien, te llamo Jaguar



Está bien, te llamo Jaguar

Que a Mario Vargas Llosa no le hayan concedido el Premio Nobel hasta el año 2010, ya con 74 años el pobre, es como si a Leo Messi no le hubiesen dado todavía, a fecha de hoy, un balón de oro. Vamos, ¡una injusticia que clama al cielo!

Mario ha escrito 18 obras de ficción (dejemos lo otro de lado). De esas 18 obras he leído 9. De esas 9, puedo asegurar que 6 son obras espléndidas, y de esas 6, al menos 4 son obras maestras. Y todavía no he leído Conversación en La Catedral, La casa verde, ni La guerra del fin del mundo, de las que se asegura que también lo son.

Resumiendo: 7 obras maestras. Un único escritor. Eso no lo hace cualquiera.

Creo que podemos decir, sin ningún rubor, que Mario Vargas Llosa es el mejor narrador vivo. ¿Si no quién? ¿Philip Roth?, que se empeña una y otra vez en contarnos la historia de su vida, es decir, la de un judío norteamericano que ha superado un cáncer de próstata (tendré que leer alguno de los libros que escribió antes de que lo operaran, pero me da que serán  historias sobre judíos norteamericanos jóvenes que aún no han sido operados de la próstata). ¿Paul Auster?, que parece que cada vez que piensa en escribir un libro se asome a la ventana de su precioso estudio de Manhattan para verle la barba desgarbada al mendigo de turno, y luego nos sale con una romántica parábola del desmoronamiento humano. Paul, amigo, coge el subway y cambia de barrio. No muy lejos de tu querido Park Slope tienes desmoronamiento del bueno. ¿Murakami? Bien, sigamos...

Al menos, eso sí, los señores miembros del Comité Nobel acertaron en la descripción de la obra de Mario:

“Por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”

Es así, y tuve que leer esa frase para caer en la cuenta. Desde La ciudad y los perros hasta La fiesta del Chivo su literatura es una literatura de rebelión, un 1984 Orwelliano pero realista, tangible, que nos suena a noticiario o a documental de Informe Semanal, que nos suena a que está pasando, que nos trae acá a los tipos que mueven los hilos y nos los enfrenta para que nos demos cuenta de que, aunque pueden aplastarnos como si fuésemos gusanos, aunque les protege esa estructura de poder que la suerte les ha puesto de su lado, no dejan de ser hombres, hombres de carne y hueso, hombres como nosotros.

La literatura de Mario nos muestra las diferentes plantas del edificio social, desde el lujoso ático dúplex hasta el sótano mohoso, pero luego se mete en esas casas y nos dice: ¿no veis?, todos esos tienen que ir al baño una vez al día.

A veces me parecen contradictorias su literatura y sus ideas personales, las cuales le han granjeado un buen número de detractores. A él parece que le da lo mismo lo que piensen, y se hace fotos con el más pintado (aquí).

Pero al César lo que es del César: literariamente, Mario no tiene competencia.

Es el mejor. Es tan bueno que, aun cuando hace experimentos con la sintaxis, cuando innova en la forma de narrar y cuando arriesga, lo hace únicamente en base a las necesidades de la historia que está contando. Por eso es un gran narrador, porque todo está al servicio de la historia, hasta la propia literatura.

No sabía si hablarles aquí sobre su primera novela, La ciudad y los perros (a los 25 años) o sobre la “última”, La fiesta del Chivo, que imagino que cerrará su trayectoria literaria de calidad (no creo que le pase como a Cormac McCarthy, que parió su obra maestra a los 73 años; eso de hacer obras maestras debe de ser cansado y Mario ya lleva tiempo dándole a la manivela), así que les hablaré un poquito de cada una.

Si no lo han leído les recomendaría que empezaran por La fiesta del Chivo. Allí se encontrarán cara a cara con un tirano, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y comprenderán cómo es posible que un único hombre pueda deprimir a un pueblo entero. Luego, les invito a leer La ciudad y los perros; a seguir de cerca las tropelías del Jaguar, del esclavo Arana y del poeta Alberto, y comprobar cómo las estructuras de poder se cementan ya en los años jóvenes, y no son más que organización y liderazgo.

Y luego... Los jefes, Los cachorros, Conversación en La Catedral, y etcétera, etcétera, etcétera.

-No podemos quedarnos así. Hay que hacer algo -dijo Arróspide. Su rostro blanco destacaba entre los muchachos cobrizos de angulosas facciones. Estaba colérico y su puño vibraba en el aire.
-Llamaremos a ése que le dicen el Jaguar -propuso Cava.
Era la primera vez que lo oían nombrar. "¿Quién?", preguntaron algunos; "¿es de la sección?"
-Sí -dijo Cava-. Se ha quedado en su cama. Es la primera, junto al baño.
-¿Por qué el Jaguar? -dijo Arróspide-. ¿No somos bastantes?
-No -dijo Cava- No es eso. Él es distinto. No lo han bautizado. Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera. Lo llevaron al estadio conmigo, ahí detrás de las cuadras. Y se les reía en la cara, y les decía: "¿así que van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver". Se les reía en la cara. Y eran como diez.
-¿Y? -dijo Arróspide.
-Ellos lo miraban medio asombrados -dijo Cava- Eran como diez, fíjense bien. Pero sólo cuando nos llevaban al estadio. Allá se acercaron más, como veinte, o más, un montón de cadetes de cuarto. Y él se les reía en la cara; "¿así que van a bautizarme?", les decía, qué bien, qué bien.
-¿Y? -dijo Alberto. -¿Usted es un matón, perro?, le preguntaron. Y entonces, fíjense bien, se les echó encima. Y riéndose. Les digo que había ahí no sé cuantos, diez o veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la Virgen que todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o con la cara rota, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a bautizarme?, qué bien, qué bien.
-¿Y por qué le dices Jaguar? -preguntó Arróspide.
-Yo no -dijo Cava-. Él mismo. Lo tenían rodeado y se habían olvidado de mí. Lo amenazaban con sus correas y él comenzó a insultarlos, a ellos, a sus madres, a todo el mundo. Y entonces uno dijo: "a esta bestia hay que traerle a Gambarina". Y llamaron a un cadete grandazo, con cara de bruto, y dijeron que levantaba pesas.
-¿Para qué lo trajeron? -preguntó Alberto.
-¿Pero por qué le dicen el Jaguar? -insistió Arróspide. 
-Para que pelearan -dijo Cava-. Le dijeron: "oiga, perro, usted que es tan valiente, aquí tiene uno de su peso". Y él les contestó: "me llamo Jaguar. Cuidado con decirme perro".

 La ciudad y los perros, 1963. Mario Vargas Llosa.