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sábado, 10 de octubre de 2015

MP 200


Monstruos perfectos
-200-
Se puede encontrar maldad hasta en el más pequeño de los animales, pero cuando Dios creó al hombre el diablo estaba a su lado.
Meridiano de sangre, 1985Cormac McCarthy.

martes, 14 de mayo de 2013

MP 73



Monstruos perfectos
-73-
Miró al cielo por la fuerza de la costumbre pero no había nada que ver allí.

La carretera, 2006. Cormac McCarthy

miércoles, 20 de marzo de 2013

MP 48



Monstruos perfectos
-48-
Toma un poco, papá.
Quiero que te la bebas tú. 
Solo un poco.
Cogió la lata y dio un sorbo y se la devolvió. Bebe tú, dijo. Quedémonos aquí sentados un rato.
Es porque nunca más volveré a beber otra, ¿verdad?
Nunca más es mucho tiempo.
Vale, dijo el chico.

La carretera, 2006. Cormac McCarthy

lunes, 10 de diciembre de 2012

El hombre. El chico.


El hombre. El chico.

Cormac McCarthy, el autor de La Carretera, esa joya de la literatura actual, solo sabe escribir libros de gente que se va caminando, en camioneta o a caballo, desde un sitio A a un sitio B, normalmente huyendo de su vida para buscar otra mejor o porque le persigue un maníaco asesino que se parece a Javier Bardem. 

A parte de eso, todos sus personajes son tipos duros, es decir, que hablan poco y dicen lo que tengan que decir y se van dejándote con la palabra en la boca y ya te apañarás. Las mujeres, también.

A parte de eso, Cormac ha estado toda la vida escribiendo el mismo maldito libro sin repetirse demasiado y haciéndolo con una sublime exquisitez. Tanto es así que con 73 años va y escribe otra vez lo mismo y reinventa el género post-apocalíptico, y si nos despistamos y aguanta unos años más le darán el Nobel. Cormac: ¡te sales! 

La carretera es un libro difícil de leer, abrupto, de vocabulario farragoso y de ritmo desmembrado. Unas frases no casan con las otras y todo es negro y negro y gris y gris y descascarillado y frío y húmedo y nieve y agua y tos y humo. ¿Pero qué quieren? ¡A esa pobre gente se le está acabando el mundo!

Además, a Cormac le sale así la escritura. El estilo, si ustedes quieren. Se empeña en escribir sin trucos literarios, casi sin herramientas: nunca nos dirá cómo piensa uno de sus personajes, qué siente, qué planea, cuáles son sus intenciones ocultas. Si alguien tiene frío dirá que tiembla, si alguien tiene miedo dirá que tiembla, si un hombre se siente despechado el narrador se limitará a contarnos cómo reacciona cuando la ve a ella, si agacha la cabeza, si sube el tono de voz al decir su nombre, o si le tiemblan los labios. Nada acerca de lo que se rumia en sus entrañas.

Cormac quiere escribir como si escribir fuese ir contando lo que hay ahí delante y punto. No usa bálsamos. No se concede lujos ni nos los concede a nosotros. Parece querer decir: voy a hacerlo lo más difícil que pueda, voy a hacer una escritura como la vida real, donde nadie nos dice al oído las sensaciones y las intenciones que tienen los demás, nuestro jefe, nuestra esposa, donde solo están los rostros y los hechos, y con ellos nos las tenemos que apañar para inferir conclusiones.

Está muy bien Cormac McCarthy, aunque sus libros sean repetitivos, porque siempre ha sabido buscar variaciones interesantes: un vaquero que se va a México (hago una trilogía), un niño que se va de casa (ya tengo otro más), un tipo que se fuga con dinero y le va detrás el maníaco (los Coen me hacen la peli), un padre y un hijo que huyen de la desesperanza caminando hacia el Sur (hago una obra maestra).

Con La carretera lo ha acertado. A veces no basta con ser un buen escritor y tener un estilo propio, también hay que acertar el tema (recordad lo que le pasó a Truman). La carretera: padre e hijo, solos, desesperados, sobreviviendo en un mundo en extinción. ¡Es tan buena idea!

Y no solo eso, es que además es la cruda historia que Cormac necesitaba para que su crudeza narrativa resonase en todo su esplendor. 

Yo, que siempre he querido escribir una novela post-apocalíptica, me siento como si me hubiesen robado la cartera.


“La miró. Ella estaba estudiando su cara.
¿Qué crees que diría él si te viera aquí hablando conmigo?
No es celoso.
Eso es bueno. Es una buena cualidad. Le ahorrará muchos disgustos.
¿Qué quieres decir?
Nada. Tengo que irme.
¿Me odias?
No.
No te gusto.
La miró. Me estás cansando, chica, dijo. ¿Qué importa eso? Si tienes la conciencia sucia dime lo que quieres que diga y lo diré.
No serías tú quien lo diría. En cualquier caso, no tengo la conciencia sucia. Solo pensaba que podíamos ser amigos.
Meneó la cabeza. Son solo palabras, Mary Catherine. Tengo que irme.
¿Y qué si son solo palabras? Todo son palabras, ¿no?
No todo.”

Todos los hermosos caballos, 1992. Cormac McCarthy