Mostrando entradas con la etiqueta Vargas Llosa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Vargas Llosa. Mostrar todas las entradas

viernes, 13 de septiembre de 2013

Repetirse



Repetirse

Nos pasa con los buenos alumnos y nos pasa con los genios que cuanto más dan más se les pide, más trabajo, más resultados, más buenas ideas, más sorpréndanme ustedes. Y sucede que a veces es pedir demasiado. Es lo que me ha pasado con Vargas Llosa este verano. Uno esperaba otra obra maestra, como si eso fuese pan comido, y va y se encuentra el boceto, los ensayos con borrones de esa obra que quería encontrar. Y mientras lee se va acordando de otros personajes de otras novelas que escribió después, el doctor Balaguer y el matón de Johnny Abbes de La fiesta del Chivo, por ejemplo, cuyos orígenes se perciben ya en el Cayo Mierda de Conversación en La Catedral, solo que aquí quedan como desamparados, perdidos entre las hojas y las palabras y ese juego malabar de mezclar conversaciones que don Mario se trae entre manos en esta ocasión y que demuestra que los caminos más hermosos, a veces, no son los más empinados. Se agradece, sin embargo, el esfuerzo de Conversación en La Catedral, porque es una obra digna de la que tanto aprender, pero sobre todo porque mucho me temo que sin haber escrito esta, no hubiésemos podido disfrutar de la otra, la realmente buena. O tal vez sea cierto que siempre está uno escribiendo el mismo libro.

DESDE la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos a Miraflores, cruza la Plaza y ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del Bar Zela, siéntate Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los zapatos, le invitaba un trago. No parece borracho todavía y Santiago se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los zapatos a él. Listo jefe, ahoritita jefe, se los dejaría como espejos, jefe.
Conversación en La catedral, 1969. Mario Vargas Llosa.


jueves, 5 de septiembre de 2013

MP 105



Monstruos perfectos
-105-
-Yo también detesto la política, pero qué quiere -dijo don Fermín-. Cuando la gente de trabajo se abstiene y deja la política a los políticos el país se va al diablo.
Conversación en La Catedral, 1969. Mario Vargas Llosa.

lunes, 8 de julio de 2013

MP 99



Monstruos perfectos
-99-
-Cuatro -dijo el Jaguar.
La ciudad y los perros, 1963. Mario Vargas Llosa.

jueves, 4 de julio de 2013

MP 97



Monstruos perfectos
-97-
-Le tienes miedo a tu mujer -dice Norwin-. Uy, qué jodido estás, Zavalita.
Conversación en La Catedral, 1969. Mario Vargas Llosa.

viernes, 28 de junio de 2013

MP 95



Monstruos perfectos
-95-
Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?
Conversación en La Catedral, 1969. Mario Vargas Llosa.

lunes, 7 de enero de 2013

Está bien, te llamo Jaguar



Está bien, te llamo Jaguar

Que a Mario Vargas Llosa no le hayan concedido el Premio Nobel hasta el año 2010, ya con 74 años el pobre, es como si a Leo Messi no le hubiesen dado todavía, a fecha de hoy, un balón de oro. Vamos, ¡una injusticia que clama al cielo!

Mario ha escrito 18 obras de ficción (dejemos lo otro de lado). De esas 18 obras he leído 9. De esas 9, puedo asegurar que 6 son obras espléndidas, y de esas 6, al menos 4 son obras maestras. Y todavía no he leído Conversación en La Catedral, La casa verde, ni La guerra del fin del mundo, de las que se asegura que también lo son.

Resumiendo: 7 obras maestras. Un único escritor. Eso no lo hace cualquiera.

Creo que podemos decir, sin ningún rubor, que Mario Vargas Llosa es el mejor narrador vivo. ¿Si no quién? ¿Philip Roth?, que se empeña una y otra vez en contarnos la historia de su vida, es decir, la de un judío norteamericano que ha superado un cáncer de próstata (tendré que leer alguno de los libros que escribió antes de que lo operaran, pero me da que serán  historias sobre judíos norteamericanos jóvenes que aún no han sido operados de la próstata). ¿Paul Auster?, que parece que cada vez que piensa en escribir un libro se asome a la ventana de su precioso estudio de Manhattan para verle la barba desgarbada al mendigo de turno, y luego nos sale con una romántica parábola del desmoronamiento humano. Paul, amigo, coge el subway y cambia de barrio. No muy lejos de tu querido Park Slope tienes desmoronamiento del bueno. ¿Murakami? Bien, sigamos...

Al menos, eso sí, los señores miembros del Comité Nobel acertaron en la descripción de la obra de Mario:

“Por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”

Es así, y tuve que leer esa frase para caer en la cuenta. Desde La ciudad y los perros hasta La fiesta del Chivo su literatura es una literatura de rebelión, un 1984 Orwelliano pero realista, tangible, que nos suena a noticiario o a documental de Informe Semanal, que nos suena a que está pasando, que nos trae acá a los tipos que mueven los hilos y nos los enfrenta para que nos demos cuenta de que, aunque pueden aplastarnos como si fuésemos gusanos, aunque les protege esa estructura de poder que la suerte les ha puesto de su lado, no dejan de ser hombres, hombres de carne y hueso, hombres como nosotros.

La literatura de Mario nos muestra las diferentes plantas del edificio social, desde el lujoso ático dúplex hasta el sótano mohoso, pero luego se mete en esas casas y nos dice: ¿no veis?, todos esos tienen que ir al baño una vez al día.

A veces me parecen contradictorias su literatura y sus ideas personales, las cuales le han granjeado un buen número de detractores. A él parece que le da lo mismo lo que piensen, y se hace fotos con el más pintado (aquí).

Pero al César lo que es del César: literariamente, Mario no tiene competencia.

Es el mejor. Es tan bueno que, aun cuando hace experimentos con la sintaxis, cuando innova en la forma de narrar y cuando arriesga, lo hace únicamente en base a las necesidades de la historia que está contando. Por eso es un gran narrador, porque todo está al servicio de la historia, hasta la propia literatura.

No sabía si hablarles aquí sobre su primera novela, La ciudad y los perros (a los 25 años) o sobre la “última”, La fiesta del Chivo, que imagino que cerrará su trayectoria literaria de calidad (no creo que le pase como a Cormac McCarthy, que parió su obra maestra a los 73 años; eso de hacer obras maestras debe de ser cansado y Mario ya lleva tiempo dándole a la manivela), así que les hablaré un poquito de cada una.

Si no lo han leído les recomendaría que empezaran por La fiesta del Chivo. Allí se encontrarán cara a cara con un tirano, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y comprenderán cómo es posible que un único hombre pueda deprimir a un pueblo entero. Luego, les invito a leer La ciudad y los perros; a seguir de cerca las tropelías del Jaguar, del esclavo Arana y del poeta Alberto, y comprobar cómo las estructuras de poder se cementan ya en los años jóvenes, y no son más que organización y liderazgo.

Y luego... Los jefes, Los cachorros, Conversación en La Catedral, y etcétera, etcétera, etcétera.

-No podemos quedarnos así. Hay que hacer algo -dijo Arróspide. Su rostro blanco destacaba entre los muchachos cobrizos de angulosas facciones. Estaba colérico y su puño vibraba en el aire.
-Llamaremos a ése que le dicen el Jaguar -propuso Cava.
Era la primera vez que lo oían nombrar. "¿Quién?", preguntaron algunos; "¿es de la sección?"
-Sí -dijo Cava-. Se ha quedado en su cama. Es la primera, junto al baño.
-¿Por qué el Jaguar? -dijo Arróspide-. ¿No somos bastantes?
-No -dijo Cava- No es eso. Él es distinto. No lo han bautizado. Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera. Lo llevaron al estadio conmigo, ahí detrás de las cuadras. Y se les reía en la cara, y les decía: "¿así que van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver". Se les reía en la cara. Y eran como diez.
-¿Y? -dijo Arróspide.
-Ellos lo miraban medio asombrados -dijo Cava- Eran como diez, fíjense bien. Pero sólo cuando nos llevaban al estadio. Allá se acercaron más, como veinte, o más, un montón de cadetes de cuarto. Y él se les reía en la cara; "¿así que van a bautizarme?", les decía, qué bien, qué bien.
-¿Y? -dijo Alberto. -¿Usted es un matón, perro?, le preguntaron. Y entonces, fíjense bien, se les echó encima. Y riéndose. Les digo que había ahí no sé cuantos, diez o veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la Virgen que todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o con la cara rota, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a bautizarme?, qué bien, qué bien.
-¿Y por qué le dices Jaguar? -preguntó Arróspide.
-Yo no -dijo Cava-. Él mismo. Lo tenían rodeado y se habían olvidado de mí. Lo amenazaban con sus correas y él comenzó a insultarlos, a ellos, a sus madres, a todo el mundo. Y entonces uno dijo: "a esta bestia hay que traerle a Gambarina". Y llamaron a un cadete grandazo, con cara de bruto, y dijeron que levantaba pesas.
-¿Para qué lo trajeron? -preguntó Alberto.
-¿Pero por qué le dicen el Jaguar? -insistió Arróspide. 
-Para que pelearan -dijo Cava-. Le dijeron: "oiga, perro, usted que es tan valiente, aquí tiene uno de su peso". Y él les contestó: "me llamo Jaguar. Cuidado con decirme perro".

 La ciudad y los perros, 1963. Mario Vargas Llosa.

viernes, 7 de diciembre de 2012

MP 1


Monstruos Perfectos
-1-

-Bueno, bueno -trata de hacerse la simpática la enfermera-. Sería un dictador y lo que digan, pero parece que entonces se vivía mejor. Todos tenían trabajo y no se cometían tantos crímenes. ¿No es cierto, señorita?
La fiesta del Chivo, 2000. Mario Vargas Llosa.