Repetirse
Nos pasa con los buenos alumnos y nos pasa con
los genios que cuanto más dan más se les pide, más trabajo, más resultados, más
buenas ideas, más sorpréndanme ustedes. Y sucede que a veces es pedir
demasiado. Es lo que me ha pasado con Vargas Llosa este verano. Uno esperaba
otra obra maestra, como si eso fuese pan comido, y va y se encuentra el boceto,
los ensayos con borrones de esa obra que quería encontrar. Y mientras lee se va
acordando de otros personajes de otras novelas que escribió después, el doctor
Balaguer y el matón de Johnny Abbes de La fiesta del Chivo, por ejemplo,
cuyos orígenes se perciben ya en el Cayo Mierda de Conversación en La
Catedral, solo que aquí quedan como desamparados, perdidos entre las
hojas y las palabras y ese juego malabar de mezclar conversaciones que
don Mario se trae entre manos en esta ocasión y que demuestra que los caminos
más hermosos, a veces, no son los más empinados.
Se agradece, sin embargo, el esfuerzo de Conversación en La Catedral, porque es
una obra digna de la que tanto aprender, pero sobre todo porque mucho me temo
que sin haber escrito esta, no hubiésemos podido disfrutar de la otra, la
realmente buena. O tal vez sea cierto que siempre está uno escribiendo el mismo
libro.
DESDE la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos a Miraflores, cruza la Plaza y ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del Bar Zela, siéntate Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los zapatos, le invitaba un trago. No parece borracho todavía y Santiago se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los zapatos a él. Listo jefe, ahoritita jefe, se los dejaría como espejos, jefe.
Conversación en La catedral, 1969. Mario Vargas Llosa.