lunes, 30 de septiembre de 2013

MP 115



Monstruos perfectos
-115-
Escogía La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los
farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.
2666, 2004. Roberto Bolaño.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Instantáneas de NY - 5. Primer contacto


Instantáneas de Nueva York
5. Primer contacto

LA primera vez que el destino nos hizo tropezar, nosotros andábamos por el barrio de Astoria, en el distrito de Queens. Habíamos llegado en metro, contando los minutos que se tarda desde Times Square, y luego habíamos bajado por la Avenida 30 en busca de un apartamento cuya dirección no debía de haber escrito yo correctamente en el pedazo de papel arrugado en que iba tomando notas a vuela pluma cada vez que consultaba la web de Craigslist, pues no aparecía por ninguna parte.
El barrio nos había gustado, era familiar, tranquilo, tenía cierto aire centroeuropeo; estaba repleto de cafeterías espaciosas y limpias, y las mesas en las aceras eran como una invitación de los vecinos para que nos quedásemos a vivir con ellos. 
Y eso era lo que queríamos, así que apostados en una esquina, soportando el calor bajo la sombra de una acacia, tratamos reiteradamente de conectar con la WIFI de un restaurante italiano para confirmar la dirección correcta de entre las muchas avenues y streets que, al contrario de lo que sucedía en el callejero real, tan cuadriculado, se entrecruzaban garabateadas de cualquier manera en el papel. Pero al final no hubo WIFI, ni en el italiano ni en el Grill de la esquina opuesta ni en el chino de más allá, y, decepcionados, cansados, maldiciendo mi descuido con las notas, a punto de irnos ya, se me ocurrió que podíamos llamar a todos los teléfonos que teníamos apuntados hasta que diésemos con el dueño de ese apartamento de Astoria que no se nos podía escapar. 
Así que en realidad no fue tanta la casualidad. El número de Herbie estaba allí esperando, al acecho, anotado en ese papel sudado que iba de la mano al fondo polvoriento y sucio del bolso, y de aquí al bolsillo estrecho del pantalón vaquero; su número en un pedazo de celulosa que podría haber acabado en el suelo o en una papelera; su número camuflado entre números y guiones, entre  calles y avenidas y dobleces. No recuerdo si fue el primero, el tercero o el cuarto al que llamamos, algunos no daban tono, otros no cogían el teléfono, a otros los habíamos visitado con anterioridad y ya nos trataban con familiaridad, lo que recuerdo es que en una de tantas escuchamos una voz sorprendida, me pareció como si a su propietario le acabásemos de despertar de la siesta. 
-¿Sí? -dijo, y rápidamente solté yo la frase que traía aprendida en inglés, algo directo y escueto. 
-¿Tienes un apartamento en Astoria? 
-¿Cómo?

-¿Tienes un apartamento en Astoria? -insistí. 
-¿En Astoria? 
-Sí. 
-¿Pero con qu… quiere …? Yo t... 
-¿Cómo? ¿Perdone? 
-Y… t… Morningside H… 
-¿Hola?
El ruido del tráfico de la calle, de la gente paseando entre los comercios, charlando en las terrazas, y la mala cobertura de nuestro móvil impedía que entendiese nada de lo que me decía, y ni siquiera sabía si del otro lado me entendían a mí. 
-Toma -casi solté el móvil-, yo no me aclaro. 
Ella lo cogió y repitió lo que estábamos buscando con más calma, con mejor pronunciación, resaltando el nombre del barrio. Yo pegué la oreja al auricular.
-¿En Astoria? -le preguntó la voz divertida, todavía sorprendida, como si no pudiese comprender quién demonios era esa pareja de extraño acento que apenas le entendía y que se empeñaba en repetir el nombre de un barrio en el que probablemente nunca había estado ni pensaba nunca pisar-. No -dijo, y de pronto la línea funcionaba perfectamente-, yo no tengo un apartamento en Astoria. 
-Pero tenemos aquí su número -alegó ella-, eso es porque alquila un apartamento, ¿no? -parecía exigir explicaciones.
-Es p… en.. amig… Heighs.
-¿Perdone? No le entiendo.

-… porque ngo… go… ghs. 
-Bueno, mire -no había manera y total, qué más daba, no era la persona que buscábamos-, es imposible, disculpe la molestia, eh, ale, disculpe. 
Fue entonces cuando escuchamos por primera vez la frase que mejor define la personalidad de Herbie, una frase sencilla, condescendiente, amable, pero con una proyección simpática y despreocupada: 
-It’s OK -dijo, y me lo imaginé encogiendo los hombros por un instante-. It’s OK -como si le hubiésemos hecho pasar un buen rato, como si le hubiésemos alegrado el día, como si estuviese encantado de conocernos, como si no le hubiésemos molestado en absoluto y más aún, como si no hubiese nada de lo que preocuparse… Pero de la trascendencia de ese gesto no nos dimos cuenta entonces, pasó su magia como una simple muestra de buena educación, un saludo de despedida común, y nos reímos pero era por la confusión, por la desesperación y el cansancio del tiempo que llevábamos ya buscando, por la impotencia, y seguimos llamando y encontramos el apartamento y nos gustó y olvidamos el que casi alquilamos el día anterior en Inwood, menuda birria, y le dijimos a la dueña que al día siguiente le daríamos la respuesta pero por no decirle ya que sí, porque lo queríamos, pero había algunos inconvenientes, el dinero, los plazos, y nos volvimos para el Bronx haciendo cálculos pero contentos y casi decididos, y sin pensar en absoluto en Herbie, otro propietario más, una voz al otro lado de la línea, uno de esas personas que existen más allá de tu círculo vital, un cuerpo más que contar para alcanzar los siete mil millones de humanos que se dice que somos. Solo que este se estaba acercando.

martes, 24 de septiembre de 2013

MP 114



Monstruos perfectos
-114-
Pasaste estos últimos inviernos
al calor de un infierno
construido en el amor
para acabar en demolición




Me he perdido, 2007. Nacho Vegas.

lunes, 23 de septiembre de 2013

MP 113




Monstruos perfectos
-113-
Los hijos comienzan la vida amando a sus padres; al hacerse mayores los juzgan, y en ocasiones los perdonan.
El retrato de Dorian Gray, 1891. Oscar Wilde.