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sábado, 26 de abril de 2014

MP 171


Monstruos perfectos
-171-
Los placeres de que había esperado gozar no llegaban; y cuando hubo agotado un gabinete de lectura, recorrido las colecciones del Louvre y asistido varias veces a los espectáculos, cayó en una ociosidad sin fondo.
La educación sentimental, 1869. Gustave Flaubert.

miércoles, 2 de abril de 2014

Cuando fuimos jóvenes


Cuando fuimos jóvenes

Tela serigrafiada. Koldo Mitxelena
Existe, entre la novelística decimonónica, una variante temática a la que no pocos autores se han rendido. Me refiero al modelo de novela que trata el tema de la educación sentimental, es decir, de la formación del individuo en los temas relacionados con el amor. Estas novelas se concentran, por lo tanto, en lo que se conoce por “la edad de merecer”, y sus páginas nos muestran ese torbellino de sentimientos que uno tiene cuando se es joven y se enamora, y el otro parece un cúmulo inasible de virtudes, y las promesas tienen tanta fuerza como frágiles se demuestran muchas veces luego, con el paso del tiempo. Un par de ejemplos de este tipo de novelas son la maravillosa, y de acertado título, La educación sentimental, de Gustave Flaubert (1869), y Washington Square, de Henry James (1880). La primera cuenta los escarceos amorosos de un joven Frédéric Moreau, más arena que cal, y la segunda la azarosa aventura del compromiso matrimonial de Catherine, una pudiente neoyorquina de mediados del siglo XIX. Ambos autores ambientaron sus novelas en, aproximadamente, entre veinte y cuarenta años con anterioridad a la fecha en que fueron escritas, lo cual, junto con las conclusiones obtenidas por numerosos estudios, nos lleva a pensar que ambos estaban hablando de su propia juventud, de su propia experiencia formativa en cuanto a sentimientos. Se dice que La educación sentimental es la historia de Flaubert, enamorado de una mujer mayor cuando no era más que un pubescente francesito que acabaría convirtiéndose en uno de los tres mejores escritores de la historia. Lo mismo le sucede a su personaje. Se dice que Washington Square es la historia real de alguien muy cercano a Henry James. Parece, en cualquier caso, que ambos escritores pretendían, al escribir esas historias, si no exorcizar su propia experiencia formativa, al menos sí tratar de entender y sacar algo en claro de lo que les pasó en aquellos años locos de su juventud.

Pero nada se exorciza si uno no toma distancia, así que ambos literatos escribieron sus libros, y luego, añadieron unos capítulos, acelerados, al final de ellos, en los que se pasa revista a cómo acontecieron las vidas de sus sufridos personajes después del regocijo de hormonas que supuso la juventud. Así, no solo nos muestran el proceso de educación, sino también el resultado de ese proceso. Y el resultado de ese proceso, en ambos casos, parece sugerir lo mismo, lo que creo que dirían Gustave y Henry ya de mayores, y lo que dicen algunos adultos cuando echan la vista atrás. ¡Qué bonito fue! ¡Y cuánto afectó al discurrir de nuestra vida! Y sin embargo, ahora, con la mente preclara que otorga la distancia, cuán ingenuos fuimos, por qué poca cosa desesperábamos y qué poco ceño tuvimos para tomar las riendas. Pero ya se sabe, fue cuando fuimos jóvenes.

jueves, 28 de marzo de 2013

MP 53



Monstruos perfectos
-53-
Hay hombres para quienes la acción es tanto más impracticable cuanto más fuerte es en ellos el deseo. La desconfianza en ellos mismos los embaraza, el temor a disgustar les espanta.
La educación sentimental, 1869. Gustave Flaubert.

sábado, 9 de marzo de 2013

MP 43



Monstruos perfectos
-43-
La Creación está hecha de una materia ondulante y fugaz. ¡Sería mejor que nos ocupáramos de otra cosa!
Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

viernes, 1 de marzo de 2013

MP 38



Monstruos perfectos
-38-
Bouvard imaginó a Europa hundida en un abismo.
Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

viernes, 1 de febrero de 2013

MP 25



Monstruos perfectos
-25-
Ese pobre pueblo era más feliz cuando los señores y los obispos moderaban el absolutismo del rey. Ahora los industriales lo explotan. Caerá en la esclavitud.
Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

viernes, 25 de enero de 2013

MP 22



Monstruos perfectos
-22-

Yo trabajo, al menos, yo soy pobre.
Ya se ve dijo Frédéric, irritado.

La educación sentimental, 1869. Gustave Flaubert.

jueves, 24 de enero de 2013

MP 21



Monstruos perfectos
-21-
..., toda su persona le producía esa turbación a la que nos lanza el espectáculo de los hombres extraordinarios.

Un corazón simple. Tres cuentos , 1877. Gustave Flaubert.

miércoles, 23 de enero de 2013

MP 20



Monstruos perfectos
-20-
Vinieron días tristes.
Por temor a las decepciones, ya no estudiaban.

Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

lunes, 21 de enero de 2013

¿Y Bouvard?, Pécuchet


¿Y Bouvard?, Pécuchet


Durante mucho tiempo pensé que la mejor novela que había leído en mi vida era La educación sentimental, historia con tintes autobiográficos escrita por ese autor francés que es una de las cuatro o cinco razones por las que uno admira a los vecinos de arriba. Me parecía muy superior a su mucho más popular Madame Bovary, que ya es decir. Quede claro ya desde el principio que para mí, Flaubert es a la literatura como Kenia al atletismo de fondo, es decir, que siempre hay como mínimo dos de sus novelas en el podio de las mejores.

Unos años después leí su última e inacabada obra, la deliciosa, tierna y cercana Bouvard y Pécuchet y tuve la impresión de que esa última bala de Flaubert, disparada cuando ya estaba de vuelta física y anímicamente de este mundo, se quedaba sin fuelle para alcanzar la altura de las elevadas cimas de sus obras anteriores, por más que él estuviese convencido de que era su obra maestra.

Sin embargo, poco a poco, con los años, Bouvard y Pécuchet me ha ido convenciendo, a base de relecturas, de dos cosas. Una, que seguramente es la mejor novela de todos los tiempos*; y dos, que si uno se quiere dedicar a escribir, debe estar leyéndola constantemente. Y me explico.

Hace unos días, en Diario Kafka, Juan Mal-herido defendía en un artículo titulado “Ser escritor sin haber leído a Lolita” que se puede escribir bien sin leer, no a Nabokov, ¡sino a nadie!, que el escritor solo se necesita a sí mismo y a su obra en marcha. Estoy de acuerdo con Juan en que leer no es una condición necesaria para escribir bien, pero pongo un pero. A Flaubert, al maestro, es obligatorio leerlo. Simplemente porque uno necesita alguien con quien compararse, una referencia, una unidad de medida para saber el grado de ridiculez de sus propios escritos. Y dados a elegir una unidad de medida, un metro de platino iridiado, lo mejor es escoger a Flaubert. Al fin y al cabo, tipos como Chéjov, Proust, Joyce, Faulkner o Vargas-Llosa lo hicieron.

Hablaremos más detenidamente de Flaubert en futuras entradas de este Blog para centrarme aquí en justificar la primera de mis atrevidas afirmaciones, la de por qué creo que es seguramente la mejor novela de todos los tiempos. En mi opinión, las novelas poseen diferentes niveles de profundidad. El más elevado sería la idea abstracta, el concepto fundamental sobre el que trata la historia, y debería de responder a la pregunta ¿qué se pretende mostrar con esta novela?; un nivel por debajo estaría la trama, que es la historia que va a hacer surgir en el lector la comprensión de esa idea fundamental, y debería responder a la pregunta clásica ¿de qué va la novela?; la siguiente estructura la constituye las diferentes escenas que el autor elige para desarrollar esa trama, es decir, qué va a contar (y qué no) de todo lo que él sabe que sucede en su historia; y finalmente, por debajo de las escenas, están las sentencias y las palabras, el nivel más básico, los cimientos; es decir, que todo eso que les he contado es muy bonito pero que al final hay que apoyar la punta del lápiz sobre el papel y hay que ir apuntando una palabra detrás de la otra. Y es ahí donde Flaubert domina el juego no solo con talento, sino con algo mucho mejor, con esfuerzo. No hay frase que no esté ajustada, no hay palabra imprecisa, no hay alusión, sobreentendido, cadencia, progresión, recuerdo que no esté calculado y sabia y talentosamente escrito. La forma, Flaubert lo inventó, puede sustentar una obra.

Pero es que Bouvard y Pécuchet, además, nos habla sobre un concepto sublime, lo que, junto a los poderosos cimientos de la forma Flaubertiana, la encumbran a lo más alto del podio novelístico. Para mí, Bouvard y Pécuchet trata de la futilidad de la vida, o más bien de lo que uno decida hacer en su vida. Para ello, Gustave escoge a dos señores, les da dinero suficiente para no tener que trabajar y los dota de las inquietudes y la estupidez suficiente como para dedicarse a ir probando diferentes ocupaciones hasta agotarlas, hasta mostrar que todo tiene un límite, o que nada es interesante más allá de un determinado punto.

*Estoy leyendo El Quijote y es muy posible que mi opinión cambie en unos meses. En cualquier caso, es llamativo que en ambos libros los protagonistas sean un par de bichos raros que se lanzan a enfrentar el Mundo. 


[Observando la figura al pastel de una dama vestida a la moda Luis XV...]
La viuda reprobó, por inconveniente, el escote de la dama de peluca empolvada.
¿Qué tiene de malo? –replicó Bouvard. Cuando se posee algo bello...
Y añadió, más bajo:
Como usted, estoy seguro.
El notario estaba de espaldas, estudiando el árbol genealógico de la familia Croixmare. Ella no respondió, pero jugueteaba con la larga cadena del reloj. Su pecho combaba el tafetán negro del corpiño; y entrecerrando las pestañas, bajaba el mentón pavoneándose como una tórtola; preguntó luego con expresión ingenua:
¿Cómo se llamaba esta señora?
No se sabe; era una favorita del regente, el que dio tantos escándalos.
Es conocido. Las memorias de la época...
Y el notario, sin terminar la frase, deploró ese ejemplo de un príncipe arrastrado por sus pasiones.
¡Pero si ustedes son todos iguales!
Los dos hombres protestaron y siguió un diálogo sobre las mujeres, sobre el amor. Marescot afirmó que existen muchas uniones dichosas. A veces, sin sospecharlo siquiera, uno tiene cerca lo necesario para su felicidad. La alusión era directa. Las mejillas de la viuda se sonrojaron, pero reponiéndose enseguida dijo:
Ya hemos pasado las edades de las locuras, ¿no es cierto, Monsieur Bouvard?
¡Oh, no seré yo quien lo diga!
Y le ofreció el brazo para pasar a la otra habitación.

Bouvard y Pécuchet, 1881. Gustave Flaubert.

jueves, 17 de enero de 2013

MP 18



Monstruos perfectos
-18-
Pero el fin del mundo, por lejos que estuviera, los apesadumbró, y juntos caminaron en silencio por los guijarros.
Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

jueves, 20 de diciembre de 2012

MP 7



Monstruos perfectos
-7-

Parecíale que la felicidad merecida por la excelencia de su espíritu tardaba en llegar.

La educación sentimental, 1869. Gustave Flaubert.