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viernes, 8 de marzo de 2013

MP 42



Monstruos perfectos
-42-
Había en su aspecto algo lúbrico, inquietante y amenazador; se figuraba uno que aquella mujer debía de tener vicios extraños, que era capaz de cometer crímenes.
Mala hierba, 1904. Pío Baroja.

lunes, 14 de enero de 2013

Manta Barojiana



Manta Barojiana


Siempre he pensado que una bonita forma de estudiar historia, y hasta geografía, sería, en lugar de recurrir a textos casi siempre ariscos y desmoralizadores (quién no recuerda aquellos plomos del instituto), leer novelas escritas en las diferentes épocas y regiones.

Así, por ejemplo, uno podría hacerse una buena idea de los efectos producidos en la sociedad británica por la Revolución Industrial simplemente leyendo a Dickens, podría comprender bastante bien lo que se cocía durante las revoluciones que acabaron con el absolutismo europeo en el siglo XIX leyendo a Hugo, a Flaubert o a Pérez-Galdós, asimilar en la medida de lo posible realidades como el fascismo junto a Primo Levi o a Ana Frank, entender lo que nos llevó a las guerras leyendo lo que había antes (Pla, Baroja, Valle-Inclán) y lo que quedó después (Cela, Sánchez-Ferlosio, Kundera, Salinger, Ishiguro), contemplar burbujas iridiscentes (Scott-Fitgerald, Capote, Easton Ellis) o recesiones atroces (Carver, Wolff).

Cada autor es hijo de su época, y ésta se filtra en cada frase de sus libros, en la forma de sentir e interpretar la realidad de cada personaje, en la forma de hablar, en las descripciones y, cómo no, en los temas tratados.

En La lucha por la vida, Pío Baroja nos presenta una de esas novelas cuyo argumento no es más que la realidad social. Una novela colectiva. Escrita por fascículos, y posteriormente arreglada como obra completa en tres partes (La busca, Mala hierba y Aurora roja), a Pío le importa poco lo que les pase a sus personajes, tanto es así que ni siquiera se permite el lujo de tener un personaje principal, sino que prácticamente todos ellos poseen la misma relevancia. Lo que pretende es mostrarnos lo que acontece en el Madrid de principios del siglo XX. Quiere contarnos lo que pasa a diario, lo común, rehúye que nos enganchemos a una trama personal, y si es verdad que siempre se necesita un conflicto, el conflicto está ahí cada mañana lluviosa y fría sin un real en el bolsillo y sin un techo bajo el que guarecerse. Manuel, el que podríamos pensar que es el protagonista, no es más que una excusa para que el narrador actúe como una cámara que va siguiendo sus pasos para registrar todo aquello con lo que se encuentra.

Con la maestría de los grandes, por descontado, Pío nos sumerge en el mundo de los desgraciados, de los indigentes, de los pillos que pululan por las calles de aquel Madrid pubescente que ya vas notando que se está convirtiendo en el viejo y castizo Madrid de hoy día.

Con todo, la novela engancha, porque a parte de la arquitectura una obra debe de tener buenos acabados, y eso es lo que tiene La lucha por la vida y lo que le mantiene el interés. Uno no puede evitar levantar la mirada de sus páginas no por saber cómo acabará todo, sino porque le fascina lo que está viendo en cada instante.

En definitiva, que La lucha por la vida es una buena manera de enterarse de cómo estaban las cosas en Madrid hace unos cien años: sin sanidad, sin derechos laborales, sin educación, sin dignidad ciudadana, con el puede más el que más tiene (¿les suena?);  pero también es una buena forma de disfrutar de la mejor literatura.


Por la mañana salieron de la casa. El día se presentaba húmedo y triste; a lo lejos, el campo envuelto en niebla. El barrio de las Injurias se despoblaba; iban saliendo sus habitantes hacia Madrid, a la busca, por las callejuelas llenas de cieno; subían unos al paseo Imperial, otros marchaban por el arroyo de Embajadores.
Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres tenían aún las mujeres, sucias, desgreñadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria.
-Si los ricos vieran esto, ¿eh? -dijo don Alonso.
-¡Bah! , no harían nada -murmuró Jesús.
-¿Por qué?
-Porque no. Si le quita usted al rico la satisfacción de saber que mientras él duerme otro se hiela y que mientras él come otro se muere de hambre, le quita usted la mitad de su dicha.
-¿Crees tú eso? -preguntó don Alonso, mirando a Jesús con asombro.
-Sí. Además, ¿qué nos importa lo que piensen? Ellos no se ocupan de nosotros; ahora dormirán en sus camas limpias y mullidas, tranquilamente, mientras nosotros...
Hizo un gesto de desagrado el Hombre-boa; le molestaba que se hablara mal de los ricos.
Mala hierba, 1904. Pío Baroja.

jueves, 10 de enero de 2013

MP 15



Monstruos perfectos
-15-
Mingote comulgaba en las ideas anárquico-filantrópico-colectivistas; algunas de sus cartas terminaban poniendo: "Salud y revolución social", lo cual no era obstáculo para que intentase unas veces establecer una casa de préstamos; otras, una casa de citas o algún otro "honrado" comercio por el estilo.
Mala hierba, 1904. Pío Baroja.