El vino y la velocidad
Les dije que les mantendría informados, así que aquí tienen a los
flamantes finalistas (entre los que no verán mi estampa) del III Premio Internacional
de Narrativa Breve Ribera del Duero:
No les seré hipócrita. Uno siempre siente un pinchazo seco
en el orgullo cuando pierde, porque aunque sabe que ahí fuera hay gente que escribe
de maravilla, tiende a pensar no solo que estará a la altura, sino que además les sacará unas
décimas y que eso será advertido. Parece que no ha sido así esta vez y que habrá
que buscar otros caminos.
Aprovecho la ocasión para hablarles de
uno de los finalistas. Fíjense en el quinto, el de las gafas y la sonrisa
franca o tal vez insegura. Se llama Eloy Tizón. Hace tres meses me crucé con
él en Madrid. Yo bajaba de un sitio y él subía. Yo sabía quién era y que
estaría abajo, pero no le había visto nunca en persona. Le había leído su primer libro de
relatos, Velocidad de los Jardines, y su primera novela, Seda salvaje, pero
nada más que eso. Cuando le vi, comprendí enseguida los libros. Era un hombre alto y de
gran envergadura, aunque de apariencia frágil. Y tengo
la impresión de que los hombres grandes suelen ser nostálgicos y
bonachones. Es de nostalgia, precisamente, de lo que trata su primer libro de cuentos.
Lo escribió con veintiséis o veintisiete años y ya echaba de menos a rabiar a sus amigos del instituto: sus caras adormiladas en clase, las trastadas que alguno le hacía al profesor, la novieta que se ve que tuvo, los líos en que se metían y las veces en que se libraban de un examen por un aviso de bomba. Todas esas vivencias le producían una intensa melancolía y con ellas escribió esa pequeña maravilla que es Velocidad de los jardines.
Lo escribió con veintiséis o veintisiete años y ya echaba de menos a rabiar a sus amigos del instituto: sus caras adormiladas en clase, las trastadas que alguno le hacía al profesor, la novieta que se ve que tuvo, los líos en que se metían y las veces en que se libraban de un examen por un aviso de bomba. Todas esas vivencias le producían una intensa melancolía y con ellas escribió esa pequeña maravilla que es Velocidad de los jardines.
El libro es nostálgico no tanto porque
traiga a colación asuntos pasados y añorados, sino porque está escrito con el aire
melancólico de quien desearía regresar, aunque solo fuese por unas horas, a
otro momento de su vida.
Después se lanzó a la novela. Breve. Y aunque ya hace muchos años que leí Seda Salvaje, recuerdo que no me impactó en absoluto. Nada que ver con sus cuentos. Y es que los cuentos de Tizón, con sus juegos temporales, sus mezclas entre la realidad y el recuerdo y sus proclamas lanzadas al viento, están más cercanos a la poesía que a la novela. La novela requiere trama, acción. La poesía ritmo, sonido, memoria.
Después se lanzó a la novela. Breve. Y aunque ya hace muchos años que leí Seda Salvaje, recuerdo que no me impactó en absoluto. Nada que ver con sus cuentos. Y es que los cuentos de Tizón, con sus juegos temporales, sus mezclas entre la realidad y el recuerdo y sus proclamas lanzadas al viento, están más cercanos a la poesía que a la novela. La novela requiere trama, acción. La poesía ritmo, sonido, memoria.
Ningún treintañero
debería dejar de leer Velocidad de los jardines, y más bien pronto, porque la
velocidad está acelerada.
Muchos dijeron que cuando pasamos al tercer curso terminó la diversión. Cumplimos dieciséis, diecisiete años y todo adquirió una velocidad inquietante. Ciencias o letras fue la primera aduana, el paso fronterizo que separaba a los amigos como viajeros cambiando de tren con sus bultos entre la nieve y los celadores. Las aulas se disgregaban. Javier Luendo Martínez se separó de Ana M.ª Cuesta y Richi Hurtado dejó de tratarse con las gemelas Estévez y M.ª Paz Morago abandonó a su novio y la beca, por este orden, y Christian Cruz fue expulsado de la escuela por arrojarle al profesor de Laboratorio un frasco con un feto embalsamado.
Oh sí, arrastrábamos a Platón de clase en clase y una cosa llamada hilomorfismo de alguna corriente olvidable. La revolución rusa se extendía por nuestros cuadernos y en la página setenta y tantos el zar era fusilado entre tachones. Las causas económicas de la guerra eran complejas, no es lo que parece, si bien el impresionismo aportó a la pintura un fresco colorido y una nueva visión de la naturaleza. Mercedes Cifuentes era una alumna muy gorda que no se trataba con nadie y aquel curso regresó fulminantemente delgada y seguía sin tratarse.
Velocidad de los jardines, 1992. Eloy Tizón.