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lunes, 11 de febrero de 2013

El vino y la velocidad


El vino y la velocidad 

Les dije que les mantendría informados, así que aquí tienen a los flamantes finalistas (entre los que no verán mi estampa) del III Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero:  



No les seré hipócrita. Uno siempre siente un pinchazo seco en el orgullo cuando pierde, porque aunque sabe que ahí fuera hay gente que escribe de maravilla, tiende a pensar no solo que estará a la altura, sino que además les sacará unas décimas y que eso será advertido. Parece que no ha sido así esta vez y que habrá que buscar otros caminos.

Aprovecho la ocasión para hablarles de uno de los finalistas. Fíjense en el quinto, el de las gafas y la sonrisa franca o tal vez insegura. Se llama Eloy Tizón. Hace tres meses me crucé con él en Madrid. Yo bajaba de un sitio y él subía. Yo sabía quién era y que estaría abajo, pero no le había visto nunca en persona. Le había leído su primer libro de relatos, Velocidad de los Jardines, y su primera novela, Seda salvaje, pero nada más que eso. Cuando le vi, comprendí enseguida los libros. Era un hombre alto y de gran envergadura, aunque de apariencia frágil. Y tengo la impresión de que los hombres grandes suelen ser nostálgicos y bonachones. Es de nostalgia, precisamente, de lo que trata su primer libro de cuentos.

Lo escribió con veintiséis o veintisiete años y ya echaba de menos a rabiar a sus amigos del instituto: sus caras adormiladas en clase, las trastadas que alguno le hacía al profesor, la novieta que se ve que tuvo, los líos en que se metían y las veces en que se libraban de un examen por un aviso de bomba. Todas esas vivencias le producían una intensa melancolía y con ellas escribió esa pequeña maravilla que es Velocidad de los jardines.

El libro es nostálgico no tanto porque traiga a colación asuntos pasados y añorados, sino porque está escrito con el aire melancólico de quien desearía regresar, aunque solo fuese por unas horas, a otro momento de su vida. 

Después se lanzó a la novela. Breve. Y aunque ya hace muchos años que leí Seda Salvaje, recuerdo que no me impactó en absoluto. Nada que ver con sus cuentos. Y es que los cuentos de Tizón, con sus juegos temporales, sus mezclas entre la realidad y el recuerdo y sus proclamas lanzadas al viento, están más cercanos a la poesía que a la novela. La novela requiere trama, acción. La poesía ritmo, sonido, memoria.


Si el señor Tizón fuese amigo mío le pediría que hiciese algo parecido a lo que hizo Updike con Conejo: describir la vida de un hombre en sus diferentes etapas. Pero que lo hiciese con lo que él tan bien conoce: la nostalgia.  Le rogaría que nos contase la nostalgia humana a medida que evoluciona con la edad. Que escribiese uno de esos espléndidos libros de cuentos cada década, de forma que si el primero trató de aquellos años del instituto, ahora tocaría escribir uno sobre los primeros años de las relaciones de pareja, sobre el establecimiento en la vida adulta; cuando tenga sesenta años debería escribir sobre la añoranza de los hijos pequeños, de la madurez que aún no se ve que se agota; y cuando tenga setenta, supongo que, otra vez, de los años del instituto.


Ningún treintañero debería dejar de leer Velocidad de los jardines, y más bien pronto, porque la velocidad está acelerada.

Muchos dijeron que cuando pasamos al tercer curso terminó la diversión. Cumplimos dieciséis, diecisiete años y todo adquirió una velocidad inquietante. Ciencias o letras fue la primera aduana, el paso fronterizo que separaba a los amigos como viajeros cambiando de tren con sus bultos entre la nieve y los celadores. Las aulas se disgregaban. Javier Luendo Martínez se separó de Ana M.ª Cuesta y Richi Hurtado dejó de tratarse con las gemelas Estévez y M.ª Paz Morago abandonó a su novio y la beca, por este orden, y Christian Cruz fue expulsado de la escuela por arrojarle al profesor de Laboratorio un frasco con un feto embalsamado.
Oh sí, arrastrábamos a Platón de clase en clase y una cosa llamada hilomorfismo de alguna corriente olvidable. La revolución rusa se extendía por nuestros cuadernos y en la página setenta y tantos el zar era fusilado entre tachones. Las causas económicas de la guerra eran complejas, no es lo que parece, si bien el impresionismo aportó a la pintura un fresco colorido y una nueva visión de la naturaleza. Mercedes Cifuentes era una alumna muy gorda que no se trataba con nadie y aquel curso regresó fulminantemente delgada y seguía sin tratarse. 
Velocidad de los jardines, 1992. Eloy Tizón.

viernes, 8 de febrero de 2013

MP 28


Monstruos perfectos
-28-
Muchos dijeron que cuando pasamos al tercer curso terminó la diversión. Cumplimos dieciséis, diecisiete años y todo adquirió una velocidad inquietante. Ciencias o letras fue la primera aduana, el paso fronterizo que separaba a los amigos como viajeros cambiando de tren con sus bultos entre la nieve y los celadores.
Velocidad de los jardines. Velocidad de los jardines, 1992. Eloy Tizón.