Todo un personaje

De eso va Stoner, de Stoner, un tipo del
que mi amigo A. diría, con un gesto despectivo en el labio superior, que es "todo un personaje”. En el sentido más peyorativo y más cariñoso posible del
término. Buscamos que los personajes de nuestros libros parezcan de carne y
hueso, y luego resulta que hay tipos por ahí sueltos que parecen sacados de un
libro.
Lees Stoner y al principio te enfurruña
la actitud del personaje principal. Quieres cambiarlo. Quieres decirle al oído
al narrador que le haga actuar de un determinado modo, que deje de hacer el
idiota, que reaccione, ¡que explote, coño! Le están tomando el pelo y tú lo ves
y lo mismo que mil veces has aconsejado a tu amigo el incorregible te gustaría
advertir ahora a este. Tío, levanta la barbilla, mira un poco más allá, toma las
riendas, hazte fuerte frente a tus enemigos… Pero no… él es así, un panoli
curioso, un tipo al que, a medida que pasas las páginas, le coges cariño, una
persona ante la que, al final, por esa especie de elevada virtud que posee la
constancia, te quitas el sombrero. Y así llega un momento en que ya te dedicas
a verle pasar, a sonreír cuando le ves hacer de las suyas, siempre predeciblemente,
claro, y a esperar a que le llegue su hora sin que se haya salido ni una
sola vez del tiesto.
Stoner, el amigo querido al que renunciaste, aquí mostrado
con precisión de cirujano cardiovascular.
Contaba Raymond Carver que el libro de
cada buen escritor representa una visión en consonancia con su propia esencia.
Así pues, este es el libro que escribiría el más terco de tus amigos, si además
tuviese talento.
Pero ante William Stoner el futuro era brillante, cierto e inalterable. Lo veía, no como un flujo de eventos, cambio y potencialidad, sino como un territorio que se extendía ante él a la espera de ser explorado. Lo comparaba con la gran biblioteca de la universidad, a la que podían adosarse nuevas galerías, añadirse libros nuevos y retirarse los viejos, sin que su genuina naturaleza se alterase nunca en lo esencial.
Veía su futuro en la institución con la que se había comprometido y a la que tan imperfectamente había comprendido. No se concebía a sí mismo cambiando en ese futuro, pero veía el futuro mismo como el instrumento de ese cambio más que como su objeto.
Stoner, 1965. John Williams.