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jueves, 17 de abril de 2014

Todo un personaje


Todo un personaje

Todo el mundo tiene un amigo incorregible. Un amigo tan suyo, con un carácter tan peculiar y además tan cabezota, que después de unos años levantas las manos y te dices: venga, va, que siga siendo como es, desisto, no tiene remedio.

De eso va Stoner, de Stoner, un tipo del que mi amigo A. diría, con un gesto despectivo en el labio superior, que es "todo un personaje”. En el sentido más peyorativo y más cariñoso posible del término. Buscamos que los personajes de nuestros libros parezcan de carne y hueso, y luego resulta que hay tipos por ahí sueltos que parecen sacados de un libro.

Lees Stoner y al principio te enfurruña la actitud del personaje principal. Quieres cambiarlo. Quieres decirle al oído al narrador que le haga actuar de un determinado modo, que deje de hacer el idiota, que reaccione, ¡que explote, coño! Le están tomando el pelo y tú lo ves y lo mismo que mil veces has aconsejado a tu amigo el incorregible te gustaría advertir ahora a este. Tío, levanta la barbilla, mira un poco más allá, toma las riendas, hazte fuerte frente a tus enemigos… Pero no… él es así, un panoli curioso, un tipo al que, a medida que pasas las páginas, le coges cariño, una persona ante la que, al final, por esa especie de elevada virtud que posee la constancia, te quitas el sombrero. Y así llega un momento en que ya te dedicas a verle pasar, a sonreír cuando le ves hacer de las suyas, siempre predeciblemente, claro, y a esperar a que le llegue su hora sin que se haya salido ni una sola vez del tiesto.

Stoner, el amigo querido al que renunciaste, aquí mostrado con precisión de cirujano cardiovascular.

Contaba Raymond Carver que el libro de cada buen escritor representa una visión en consonancia con su propia esencia. Así pues, este es el libro que escribiría el más terco de tus amigos, si además tuviese talento.

Pero ante William Stoner el futuro era brillante, cierto e inalterable. Lo veía, no como un flujo de eventos, cambio y potencialidad, sino como un territorio que se extendía ante él a la espera de ser explorado. Lo comparaba con la gran biblioteca de la universidad, a la que podían adosarse nuevas galerías, añadirse libros nuevos y retirarse los viejos, sin que su genuina naturaleza se alterase nunca en lo esencial.
Veía su futuro en la institución con la que se había comprometido y a la que tan imperfectamente había comprendido. No se concebía a sí mismo cambiando en ese futuro, pero veía el futuro mismo como el instrumento de ese cambio más que como su objeto.
Stoner, 1965. John Williams.

martes, 1 de abril de 2014

MP 165



Monstruos perfectos
-165-
Como muchos hombres que consideraban su éxito incompleto, era extraordinariamente vanidoso y estaba consumido por su propia importancia. Cada diez o quince minutos se sacaba un gran reloj de oro del bolsillo del chaleco y se asentía a sí mismo.
Stoner, 1965. John Williams.