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sábado, 1 de diciembre de 2012

Holly, querida


Holly, querida

Salvando las distancias, Truman Capote me recuerda a Boris Izaguirre, entre otras cosas por lo del glamour, pero también por la facilidad con que ambos pueden alcanzar situaciones denigrantes. Es curioso lo cerca que está el glamour de la decadencia extrema.

Esta dualidad queda sutilmente perfilada en Desayuno en Tiffany’s, donde la exquisita Holly se mueve en las altas esferas, sí, pero entre ricos vejestorios que le proporcionan el dinero por el que, se intuye, sería capaz de rebajarse a casi cualquier cosa.

Para maquillar esta doble cualidad de su personaje, que también es la del autor, Truman nos dice que es que a Holly le gustan los hombres mayores, y que no es que ella se tenga que amoldar a lo que hay, es que ella los lleva a su terreno, los marea, juega con ellos, y que en el fondo lo que busca es algo tan romántico como la libertad, ser libre, cuando lo que persigue en realidad es la pasta. Bueno, es Holly, así que mucha pasta.

Sin embargo, es en Plegarias atendidas, su novela inconclusa y autodestructiva, donde nos muestra sin ambages, sin velo y sin rodeos, al protagonista cabalgando literalmente entre esos dos mundos, el de la riqueza y exquisitez unas veces (ricos editores, reconocidos artistas, esposas de presidentes), y el de la penuria y la degradación en otras (chulos puertorriqueños, tugurios cargados de putas y negros sobones, asociaciones cristianas de varones).


También entre lo cool y lo humillante se encuentran algunas de las escenas más recordadas de Boris en Crónicas Marcianas, aunque desconozco si ha sido capaz de transferir esta particularidad de su carácter a su literatura, como tan bien hizo Truman, y si por tanto existen semejanzas entre la narrativa de  nuestro Boris amadrileñado y su Truman neoyorquinizado. No lo creo, aunque los dos vendiesen un buen puñado de libros, fuesen invitados a toda suerte de festejos y apareciesen cada dos por tres en las televisivas casas de sus lectores.

Boris no interesa, al menos por ahora. Truman es un buen escritor. No llegó a genio, pero sí a muy buen escritor. Escribe con fluidez y con precisión, y sabe cómo mantener una tensión justo por encima de lo necesario para que el lector permanezca interesado en cada página. Tiene oficio. No en vano empezó pronto. A los 24 años publica una novela de éxito y, cuando la crítica se extraña de que alguien tan joven pueda escribir tan bien, responde que lleva 14 años escribiendo día tras día.

Desayuno en Tiffany’s es un ejemplo perfecto de cómo hacer que tu personaje principal sea interesante: di que ha desaparecido de la faz de la tierra, pon a una serie de secundarios a hablar misteriosamente de él, que de esas declaraciones se desprenda que se han quedado sentimentalmente enganchados, luego hazlo hablar acorde a la imagen que se ha dado de él, haz que tome algunas decisiones atrevidas, que desprecie cosas a las que la gente común da valor y tienes una maravilla de la literatura como es Holly Golightly.

Me imagino a esa generación de lectores de finales de  los años cincuenta leyendo admirados las aventuras de esa jovenzuela pizpireta, casquivana y manipuladora, en el ni más ni menos que Nueva York de los años cuarenta, y pienso: casi nada, Truman, ahí diste en el clavo. Ciento y pico páginas y listo.

Luego te pusiste a hablar de la clase media: familias asesinadas y tarados asesinos, y ahí la cagaste. Quisiste escribir la novela del siglo y escogiste un tema que desconocías y que en el fondo no te interesaba lo más mínimo. A ti, un tío con glamour, ¿psicópatas colgados?

Luego, cuando te diste cuenta, empezaste tus Plegarias y ahí sí volvemos a Manhattan para ver a las miles de Hollys, Marilyns y Jacquelins exquisitas que tanto nos gustan y que tan bien conocías; pero ya era tarde, se te había quedado la sangre fría para escribir cada día. No valen excusas. Plegarias atendidas era tu maldita obra de arte:


“En algún rincón de este mundo vive un filósofo excepcional, una chica que se llama Florie Rotondo.
El otro día, en una revista que recopila redacciones de colegiales, di con una de sus reflexiones. Decía así: Si pudiese hacer lo que quisiera, me iría al centro de la Tierra, nuestro planeta, y buscaría uranio, rubíes y oro. Intentaría encontrar Monstruos Perfectos. Después me iría a vivir al campo. Florie Rotondo, ocho años.
Florie, cariño, sé muy bien a qué te refieres, aunque tú misma no lo sepas: ¿cómo podrías saberlo, con sólo ocho años? 
Porque yo he estado en el centro de la Tierra. O, en cualquier caso, he padecido las tribulaciones que un viaje de ese tipo puede infligir. He buscado uranio, rubíes, oro y, por el camino, he observado a otros que buscaban lo mismo. Y escúchame, Florie, ¡he encontrado Monstruos Perfectos! Y también Imperfectos. Aunque la variedad de los Perfectos sea rara avis, como lo son las trufas blancas comparadas con las negras y los espárragos silvestres frente a los de la huerta. Lo único que no he hecho ha sido irme al campo. “

                                       Plegarias atendidas, 1987. Truman Capote.