domingo, 26 de enero de 2014

Clavar a Cristo


Clavar a Cristo

Cuando era pequeño vi un capítulo de una serie de televisión que presentaba Ray Bradbury, en el encabezado de la cual, el escritor aparecía en una habitación repleta de objetos de lo más variopintos, algo así como el almacén de los trastos de un mercadillo de barrio. Los objetos descansaban sobre un sinfín de estanterías, sobre la mesa que dedicaba a escribir, por el suelo, apilados en los rincones. Explicaba Ray que, para escribir sus relatos, muchas veces hacía uso de estos objetos. Se quedaba mirando fijamente uno de ellos hasta que la historia que habitaba en él emergía, se clarificaba en su mente, se mostraba ante sus ojos. Entonces no tenían más que sentarse ante la máquina y escribirla de un tirón. Tras esta explicación, la cámara enfocaba un objeto en particular y, entonces, daba comienzo el capítulo.

Si es cierto que cada objeto oculta una, o quizá cientos de historias, me pregunto yo cuál será la que esconde ese crucifijo con el que me topé el domingo pasado en un mercadillo de Valencia. Alguien desclavó a Jesús -echen una ojeada a la foto-, y la pregunta es ¿por qué? Y ahí empieza la historia. ¿A quién se le ocurre desclavar una figurilla así? ¿Con qué objetivo? ¿Existe una intención detrás del hecho? ¿Qué le llevó a hacerlo? ¿Es que pretendía cambiar la historia, corregir aquel entuerto en el que nos metimos cuando se nos ocurrió matar a nuestro propio Dios? Y si es así,  ¿qué sería lo siguiente que hizo? Desclavar a Dios y luego qué. Vengarse de los que lo habían crucificado, supongo: los hombres, claro. Así que seguramente ande por ahí en busca de su víctima. Tal vez esté oculto entre la horda de curiosos que vagan por el rastro como zombis, husmeando aquí y allá, asomándose a los puestos polvorientos repletos de objetos e historias: una cabeza de perro amarillo, figurillas de Vikingos, portalámparas, efigies, cestitas de mimbre, de lata, molinillos de café, platos de alpaca, baúles, crucifijos… Sí, por ahí andará, vigilando, esperando a que alguien compre la figurilla para seguirle hasta su casa y allí ejecutar su venganza divina. Tal vez sea esa la historia.

O tal vez haya otra. Porque ¿qué hay de la historia del hombre que cogió la figurilla y la sujetó con celo? Aferrar al Hijo de Dios al madero de esa forma tan burda… No atreverse a crucificarlo de nuevo, pero tampoco atreverse a liberarlo. El miedo como un frío que te hiela y te bloquea. Porque ¿qué hace uno con un objeto así? ¿Se lo lleva a su casa, coge un clavo, lo coloca sobre la palma de la mano y le asesta un martillazo? ¿Y luego otro? ¿Y luego otro en los pies? Hay que estar muy loco o ser un inconsciente para repetir el rito de la crucifixión así, con esa gratuidad, dos mil años después.

Caminamos entre las sombras y el sol, dejamos atrás las historias y los objetos, encontramos nuevas historias, un acordeón en el suelo, ruedas de bicicleta, un stand de cargadores de móviles antiguos, otro de tuercas y herramientas oxidadas, gente que nos cuenta cosas, objetos que nos cuentan cosas, historias, historias y más historias.

jueves, 23 de enero de 2014

MP 150



Monstruos perfectos
-150-
Adonde quiera que fueras la gente hablaba del reclutamiento. Bien. Podías librarte por trescientos dólares, pero ¿quién tenía trescientos dólares? Para nosotros como si hubiesen sido tres millones. En cuanto  a los reclutadores, les tenían demasiado miedo a las bandas como para perseguirnos. Además, nunca imaginamos que la guerra pudiera llegar jamás a Nueva York.

 Gangs of New York, 2002. Martin Scorsese.  

miércoles, 22 de enero de 2014

MP 149



Monstruos perfectos
-149-
-Mi mujer me ha regalado un chaleco de punto por nuestro aniversario de boda -había confesado al barman, con la cabeza espesa por el coñac.
-¿Y qué esperaba usted? -había respondido el barman-. En eso consiste el matrimonio.

 Intérprete de emociones, 1999.  Jhumpa Lihiri.

martes, 21 de enero de 2014

MP 148



Monstruos perfectos
-148-
Yo creo firmemente que la falta de intimidad es una desgracia para el hombre. Sin ella no se profundiza en nada. Hay que entregarse con fuerza, regularidad y abstracción para penetrar en cualquier cosa. Y si el neoyorquino o la neoyorquina siguen muchos años en el plan de hoy acabarán siendo gentes superficiales, mecánicas y desnaturalizadoras.

 Pruebas de Nueva York, 1927. José Moreno Villa

domingo, 19 de enero de 2014

Abandonar y empezar


Abandonar y empezar


Abandono por enésima vez Manhattan Transfer. En esta ocasión dejándola por la mitad. En esta ocasión forzando la máquina lectora, empecinado en avanzar contra esa masa de palabras que, como una corriente marina, se obceca en echarte afuera, en sacarte a la orilla, en agotarte física y mentalmente hasta que digas no puedo más, y entonces te dé igual si la novela es coral o si tiene un enfoque cinematográfico o si lo que el autor pretende es dibujar un cuadro del Nueva York previo al crac bursátil a base de pequeñas pinceladas. Tú lo que quieres es ver el trazo entero, y aunque intuyes grandes aventuras en algunas de esas pinceladas: el adulterio de la esposa de un carretero con el abogado que le defiende por un accidente de tráfico, las inquietudes de un niño cuya madre está enferma, las desventuras de un campesino recién llegado a la Gran Manzana, la interrupción sistemática de esas trayectorias, de esas buenas perspectivas, te frustra. Necesitas que la literatura te balancee y esta es literatura de camino pedregoso. Dejas el libro. Había calles que reconocías, trenes elevados que ya no están allí, historias que quedan tristemente interrumpidas, pero ahora no porque termine el trazo, ahora, porque no eres capaz de seguirle el juego al autor. Quieres leer ese libro, pero no puedes. Y coges otro libro. Así es como la pierdes. Y este lo lees en dos tardes, casi cuesta abajo, y lo volverías a leer y lo vas a releer. Lo cual seguramente dice más de ti que de ellos.


viernes, 17 de enero de 2014

MP 147



Monstruos perfectos
-147-
Cuando un sueldo son mil euros, una hipoteca son mil euros, una tele gigante son mil euros y una tonelada de arroz son mil euros te das cuenta de que el sistema ha fracasado.
Hay cosas que no tendrían que ponerse al mismo nivel tan alegremente, digan lo que digan las leyes de la oferta y la demanda; diga lo que diga la libertad del mercado, diga lo que diga su mano invisible, ésa que todo lo arregla salvo las nacionalizaciones de los grandes bancos norteamericanos. La misma mano invisible que te ha vaciado los bolsillos.

 Cenital, 2012. Emilio Bueso.

jueves, 16 de enero de 2014

MP 146



Monstruos perfectos
-146-
Yo se lo metería.
Tú se lo meterías a cualquiera, alguien dijo burlonamente.
Y él lo miró de arriba abajo. Lo dices como si eso fuera algo malo.

 Así es como la pierdes, 2012. Junot Díaz.

martes, 7 de enero de 2014

MP 145



Monstruos perfectos
-145-
-Yo acabo de tomar mi té... ¿Pero por qué no toma usted un gin fizz? A mí me encanta ver a la gente tomar gin fizzes. Me da la ilusión de estar en los trópicos, sentada en un bosque de guinjos, esperando un barco que nos lleve por un río ridículamente melodramático todo bordeado de mangles.
-Camarero, un gin fizz, haga el favor.
 Manhattan Transfer, 1925. John Dos Passos.

sábado, 4 de enero de 2014

MP 144



Monstruos perfectos
-144-
A Lazaro Codesal lo mató un moro a traición, lo mató mientras se la meneaba debajo de una higuera, todo el mundo sabe que la sombra de la higuera es muy propicia para el pecado en sosiego; a Lazaro Codesal, yéndole de frente, no lo hubiera matado nadie, ni un moro, ni un asturiano, ni un portugués, ni un leonés, ni nadie. La raya del monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal y ya no se volvió a ver nunca más.
Mazurca para dos muertos, 1983. Camilo José Cela.

jueves, 2 de enero de 2014

Literatura oral


Literatura oral

Todo el mundo sabe que la realidad supera a la ficción y que no hay mejor narrador de historias que el tipo que se acoda en la barra de un bar y te cuanta su última fechoría, o la abuelita que, las piernas bajo las faldas de la mesa camilla, hace memoria y entrelaza magistralmente, con esa voz cadenciosa y apaciguadora, las vicisitudes por las que ella y los suyos tuvieron que pasar para llegar hasta el día de hoy.

Dijo Truman Capote que lo que él perseguía en sus libros era encontrar la voz de ese confidente que te susurra una historia al oído.

Pues bien, esperemos que la encontrara y que los que vengan detrás escribiendo sus farsas también lo hagan, pero sepamos que tenemos cerca los originales, las fuentes de la narrativa, que siguen siendo los juglares de hoy, a los que demasiadas veces no se les entrega el micrófono ni el tiempo para explayarse. No es el caso que se presenta en la excelente iniciativa del Museu de la Paraula, que aglutina vivencias de nuestro pasado más reciente y sin embargo tan lejano. 

Discurren en estos vídeos dramas dignos de los mejores escritores clásicos, aventuras épicas que ni Homero, comedias desternillantes, análisis sociológicos de tal profundidad que hubiesen sido capaces de evitar esta crisis de ignorantes que nos acucia. Valencianos que se fueron a Detroit cuando en Detroit se estaban construyendo los cimientos de la vida moderna, que dieron la vuelta al mundo y se afincaron en Nueva Caledonia, cerca del paraíso, cuando aquí se vivía la aridez de la posguerra y allí les estaban esquilmando, ciegos que criaban familias numerosas, tuberculosos a los que sus hijas pequeñas veían morir en la cama mientras los milicianos llamaban a su puerta para incorporarlos a las trincheras, desertores que se escondían en habitaciones tapiadas, hombres a los que una bala les mató al verdugo delante de sus propias narices y les salvó la vida, agricultores que podían vivir de la tierra, mujeres y hombres que han visto con sus propios ojos el avance más rápido que se ha producido en la historia de la humanidad, que no es más que lo acontecido en este triste pero fascinante Siglo XX nuestro.

Varios centenares de historias y de rostros discurren por entre estas páginas del ciberespacio a la espera de los corrillos que se formen junto a ellos para escucharles y admirarse de lo que da de sí una vida, aunque no olvidemos que la memoria es selectiva, y que los sentimientos tienden a amplificar o minimizar las anécdotas y los detalles, los odios y amores, las valentías y temores, en función de parámetros misteriosamente ocultos en las razones de cada uno. Qué duda cabe, sin embargo, que se agradecen estas manipulaciones, este saber hacer del orador, que es lo que buscaba Capote, y acaso lo que debería buscar cualquier escritor que se precie de serlo.

lunes, 30 de diciembre de 2013

MP 143



Monstruos perfectos
-143-
Él vivía acostumbrado a recibir bofetadas y puntapiés sin saber por qué. A todo poderoso, y para él don Fermín era un personaje de los más empingorotados, se le figuraba Bismarck usando y abusando de la autoridad de repartir cachetes. No discutía la autoridad de esta prerrogativa, no hacía más que huir de los grandes de la tierra, entre los que figuraban los sacristanes y los polizontes.
La regenta, 1884. Clarín

jueves, 26 de diciembre de 2013

MP 142




Monstruos perfectos
-142-
-Pero todo eso son bobadas -continuó Émile-. Todas las personas son lo mismo. Sólo que algunas van para arriba y otras no... Por eso vine yo a Nueva York.
Manhattan Transfer, 1925. John Dos Passos.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Lo que nos gusta


Lo que nos gusta


Se sabe que los objetos sienten afinidades. Así, a los columpios les gusta que les empujen en determinados momentos, sólo en determinados momentos, cuando ya han realizado su camino de ida y vuelta en libertad y quedan como suspendidos ante nuestros ojos, paralizados en el tiempo, casi flotando, esperando que nuestras manos procedan a transmitirles la energía mecánica que necesitan para el siguiente vuelo. También, se sabe que a las cuerdas les gusta vibrar de una determinada forma. Le das un martillazo a la cuerda de un piano y te sale un Do, se lo das a otra y te sale un Re, y así siempre, unas suenan a Do y otras a Re, no se puede evitar. Una patada a una mesa y ese ruido que te irrita, molesto, es su firma, su afinidad más íntima, es tan suyo como el color de la mesa o el tipo de madera del que está hecha. A los objetos les gusta moverse de una forma determinada.

Se sabe también que los humanos tenemos afinidades de ficción. Así, a unos les gustan las historias de juicios, se recrean en el placer de ver cómo se defienden o cómo se atacan el abogado defensor y el fiscal cuando suben al estrado, cómo encaran los rostros abotargados de los miembros heterogéneos del jurado, cómo entrelazan argumentos y extraen conclusiones, cómo cada uno pinta las cosas según le conviene. Otros son espectadores de acción. La adrenalina sintoniza con su esencia y la emoción les desborda cuando ven un reloj en cuenta atrás, cuando hay que cortar un cable rojo o uno azul, cuando el precipicio se acerca y es imposible, imposible, detener el autobús cargado de niños… A mí me gustan las historias de supervivencia. Ponedme a un grupito de gente a tener que salir de un laberinto, o a escapar de una horda de zombis o apestados, o a permanecer juntos en un sótano hasta que decaiga el nivel de radiación que hay afuera y me lo paso como un niño el día de su cumpleaños. Sin saber por qué, a cada uno nos gusta que nos hablen de un tipo de mundo, de un tipo de vida. Y como los objetos, reaccionamos con exuberancia cuando la imaginación nos lleva por esos derroteros, cuando se nos empuja en el momento oportuno.



miércoles, 18 de diciembre de 2013

MP 141



Monstruos perfectos
-141-
Le digo a usted que algunas veces una persona tiene el valor de permanecer callada diez años ante su mujer y sus amigos, y entonces se encuentra en un vagón con un cadete y le cuenta de pe a pa lo que lleva dentro del alma.
En el camino, 1886. Chéjov.