jueves, 2 de enero de 2014

Literatura oral


Literatura oral

Todo el mundo sabe que la realidad supera a la ficción y que no hay mejor narrador de historias que el tipo que se acoda en la barra de un bar y te cuanta su última fechoría, o la abuelita que, las piernas bajo las faldas de la mesa camilla, hace memoria y entrelaza magistralmente, con esa voz cadenciosa y apaciguadora, las vicisitudes por las que ella y los suyos tuvieron que pasar para llegar hasta el día de hoy.

Dijo Truman Capote que lo que él perseguía en sus libros era encontrar la voz de ese confidente que te susurra una historia al oído.

Pues bien, esperemos que la encontrara y que los que vengan detrás escribiendo sus farsas también lo hagan, pero sepamos que tenemos cerca los originales, las fuentes de la narrativa, que siguen siendo los juglares de hoy, a los que demasiadas veces no se les entrega el micrófono ni el tiempo para explayarse. No es el caso que se presenta en la excelente iniciativa del Museu de la Paraula, que aglutina vivencias de nuestro pasado más reciente y sin embargo tan lejano. 

Discurren en estos vídeos dramas dignos de los mejores escritores clásicos, aventuras épicas que ni Homero, comedias desternillantes, análisis sociológicos de tal profundidad que hubiesen sido capaces de evitar esta crisis de ignorantes que nos acucia. Valencianos que se fueron a Detroit cuando en Detroit se estaban construyendo los cimientos de la vida moderna, que dieron la vuelta al mundo y se afincaron en Nueva Caledonia, cerca del paraíso, cuando aquí se vivía la aridez de la posguerra y allí les estaban esquilmando, ciegos que criaban familias numerosas, tuberculosos a los que sus hijas pequeñas veían morir en la cama mientras los milicianos llamaban a su puerta para incorporarlos a las trincheras, desertores que se escondían en habitaciones tapiadas, hombres a los que una bala les mató al verdugo delante de sus propias narices y les salvó la vida, agricultores que podían vivir de la tierra, mujeres y hombres que han visto con sus propios ojos el avance más rápido que se ha producido en la historia de la humanidad, que no es más que lo acontecido en este triste pero fascinante Siglo XX nuestro.

Varios centenares de historias y de rostros discurren por entre estas páginas del ciberespacio a la espera de los corrillos que se formen junto a ellos para escucharles y admirarse de lo que da de sí una vida, aunque no olvidemos que la memoria es selectiva, y que los sentimientos tienden a amplificar o minimizar las anécdotas y los detalles, los odios y amores, las valentías y temores, en función de parámetros misteriosamente ocultos en las razones de cada uno. Qué duda cabe, sin embargo, que se agradecen estas manipulaciones, este saber hacer del orador, que es lo que buscaba Capote, y acaso lo que debería buscar cualquier escritor que se precie de serlo.

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