Literatura oral

Dijo Truman Capote que
lo que él perseguía en sus libros era encontrar la voz de ese confidente que te
susurra una historia al oído.
Pues bien, esperemos que la encontrara y que los
que vengan detrás escribiendo sus farsas también lo hagan, pero sepamos que
tenemos cerca los originales, las fuentes de la narrativa, que siguen siendo
los juglares de hoy, a los que demasiadas veces no se les entrega el micrófono
ni el tiempo para explayarse. No es el caso que se presenta en la excelente
iniciativa del Museu de la Paraula, que aglutina vivencias de nuestro pasado
más reciente y sin embargo tan lejano.
Discurren en estos vídeos dramas dignos
de los mejores escritores clásicos, aventuras épicas que ni Homero, comedias
desternillantes, análisis sociológicos de tal profundidad que hubiesen sido
capaces de evitar esta crisis de ignorantes que nos acucia. Valencianos que se
fueron a Detroit cuando en Detroit se estaban construyendo los cimientos de la
vida moderna, que dieron la vuelta al mundo y se afincaron en Nueva Caledonia, cerca del
paraíso, cuando aquí se vivía la aridez de la posguerra y allí les estaban esquilmando,
ciegos que criaban familias numerosas, tuberculosos a los que sus hijas
pequeñas veían morir en la cama mientras los milicianos llamaban a su puerta
para incorporarlos a las trincheras, desertores que se escondían en
habitaciones tapiadas, hombres a los que una bala les mató al verdugo delante
de sus propias narices y les salvó la vida, agricultores que podían vivir de la
tierra, mujeres y hombres que han visto con sus propios ojos el avance más
rápido que se ha producido en la historia de la humanidad, que no es más que lo
acontecido en este triste pero fascinante Siglo XX nuestro.
Varios centenares de
historias y de rostros discurren por entre estas páginas del ciberespacio a la
espera de los corrillos que se formen junto a ellos para escucharles y
admirarse de lo que da de sí una vida, aunque no olvidemos que la memoria es
selectiva, y que los sentimientos tienden a amplificar o minimizar las
anécdotas y los detalles, los odios y amores, las valentías y temores, en
función de parámetros misteriosamente ocultos en las razones de cada uno. Qué
duda cabe, sin embargo, que se agradecen estas manipulaciones, este saber hacer
del orador, que es lo que buscaba Capote, y acaso lo que debería buscar
cualquier escritor que se precie de serlo.
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