Echar de menos
Me comenta uno de mis alumnos sobre un compañero, de cuerpo presente, que al chico le gusta leer, que él es subirse al tren y cogerle un sueño terrible y caer rápidamente en los brazos de Morfeo, pero que al otro no hay quien le quite el libro de las manos.
El otro va a lo suyo. Nos escucha hablar sobre su hábito lector pero no dice nada, intenta terminar su examen. Cuando lo entrega, saca de dentro de la mochila un tocho, me mira orgulloso y me dice: Mira, esto es lo que estoy leyendo ahora.
Aguzo la mirada y descubro una novela histórica. Es de S. P., me explica, y con un pundonor que a día de hoy resulta anacrónico, añade: es profesor universitario, otorgando al hecho un empaque que contrasta con el que muchas veces se adjudican los propios profesores, y que queda de manifiesto con ese dicho mordaz que ellos mismos hacen circular: “Pon un perro en la puerta de la facultad, y, si no ladra a destiempo, llegará a catedrático”.
De vez en cuando, cuánto reconforta ver las cosas desde el otro lado. Y cuánto les voy a echar de menos, ahora, que acaba el curso.
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