viernes, 29 de agosto de 2014

De prestado


De prestado


Cuando encuentra uno por tercera vez en un libro a un padre que, tras recibir las explicaciones de su hijo a las heridas que presenta, básicamente que ha participado en una pelea en la que le ha dado una buena tunda al mariquita de turno, le felicita, y no solo eso, sino que lo aparta a un rincón y le explica cómo debe colocarse para pelear, con qué nudillos debe golpear para hacer el mayor daño posible, e insulta al pobre desgraciado y reitera gratuitamente que se lo tenía merecido y le anima a que la próxima vez le dé más fuerte, en el cuello a ser posible, y por sorpresa, empieza uno a sospechar que está leyendo demasiados autores de un mismo movimiento literario.

Padres insensibles y con tendencia a la violencia (Carver, Wolff, Ray Pollok); damas de hermosos atributos que desdeñan su vida familiar y se sienten atraídas por la pasión de los amantes nuevos (Flaubert, Tolstoi, Clarín); emigrantes desacostumbrados que se juntan para congraciarse con los espíritus de la nostalgia (Junot, Lahiri, Rushdie).

Los autores nos prestamos personajes y escenas de un libro a otro. Parece como si no hubiese suficientes ideas, como si las cartas estuviesen contadas y la creatividad se limitase a mostrar los detalles de una de ellas de forma particular, personal. Yo, sin ir más lejos, siempre acabo llevando a mi protagonista a la barra de un bar, donde se emborracha junto a un amigo. No sé por qué lo hago. No frecuento bares y nunca me he emborrachado en plan película americana: gesto sombrío, cabeza a media hasta, anhelo de confesión anónima. No tiene nada que ver conmigo ni con el mundo que me rodea, pero ahí está, emergiendo de la misteriosa parte de mi cerebro en que se supone que se cocina eso que llaman creatividad. Y es que vivimos de prestado. Tomando de aquí y de allá sin siquiera darnos cuenta. Lo mismo en la literatura que en la vida. Conocimos a un tipo en el instituto que era un cara dura y cada vez que sospechamos que un recién llegado puede serlo le colocamos a la espalda la mochila de aquel. Ese cromo ya lo tenemos.

Y así es difícil que a uno le sorprendan.

Supongo que es una herramienta más de ese kit ancestral de supervivencia que traemos de aquel mundo sin electricidad del que procedemos, el de los homínidos y tal. Hay que olerse rápido a los recién llegados, catalogar el peligro que traen. Uno no puede esperar a ver por dónde salen. Se parece a aquel que nos hacía reír, vale; o a aquel que iba de bueno pero se volvía loco de pronto, ok; esa tiene pinta de ir a hacernos sufrir, no será la primera, visto.

Las personas y los personajes son lo que hacen, o acaban siendo lo que han hecho, y eso son habas contadas.

Pero de vez en cuando salta la liebre, y entonces, oye, qué aire tan fresco.

miércoles, 27 de agosto de 2014

MP 182


Monstruos perfectos
-182-
No reconocía otro obstáculo para un cambio milagroso que no fuera la incredulidad de los demás.
Vida de este chico. 1989. Tobias Wolff. 

martes, 19 de agosto de 2014

MP 181


Monstruos perfectos
-181-
De año en año se había ido desecando su alma, lenta, pero fatalmente. A alma seca, ojos secos. A su salida de presidio hacía diecinueve años que no había derramado una lágrima.
Los miserables. 1862. Victor Hugo. 

lunes, 18 de agosto de 2014

MP 180


Monstruos perfectos
-180-
Mi madre no esperaba encontrar a la gente aburrida o mezquina; daba por supuesto que serían agradables e interesantes, y ellos notaban esta seguridad y en general se mostraban a la altura de lo que se esperaba de ellos.
Vida de este chico. 1989. Tobias Wolff. 

viernes, 8 de agosto de 2014

El truco del mentiroso


El truco del mentiroso 

Llevo un par de semanas tratando de entender qué es lo que hace especial ese cuento de Tobias Wolff titulado El mentiroso, que considero el mejor de la colección Cazadores en la nieve, y creo por fin haber dado con la clave.

El cuento trata de un niño que miente de forma gratuita, sin poder evitarlo. Y no estoy adelantando nada que no haga el propio título del relato o los primeros de sus párrafos. Es un relato sobre un niño que entra en la adolescencia, seguramente el tipo de personaje que mejor se le da a Tobias, que tiene en su novela Vida de este chico el ejemplo más palmario de lo que estoy afirmando.

Aún más, a Tobias se le dan bien los adolescentes cuando son estos los que cuentan la historia. Es lo que hace James, el protagonista de El mentiroso, contarnos en primera persona algunos detalles de su vida familiar, de las situaciones en las que se ve forzado a inventar y de las consecuencias que estas ficciones de lo más imaginativas acarrean en su vida y en la de sus familiares más cercanos.

La historia está contada con la maestría que caracteriza a Wolff, haciendo hincapié en los detalles significativos, aportando anécdotas que parecen intrascendentes pero que construyen personajes sólidos, comprensibles. Mientras lees el cuento la voz inocente y bondadosa de James te genera un derroche de empatía hacia él que ni siquiera los momentos en los que relata el daño que sus mentiras provocan en la personalidad de su atormentada madre consiguen aplacar. Sin embargo, no dejaría de ser uno más de los relatos del libro si no fuese por un matiz, y es que consigue transmitirte la misma sensación de desconocimiento que sufre el chico. Consigue que, igual que le sucede al personaje, el lector comprenda que mienta, sin saber por qué lo hace.

¿Cómo lo consigue?

Utilizando un truco sutil. Hace que su narrador sea ligeramente omnisciente, es decir, que sepa todo sobre la historia en algunos momentos; por ejemplo, cuando describe lo que hace su madre sin estar él en casa. ¿Cómo puede el narrador saber eso, si no lo ha visto y nadie se lo ha contado? No importa.  No es un error de Wolff. Es un contraste, es una forma de decirnos: puedes saberlo todo, comprender por qué suceden las cosas, y a la vez desconocer por completo el origen de tus acciones.

Tantas veces nos pasa eso en la vida

miércoles, 30 de julio de 2014

MP 179


Monstruos perfectos
-179-
El poder sólo puede disfrutarse cuando es reconocido y temido. La ausencia de terror en quienes no tienen poder es exasperante para quienes lo tienen.
Vida de este chico. 1989. Tobias Wolff. 

domingo, 27 de julio de 2014

MP 178


Monstruos perfectos
-178-
-¿Qué debe hacer un hombre, Walter? Un hombre aprovisiona a su familia.
-Eso me costó mi familia.
-Cuando tienes hijos, siempre tienes familia. Siempre serán tu prioridad, tu responsabilidad. Y un hombre, un hombre aprovisiona.
Breaking Bad, 2010. Vince Gilligan.

viernes, 18 de julio de 2014

MP 177


Monstruos perfectos
-177-
En la postrera luz del día, el lago resplandeciente al pie de la ciudad-palacio parecía un mar de oro fundido.
La encantadora de Florencia, 2008Salman Rushdie.

martes, 8 de julio de 2014

MP 176


Monstruos perfectos
-176-
Es cierto, incluso para los mejores de entre nosotros, que si un observador nos sorprendiera subiéndonos a un tren en una estación intermedia; si reparara en nuestros rostros, privados por el nerviosismo de su aplomo habitual; si valorara nuestro equipaje, nuestra ropa, y mirara por la ventanilla para ver quién nos ha llevado en coche hasta la estación; si escuchara las palabras ásperas o tiernas que decimos en el caso de que nos acompañe nuestra familia, o si se fijara en la manera que tenemos de colocar la maleta en el portaequipajes, de comprobar en qué sitio hemos guardado la cartera y el llavero, y de limpiarnos el sudor que nos cae por la nuca; si pudiera juzgar acertadamente sobre el engreimiento, la desconfianza o la tristeza con que nos instalamos, obtendría un panorama de nuestras vidas más amplio del que la mayoría hubiese querido proporcionarle.
Granjero de verano, 1948. John Cheever.

jueves, 3 de julio de 2014

¿Qué es la química, profesor Walter?


¿Qué es la química, profesor Walter?


Comienzo a ver Breaking Bad y en un par de capítulos descubro al protagonista perfecto. El hombre anodino, acomplejado, el profesorcillo de tres al cuarto que no tiene nada que decir en las conversaciones de hombres cuando salen a fumar en las fiestas, de pronto catapultado a la arena del circo, espada y escudo y ale, a batirse ahí con las fieras. Esos son lo héroes que me gustan, el Jean Valjean de Los miserables, el informático apocado de Las colinas tienen ojos, el William Wallace de Braveheart, tipos que estaban ahí de paso, que no querían molestar, hombrecillos que no buscaban bronca, pero a los que la bronca les va a ir a hurgar en los cojones.

Pese a sus reticencias al protagonismo, la personalidad de este tipo de personajes va mostrando sus aristas a medida que se enfrentan a los problemas. Poco a poco toman peso, seguridad, van sacando lo mejor de sí mismos y uno descubre un pozo mucho mas profundo de lo que esperaba.

De entre todas las aristas de Walter White elijo, por ahora, la de profesor de química. Walter será muchas cosas y seguramente a los guionistas de la serie lo que menos les importe es cómo se las apaña como profesor de instituto, para ellos es una forma más de introducir matices en el personaje, pero el tema me cae cercano, y me hace gracia, porque lo cierto es que posee unas buenas habilidades docentes.

Exploremos pues ese lado del poliédrico profesor Walter.

En el capítulo uno aparece ante una clase de adolescentes en una escena corta pero muy descriptiva.


Comienza explicando qué es la química. La define: Es la ciencia que estudia la materia. Los alumnos no parecen muy interesados. Después da su opinión personal sobre lo que es la química, completa la definición: Es la ciencia del cambio. Eso es lo importante, cómo cambian las cosas y cómo el cambio lo significa todo. El propio ciclo de la vida. Los ojos le brillan, se nota que ama la química, que le fascina lo que está contando. Los alumnos, sin embargo, siguen cabizbajos y bostezando. A continuación aporta un ejemplo práctico, enciende un mechero y pulveriza sustancias químicas que producen sendas llamas de colores. Acaba de ejemplarizar con un experimento lo que ha querido decir con sus palabras. Y mientras lo hace, sigue reforzando la idea del cambio, cómo los elementos se combinan para transformarse en esos colores tan vivos que han conseguido hacer levantar la cabeza a algunos de los chicos. La escena termina con una sonrisa espléndida de Walter, mientras dice: “Es realmente fascinante”.

Algunas cosas que hacen de Walter White un buen profesor son:

1. Es ortodoxo, pero como experto en la materia expresa su opinión y valora la importancia de las diferentes premisas. Así lo demuestra al definir la asignatura, se cierne a la doctrina: es la ciencia de la materia y el cambio, pero emite una opinión sobre esa definición, una opinión basada en su propio conocimiento y experiencia en el tema.

2. Es un entusiasta de la materia que imparte. No hay más que observarle hablar de ella, el respeto y la admiración que le tiene.

3. Domina la materia. Prueba de ello es la exactitud con que describe los procesos químicos que se están dando mientras realiza el experimento con el fuego: niveles energéticos, enlaces moleculares etc...

4. Utiliza ejemplos prácticos y vistosos.

Todo eso en apenas cincuenta segundos merced a los estupendos guionistas de la serie. Seguiremos viéndola, aunque no será solo por aprender química.

sábado, 28 de junio de 2014

MP 175


Monstruos perfectos
-175-
Mary iba con mucho cuidado. Antes de dar una clase la escribía entera, utilizando los argumentos, y a menudo las palabras, de autores aceptados, no fuera a ser que por casualidad dijera algo escandaloso. Sus propias ideas se las guardaba para sí, y las palabras adecuadas para expresarlas se debilitaron con el paso del tiempo; sin desaparecer por completo se encogieron hasta convertirse en puntos remotos y nerviosos, como pájaros que se alejan.
Cazadores en la nieve, 1981. Tobias Wolff.

miércoles, 25 de junio de 2014

MP 174



Monstruos perfectos
-174-
Lo que caracteriza al esqueleto, en un primer esbozo de psicología esquelética, es el no dar su brazo de hueso a torcer, la intransigencia, la intolerancia. Se dobla por aquí o por allá, mediante un mecanismo de locomotora, pero no le pida usted que se doble por otro sitio, porque se rompe.
Mortal y rosa, 1975. Paco Umbral.

miércoles, 4 de junio de 2014

Kant Reloaded


Kant Reloaded

Se le veía a Immanuel de lo más agradecido a sus mandamases en ese fabuloso y hoy en día tan necesario artículo titulado ¿Qué es la ilustración? Lo leyó uno por allá su adolescencia de instituto y de entre las categorías y demás exóticas comidas de olla que se les ocurrían a los filósofos se queda con esta reflexión de madurez, y luego con lo de la caverna de Platón y con lo del empirismo de Hobbes, que también tenían su gracia.

Decía Immanuel en ¿Qué es la ilustración? que una sociedad ilustrada es aquella en la que sus miembros han alcanzado la mayoría de edad; no en el sentido cronológico, sino en el de la autonomía, estableciendo un paralelismo entre la vida de la persona, que pasa de la niñez a la madurez cuando alcanza su mayoría de edad -y es entonces cuando se le supone el juicio, la capacidad de decisión, y la responsabilidad de sus actos-, y la de la sociedad, que puede encontrarse o no en su mayoría de edad, es decir, en ese momento en que es dueña y responsable de su destino.

Aseguraba también, y se le nota cierta tímida esperanza en sus palabras, que un hombre tiende de forma natural a madurar, y lo mismo una sociedad, que tiende de modo natural a ilustrarse. Sin embargo, identifica dos enemigos firmes a esta evolución: por un lado la vagancia, o la cobardía del individuo para tomar las riendas de su propio raciocinio, y por otro el poder de los líderes o gobernantes, que no siempre estimulan ese crecimiento en sus pueblos. Algo así como le pasa a un adolescente que empieza a dejar de serlo, que debe asumir el hecho de la madurez, tomar el control de sus decisiones, no relajarse en los placeres de la dependencia, y esperar que sus padres no le pongan muchas trabas para que la transición se complete.

En eso Immanuel estaba de lo más contento con su Federico II,  un gobernante ilustrado que comprendía que el camino correcto pasaba por ceder derechos y obligaciones al pueblo, y no limitarle con leyes que lo aniñaran. Según Kant, no vivían aún en una época ilustrada, pues faltaba mucho por hacer, pero al menos vivían en una época de ilustración, es decir, que estaban avanzando en la buena dirección.

Se pregunta uno qué opinaría el ínclito filósofo acerca de nuestra época, de las actuaciones de los gobernantes y de los gobernados, y le da la impresión de que pensaría que ambos nos hemos estancado un poco, los primeros por tratar a sus ciudadanos como a peleles, y hacerlo a conciencia, y los segundos por dejarnos guiar por los senderos de la alta política sin levantar la cabeza, con la placidez del adolescente que no se pregunta quién hace frente a las facturas ni de dónde sale el dinero de la paga semanal.

El caso es que ya no queda paga, y los viejos se empeñan en seguir haciendo de tutores y, claro, la autoridad se resiente y se les pierde el respeto con la chequera vacía. Pero ¿acaso esa falta de respeto no indica una voluntad de asumir el mando, esto es, de madurar? Apártate, que yo también puedo, que yo puedo hacerlo mejor. Eso es lo que empiezan a decir algunos, tal vez asumiendo su parte del trato (y del error), ese sapere aude  (ten valentía para hacer uso de tu propio entendimiento) que señala el camino de la ilustración.

La otra parte del trato corre del lado del gobernante, que, según Kant, para dirigir a su pueblo hacia la mayoría de edad debería asegurar el derecho a la expresión pública de la opinión individual. No parecen estar muy por la labor en esto los nuestros, pues las leyes actuales, y las que vienen, más bien constriñen ese derecho. Un profesor no puede dar su opinión sobre asuntos internos del colegio sin miedo a ser expedientado, parece que no quieran pancartas con eslóganes en las calles, que nos juntemos a charlar en corrillos en plazas, ni siquiera es conveniente preguntar a la gente qué opina más allá de una vez cada cuatro años. Así que ¿época ilustrada, de ilustración o más bien conviene resetear y volver a cargar el programa?