De prestado

Padres insensibles y con tendencia a la violencia (Carver,
Wolff, Ray Pollok); damas de hermosos atributos que desdeñan su vida familiar y
se sienten atraídas por la pasión de los amantes nuevos (Flaubert, Tolstoi,
Clarín); emigrantes desacostumbrados que se juntan para congraciarse con los
espíritus de la nostalgia (Junot, Lahiri, Rushdie).
Los autores nos prestamos
personajes y escenas de un libro a otro. Parece como si no hubiese suficientes
ideas, como si las cartas estuviesen contadas y la creatividad se limitase a
mostrar los detalles de una de ellas de forma particular, personal. Yo, sin ir
más lejos, siempre acabo llevando a mi protagonista a la barra de un bar, donde
se emborracha junto a un amigo. No sé por qué lo hago. No frecuento bares y
nunca me he emborrachado en plan película americana: gesto sombrío, cabeza a
media hasta, anhelo de confesión anónima. No tiene nada que ver conmigo ni con
el mundo que me rodea, pero ahí está, emergiendo de la misteriosa parte de mi
cerebro en que se supone que se cocina eso que llaman creatividad. Y es que
vivimos de prestado. Tomando de aquí y de allá sin siquiera darnos cuenta. Lo
mismo en la literatura que en la vida. Conocimos a un tipo en el instituto que
era un cara dura y cada vez que sospechamos que un recién llegado puede serlo
le colocamos a la espalda la mochila de aquel. Ese cromo ya lo tenemos.
Y así es
difícil que a uno le sorprendan.
Supongo que es una herramienta más de ese kit ancestral
de supervivencia que traemos de aquel mundo sin electricidad del que
procedemos, el de los homínidos y tal. Hay que olerse rápido a los recién
llegados, catalogar el peligro que traen. Uno no puede esperar a ver por dónde
salen. Se parece a aquel que nos hacía reír, vale; o a aquel que iba de bueno
pero se volvía loco de pronto, ok; esa tiene pinta de ir a hacernos sufrir, no
será la primera, visto.
Las personas y los personajes son lo que hacen, o acaban siendo lo que han hecho, y eso son habas contadas.
Las personas y los personajes son lo que hacen, o acaban siendo lo que han hecho, y eso son habas contadas.
Pero de vez en cuando salta
la liebre, y entonces, oye, qué aire tan fresco.
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