Kant Reloaded

Decía Immanuel en ¿Qué es la ilustración? que una sociedad
ilustrada es aquella en la que sus miembros han alcanzado la mayoría de edad; no en el sentido cronológico, sino en el de la autonomía, estableciendo un
paralelismo entre la vida de la persona, que pasa de la niñez a la madurez
cuando alcanza su mayoría de edad -y es entonces cuando se le supone el juicio,
la capacidad de decisión, y la responsabilidad de sus actos-, y la de la
sociedad, que puede encontrarse o no en su mayoría de edad, es decir, en ese
momento en que es dueña y responsable de su destino.
Aseguraba también, y se le
nota cierta tímida esperanza en sus palabras, que un hombre tiende de forma
natural a madurar, y lo mismo una sociedad, que tiende de modo natural a
ilustrarse. Sin embargo, identifica dos enemigos firmes a esta evolución: por
un lado la vagancia, o la cobardía del individuo para tomar las riendas de su
propio raciocinio, y por otro el poder de los líderes o gobernantes, que no
siempre estimulan ese crecimiento en sus pueblos. Algo así como le pasa a un
adolescente que empieza a dejar de serlo, que debe asumir el hecho de la
madurez, tomar el control de sus decisiones, no relajarse en los placeres de la
dependencia, y esperar que sus padres no le pongan muchas trabas para que la
transición se complete.
En eso Immanuel estaba de lo más contento con su Federico
II, un gobernante ilustrado que
comprendía que el camino correcto pasaba por ceder derechos y obligaciones al
pueblo, y no limitarle con leyes que lo aniñaran. Según Kant, no vivían aún en
una época ilustrada, pues faltaba mucho por hacer, pero al menos vivían en una
época de ilustración, es decir, que estaban avanzando en la buena dirección.
Se
pregunta uno qué opinaría el ínclito filósofo acerca de nuestra época, de las actuaciones
de los gobernantes y de los gobernados, y le da la impresión de que pensaría
que ambos nos hemos estancado un poco, los primeros por tratar a sus ciudadanos
como a peleles, y hacerlo a conciencia, y los segundos por dejarnos guiar por
los senderos de la alta política sin levantar la cabeza, con la placidez del
adolescente que no se pregunta quién hace frente a las facturas ni de dónde
sale el dinero de la paga semanal.
El caso es que ya no queda paga, y los viejos
se empeñan en seguir haciendo de tutores y, claro, la autoridad se resiente y
se les pierde el respeto con la chequera vacía. Pero ¿acaso esa falta de
respeto no indica una voluntad de asumir el mando, esto es, de madurar?
Apártate, que yo también puedo, que yo puedo hacerlo mejor. Eso es lo que
empiezan a decir algunos, tal vez asumiendo su parte del trato (y del error),
ese sapere aude (ten valentía para hacer uso de tu propio
entendimiento) que señala el camino de la ilustración.
La otra parte del trato
corre del lado del gobernante, que, según Kant, para dirigir a su pueblo hacia
la mayoría de edad debería asegurar el derecho a la expresión pública de la
opinión individual. No parecen estar muy por la labor en esto los nuestros,
pues las leyes actuales, y las que vienen, más bien constriñen ese derecho. Un
profesor no puede dar su opinión sobre asuntos internos del colegio sin miedo a
ser expedientado, parece que no quieran pancartas con eslóganes en las calles, que
nos juntemos a charlar en corrillos en plazas, ni siquiera es conveniente
preguntar a la gente qué opina más allá de una vez cada cuatro años. Así que
¿época ilustrada, de ilustración o más bien conviene resetear y volver a cargar
el programa?
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