lunes, 15 de abril de 2013

Una aproximación a la realidad


Una aproximación a la realidad

Que la realidad es algo más que las sombras que tenemos frente a nuestras narices ya lo dijo el filósofo, y que todo es del color del cristal con que se mira también. Que en el fondo la realidad es sólo una fuente de estímulos que nuestro cerebro tendrá que procesar e interpretar y que no es necesaria siempre y cuando tengamos la capacidad de reproducir esos estímulos, digamos, de forma artificial, lo dijeron hace poco los hermanos Wachowski en Matrix, lo dicen día sí y día también los fanáticos de la realidad virtual y, bueno, llevamos hace mucho tiempo escuchando música sin necesidad de asistir a un concierto, música que está almacenada en un disco duro y nos meten por las orejas con unos simples auriculares.

Así que eso que llamamos “realidad” se desmorona tan fácilmente como un polvorón que queremos comer a pedacitos y llega un momento en que uno no sabe a qué atenerse. ¿Es una rosa lo que huele o alguien nos está echando perfume en la nariz? Y lo que es más, ¿qué demonios sucede cuando leemos en una novela que “el jardín olía a rosas”? ¿Estamos oliéndolas o no?

Los estímulos pueden suplantar a la realidad, pero ¿puede el lenguaje suplantar a los estímulos y, por tanto, a la propia realidad?

Pues parece ser que sí, en cierto modo, y que esa es precisamente una de sus funciones más importantes, la de suplantar. Pero por más que yo escriba aquí que los naranjos están en flor y que cuando empieza a anochecer, allá donde vayas, te envuelve el olor a azahar no van ustedes a olerlo, como mucho van a saber lo que quiero decir, van a comprenderme, tal vez a recordar ligeramente cómo olía cuando lo tuvieron cerca, en definitiva, van a imaginarlo.

El lenguaje puede aproximarse a la realidad, puede persuadirnos de que no son sólo palabras, pero para llegar a rozarla hay que saber usarlo como lo hace, por poner un ejemplo que he descubierto recientemente, Antonio Muñoz Molina en Sefarad. Lean el siguiente fragmento y díganme si no han notado la fría tijera.


Mi padre me llevaba de la mano a la barbería de Pepe Morillo (peluquería era entonces una palabra de mujeres), y yo era tan pequeño que el barbero tenía que poner un taburete encima del sillón para cortarme el pelo con comodidad y poder verme en el espejo. La cara le olía a colonia y el aliento a tabaco cuando se acercaba mucho a mí con el peine y las tijeras, con la maquinilla eléctrica que usaba para apurarme la nuca. Yo oía su respiración fuerte y agitada y notaba en el cogote y en las mejillas el tacto de sus dedos fuertes de adulto, la presión tan rara de unas manos que no eran las de mi padre o mi madre, manos familiares y a la vez extrañas, rudas de pronto, cuando me doblaban hacia delante las orejas o me hacían inclinar mucho la cabeza apretándome la nuca. Cada vez que me pelaba, ya casi al final, Pepe Morillo me decía, “cierra bien los ojos”, y era que iba a cortarme el flequillo recto sobre las cejas, hacia la mitad de la frente. Los pelos húmedos caían sobre los párpados, picaban en la mejilla carnosa y en la punta de la nariz, y las tijeras frías me rozaban las cejas. Cuando Pepe Morillo me decía que ya podía abrir los ojos yo encontraba por sorpresa mi cara redonda y desconocida en el espejo, con las orejas salientes y el flequillo horizontal sobre los ojos, y también la sonrisa de mi padre que me miraba aprobadoramente en él.

Sefarad, 2001. Antonio Muñoz Molina.

viernes, 12 de abril de 2013

MP 61



Monstruos perfectos
-61-
Estaba sin trabajo. Pero esperaba recibir noticias del norte de un momento a otro.
Recolectores. ¿Quieres hacer el favor de callarte?, 1976. Raymond Carver.

jueves, 11 de abril de 2013

MP 60



Monstruos perfectos
-60-
No comprendo cómo se puede vivir sin fumar... Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar... Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría valor para levantarme.
La montaña mágica, 1924. Thomas Mann.

miércoles, 10 de abril de 2013

MP 59



Monstruos perfectos
-59-
[...] cásese vuestra merced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como llovida del cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea; que reyes debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados.
El ingenioso hidalgo, 1605. Miguel de Cervantes.

lunes, 8 de abril de 2013

Desmontando al artista

Desmontando al artista


Cojo el lápiz y pongo al descubierto las entrañas de El artista del mundo flotante. Delimito las costuras; los engranajes que constituyen el detonante de la acción, que es ese momento en el que picas el anzuelo, los resalto; dibujo un círculo enorme sobre los párrafos que conforman el primer punto de giro, que es el instante a partir del cual todo se acelera y se complica y uno ya sólo quiere saber cómo va a acabar la historia, qué será de esa pobre gente, y le da igual el tono del narrador y las descripciones y demás monsergas; releo hasta detectar los bajones de intensidad, los trucos que Ishiguro utiliza para introducir los personajes, para levantar sospechas que sustenten la intriga durante un puñado de páginas, y llego al segundo punto de giro, al momento agorero, a la escena en que todo se vuelve negro y los cuervos levantan el vuelo y tú piensas, de ésta ¿cómo demonios va a salir el protagonista? Pero llega el clímax, la situación más dramática posible que esa estructura de personajes puede soportar, y, como siempre, todo se resuelve. Luego amaina la tormenta, se atan los últimos cabos y se pone el punto y final.

Poner al descubierto el esqueleto de una gran obra es como abrir la caja de un reloj y dedicarse a husmear en el engranaje con el fin de averiguar cómo se las han ingeniado otros para hacer que  funcione perfectamente, es aprender de los errores ajenos, es copiar, es detectar debilidades y fortalezas en ti y en los demás, es avanzar utilizando ideas que otros pensaron, es saltar sobre los errores que no llegarás a cometer gracias a ellos, es, en definitiva, fundamental para escribir. Tan fundamental como probar y errar y volver a probar, tan fundamental como preparase, como pararse a pensar, como insistir, como aguantar. Y tan fundamental como, a veces, olvidarlo todo y simplemente dejarse llevar.

viernes, 5 de abril de 2013

MP 58



Monstruos perfectos
-58-
Si les decís: "La prueba de que el principito existió es que era encantador, que reía, y que quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que existe", se encogerán de hombros y os tratarán como se trata a un niño. Pero si les decís: "El planeta de donde venía es el asteroide B 612", entonces quedarán convencidos y os dejarán tranquilos sin preguntaros más.
El Principito, 1943. Antoine de Saint-Exupéry.

jueves, 4 de abril de 2013

MP 57



Monstruos perfectos
-57-
Leía el periódico cada día y estaba al tanto de la disputa entre los jugadores de béisbol profesional y los científicos, que afirmaban que la curva en los lanzamientos no era más que una ilusión óptica.
Ragtime, 1975. E.L. Doctorow.

miércoles, 3 de abril de 2013

MP 56



Monstruos perfectos
-56-
-Pero son los que llevaron el país a la perdición. Por lo menos deberían reconocer que son responsables. No admitir sus errores es una cobardía. Sobre todo errores que cometieron en nombre de todo el país. Esa es la gran cobardía. 
El artista del mundo flotante, 1989. Kazuo Ishiguro.

lunes, 1 de abril de 2013

Instantáneas de Nueva York II - Castle Hill


Instantáneas de Nueva York
Castle Hill

Estáis en el Bronx. Sacas un fajo de billetes y le pagas al taxista y el taxista te dice, mirando a izquierda y derecha, que no enseñes el dinero. Tú agachas la cabeza y piensas que eres un pardillo.
La calle ancha y soleada, coches, ventanas estrechas con aparatos de aire acondicionado que sobresalen como apéndices de las fachadas. Un edificio de piedra amarilla, de unas cinco plantas, con un arco que da paso a un jardín desatendido. El Bronx es un ente que te envuelve, una nebulosa en tu cabeza, una idea vaga y difusa, una amalgama de prejuicios sedimentados durante años por los ríos de películas que has visto. El Bronx es un vapor irreal, una probabilidad que flota sobre el asfalto y que poco a poco se irá decantando, convirtiéndose en Castle Hill, el barrio al que has ido a parar, convirtiéndose en la avenida Olmstead y en la avenida Westchester, que la cruza y es por donde pasa el metro elevado, convirtiéndose en un lugar que pronto tomará sentido, dimensiones físicas. Pero tú aún no lo sabes. Ese metro lo cogerás tantas veces que te acabará hartando, pero ahora es una imagen de metal oxidado que pende a unos metros por encima de los transeúntes negros e hispanos y te fascina. Esa calle que ahora ni siquiera sabes si apunta al Norte o al Este será la calle en la que viviste durante quince días. Será tu calle. Será tuya. Para siempre.
Entras en el edificio. Es sórdido. Parece un hospital abandonado. Arrastras las maletas y estás en una casa y eso es un refugio. Cuadros de santos Orishas, habitaciones cerradas donde vive y duerme gente cansada que te cruzas por el pasillo, un pequeño altar de santería, vuestra habitación vacía. Sin cama.
Emprendéis una pequeña expedición. Camináis por la acera de cemento y os cruzáis con señoras que van a hacer la compra o con madres que arrastran carritos. Gente que no podría hacer daño a una mosca aunque viva en ese infierno que se supone que es el Bronx.Tal vez lo fuera en otro tiempo. Tal vez lo sea en otro rincón. O tal vez lo sea si rascas un poco la primera capa de pintura. Pero por ahora sólo es una calle de cuatro carriles, dos de ellos tapados por la sombra de las vías, y a los lados, descampados, parkings, vallas metálicas, edificios de una sola planta donde instalar los comercios: la funeraria de rigor, el Dunkin Donuts, el Domino’s pizza, un gabinete médico, el Halal Chinese, una Botánica, el Wendy’s, el McDonalds, el supermercado chino donde compras el colchón hinchable.
Poco a poco entiendes las calles. Para regresar a casa hay que volver y a la altura del edificio de la corporación de suministros eléctricos girar a la derecha. Para coger el metro habrá pues que salir a la izquierda y a la altura de las vías doblar a la derecha. Todo eso es luego tan obvio que, cuando ya lo sabes, te maravilla recordar lo que te costaba orientarte al principio.
Dormís, abatidos por el cansancio del viaje y la cena de bienvenida con la que vuestros anfitriones os regalan. Por la mañana, él entra nervioso en la habitación y mientras te estás poniendo los pantalones te dice: Me llevo esto. Es un cuadro de uno por setenta envuelto en una tela que había apoyado en la pared y al que no habíais prestado atención. Se detiene antes de salir. Parece darse cuenta de lo extraño de su comportamiento. De pronto, como quien hace una concesión, separa la tela y nos pregunta si queremos verlo.
Trazos rojos, dorados y negros componen un retrato de David Bowie al más puro estilo Basquiat.
Es un Basquiat, os dice.
No puede ser.
Sí. Basquiat se lo regaló a un amigo mío como pago por unas papelinas de heroína. Me lo ha traído para que se lo cuide, porque no iba a estar en casa por un tiempo y hay demasiada gente que sabe que lo tiene.
Ni siquiera está firmado, pero eso es porque el cuadro no estaba terminado.
Os miráis, al principio incrédulos, fascinados, paulatinamente convencidos. ¡Habéis dormido junto a un Basquiat!
Mientras terminas de vestirte piensas en las ciudades y las gentes a las que no estás acostumbrado. Nuevas realidades que estaban ahí antes de que tú llegases. Piensas en las casualidades que te esperan. Nuevos horizontes y nuevos muros.
Y de pronto reconoces el olor de la canela, de la harina y la mantequilla que proviene de la cocina, y entonces, mientras empiezas a salivar, recuerdas que ayer comprasteis sirope, Nutella, crema de cacahuete y Cinnamon Rolls para desayunar.

sábado, 30 de marzo de 2013

MP 55



Monstruos perfectos
-55-
Don Vito Corleone era un hombre a quien todos acudían en demanda de ayuda, y nadie salía defraudado.
El padrino, 1969. Mario Puzo.

viernes, 29 de marzo de 2013

MP 54



Monstruos perfectos
-54-
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Elegía a Ramón Sijé, 1935. Miguel Hernández

jueves, 28 de marzo de 2013

MP 53



Monstruos perfectos
-53-
Hay hombres para quienes la acción es tanto más impracticable cuanto más fuerte es en ellos el deseo. La desconfianza en ellos mismos los embaraza, el temor a disgustar les espanta.
La educación sentimental, 1869. Gustave Flaubert.

miércoles, 27 de marzo de 2013

MP 52



Monstruos perfectos
-52-
Por primera vez desde su infancia, Conejo es feliz por el simple hecho de estar vivo.
Conejo es rico, 1981John Updike.

lunes, 25 de marzo de 2013

El artista del mundo vetusto


El artista del mundo vetusto


Al contrario que en política, en literatura la credibilidad lo es todo. Si mientras lees te asalta la sospecha de que lo que estás leyendo es mentira,  mal asunto, aunque de hecho lo sea. Y no tiene nada que ver con el género, la novela más fantástica puede ser tan creíble como la más realista, con lo que tiene que ver es con la capacidad del autor para crear un mundo y unos personajes imaginarios cuya coherencia interna aplaste cualquier sombra de sospecha sobre su ficcionalidad.

Es curioso que se las denomine "obras de ficción" (del latín fictus, que significa fingido) cuando lo que precisamente persiguen es parecer reales, auténticas. En cualquier caso, no  está de más que lo dejen claro desde el principio, no sea que nos pase como al famoso hidalgo manchego.

Puesto que conseguir este efecto creacionista no es tarea fácil, parece lógico que cada escritor se aferre a sus mejores cualidades para lograrlo. Por ejemplo, es conveniente utilizar personajes que a uno le salgan bien. Así, escritores como Salinger, utilizan casi siempre niños o pubescentes en sus historias. Es lo que sabe hacer. Raymon Carver, sin embargo, huye de los niños y se centra en utilizar hombres de mediana edad, normalmente hundidos anímica y económicamente. A Vargas Llosa, por ejemplo, le quedan bien los niños y los adultos, pero siempre que estén enfrentados con una institución más poderosa que ellos mismos.

El caso de Kazuo Ishiguro es sorprendente. Se ha empeñado en escribir historias de jóvenes, cuando a él, es evidente que lo que le sale bien es escribir sobre abueletes nostálgicos. Eso lo borda.

El artista del mundo flotante es una novela de una sutileza como pocas se han visto, que narra, con una voz tan delicada que parece que se vaya a romper en cualquier instante, la situación de un pintor japonés reconocido pero venido a menos tras el cambio de paradigma moral que prosigue a la derrota de su país en la Segunda Guerra Mundial. La pérdida del estatus por la senectud queda tan delicadamente descrita en esta historia, que cualquier trama con un poco de fuerza la destrozaría. Por esta razón Ishiguro decide que su trama sea cosa menor: un pequeño problema familiar. Lo mismo sucede, aunque a mi juicio con peor resultado (aun tratándose de una gran novela), en Los restos del día: de nuevo un hombre mayor que observa impotente cómo lo que siempre había considerado importante pierde su valor, se convierte en una mera curiosidad a los ojos de las nuevas generaciones.

Pero escribir dos libros sobre abueletes es suficiente, debió de pensar Ishiguro un día. Y se puso a hacer lo contrario, escribir historias de jóvenes envueltos en tramas enrevesadas. Y claro, le salieron jóvenes pelmazos y nostálgicos, que aún no han empezado a vivir y ya parece que estén preparados para marcharse de este mundo.

No he podido terminar Cuando fuimos huérfanos ni Nunca me abandones. Tal vez sea culpa mía. O tal vez tenga razón el refrán. "Zapatero, a tus zapatos". Se dice que siempre la tienen.


Así, durante aproximadamente dos años después de la muerte del señor Bremann, mi señor y sir David Cardinal, su más íntimo aliado en aquella época, lograron reunir a un amplio círculo de celebridades, todas las cuales coincidían en que la situación en Alemania era ya insostenible. Y no sólo había ingleses y alemanes, también venían belgas, franceses, italianos y suizos. Entre ellos se contaban diplomáticos y políticos de importancia, clérigos distinguidos, militares retirados, escritores y pensadores. Algunos de estos caballeros tenían la firme convicción, al igual que mi señor, de que en Versalles no se había jugado limpio y de que era inmoral seguir castigando a una nación por una guerra que ya había terminado. Otros, naturalmente, mostraban menos preocupación por Alemania o por sus habitantes, pero pensaban que el caos económico del país, si no se frenaba, podía extenderse con rapidez al resto del mundo.
A finales de 1922 mi señor ya encaminaba sus esfuerzos hacia un objetivo concreto, a saber, reunir en Darlington Hall a los caballeros más influyentes que había conseguido poner de su parte, con el fin de organizar un encuentro internacional «extraoficial» en el que se discutiese de qué modo sería posible hacer revisar las duras condiciones del tratado de Versalles. Sólo que, para que el encuentro surtiese efecto en los foros internacionales «oficiales», debía tener suficiente peso. De hecho, ya se habían celebrado varios encuentros con el propósito de revisar el tratado. El único resultado, sin embargo, había sido crear mayor confusión y resentimiento.   
Los restos del día, 1989. Kazuo Ishiguro.

sábado, 23 de marzo de 2013

MP 51



Monstruos perfectos
-51-
Ya no era el funcionario tímido y de medio pelo de antes, sino un verdadero propietario, un amo.
Las grosellas , 1885. Anton Chéjov.