viernes, 8 de febrero de 2013

MP 28


Monstruos perfectos
-28-
Muchos dijeron que cuando pasamos al tercer curso terminó la diversión. Cumplimos dieciséis, diecisiete años y todo adquirió una velocidad inquietante. Ciencias o letras fue la primera aduana, el paso fronterizo que separaba a los amigos como viajeros cambiando de tren con sus bultos entre la nieve y los celadores.
Velocidad de los jardines. Velocidad de los jardines, 1992. Eloy Tizón.

jueves, 7 de febrero de 2013

MP 27


Monstruos perfectos
-27-
Todos traían unos paquetitos envueltos en papel de color crema, que contenían dinero en efectivo. Nada de cheques ni objetos de regalo: billetes de banco y una tarjeta con el nombre de quien ofrecía el presente. La cantidad de dinero establecía el grado de respeto por el padrino.
El padrino, 1969. Mario Puzo.

miércoles, 6 de febrero de 2013

MP 26


Monstruos perfectos
-26-
Hombres y mujeres apestaban a sudor y ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos.
El perfume, 1985. Patrick Süskind.

lunes, 4 de febrero de 2013

En las antípodas... todo es idéntico


En las antípodas... todo es idéntico 

Cada vez estoy más convencido de que, como dice la canción de Javier Crahe, en las antípodas... todo es idéntico a lo autóctono. Una prueba más: la literatura de la inmigración no deja de ser una literatura de personajes. Y los personajes, por más brazaletes rojos y blancos que lleven, saris que vistan, caballa al curry que coman o viajes que se peguen a la India a ver a sus ricos parientes, tienen algún interés en la medida en que padecen las tribulaciones propias de la vida, es decir: el mal de amores, la penuria, los celos, el rencor, el remordimiento, la avaricia, el odio, la ambición, la inseguridad, la desgracia, y ese largo etcétera que todos conocemos y que acontece en todas las tierras, épocas y clases sociales.

Tierra desacostumbrada es, como su autora bien se ocupa de aclarar en la cita inicial*, un libro sobre gente que vive en tierra extraña, donde no ha nacido, donde no vive ninguno de sus abuelos, donde los amigos lo son antes por la circunstancia de haber nacido en el mismo remoto país que por la existencia de una sintonía efectiva de caracteres. Esto impone al texto algunas curiosidades y anécdotas que nos pueden interesar en la medida en que la mayoría de nosotros sí vivimos con los pies sobre la tierra en la que hemos nacido, y descubrir esa idiosincrasia es un aliciente para su lectura. Leyendo se aprende, algo, supongo. Pero el principal motivo para leer el conjunto de relatos de Jhumpa Lahiri es que prácticamente la mayoría de ellos consiguen atraparte con ese don que la autora tiene para hacer que relatos de tirada media (cuentos largos o novelas muy cortas) te subyuguen, te atrapen, y no te dejen dedicarte a otros menesteres hasta que hayas averiguado cómo acaba la historia que tienes entre manos.

*La naturaleza humana no dará fruto, al igual que la patata, si se planta una y otra vez, durante demasiadas generaciones, en la misma tierra agotada. Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra desacostumbrada.

Nathaniel Hawthorne

La aduana

Si hay algo que echar en cara, tal vez sea la redundancia temática que detecto en la segunda parte del libro, y el innecesario empeño en escribir cuentos cuyas historias se entrecrucen. Práctica que me parece sobrevalorada o, en cualquier caso, sobada.

Relaciones familiares y de pareja discurren en estas páginas cargadas de los colores, olores y sabores de la India, que se disfrutan, con la nostalgia del emigrante, en las tierras frías del norte de América. Si tienen que hacer un regalo regalen Tierra Desacostumbrada y una semana después se lo agradecerán.

Tenía aptitudes para la ciencia, así que siguió adelante, se especializó en biología en Columbia y luego ingresó en la Facultad de Medicina. Aguantó dos años, sobre todo porque conoció a Megan y se enamoró de ella. Pero, cuanto más la conocía, más claro empezó a resultarle que él carecía de su dedicación, su empuje. Una noche, mientras estaba estudiando para un examen de farmacia, salió a tomar un café. Caminó unas manzanas para estirar las piernas, y luego unas cuantas más. Siguió caminando por Broadway, un centenar de manzanas a través de Washington Heights hasta Lincoln Center, y luego siguió hasta Chinatown donde, al rayar el alba, próximo al delirio, se detuvo al fin. Descargaban camiones de pescado y verduras, la vida volvía a echarse cautelosamente a la calle. Entró en una panadería, tomó un té y pan de coco, vio un grupo de mujeres chinas sentadas en torno a una mesa al fondo, clasificando una montaña de espinacas. Tomó el tren de regreso hacia las afueras y durmió durante el examen. Empezó a saltarse una clase, luego otra. Transcurrió una semana y, a pesar de su pasividad absoluta, tuvo la sensación de que estaba alcanzando el mayor logro de su vida. Dejó la carrera, sin decírselo a sus padres hasta que terminó el semestre. Esperaba que Megan rompiera con él, pero ella respetó su decisión y siguió a su lado. Casi a modo de broma, tras abandonar la carrera de Medicina, solicitó entrar en la Facultad de Periodismo en Columbia pero no lo admitieron. 
Tierra desacostumbrada, 2008. Jhumpa Lahiri.

viernes, 1 de febrero de 2013

MP 25



Monstruos perfectos
-25-
Ese pobre pueblo era más feliz cuando los señores y los obispos moderaban el absolutismo del rey. Ahora los industriales lo explotan. Caerá en la esclavitud.
Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

jueves, 31 de enero de 2013

MP 24



Monstruos perfectos
-24-
En esas fiestas siempre hay alguien vomitando en el cuarto de baño, pegándose un chute o esnifando, y a Nelson también le molesta. No es que le preocupe especialmente, se trata sólo de que está harto de ser joven. Es un constante malgastar de energías.

Conejo es rico, 1981. John Updike.

miércoles, 30 de enero de 2013

MP 23



Monstruos perfectos
-23-
Mientras está en el baño llama a uno de tus panas y di: Me la tiré, cabrón. O simplemente recuéstate en el sofá y sonríe.

Instrucciones para citas con trigueñas, negras, blancas o mulatas. Los boys, 1996. Junot Díaz.

lunes, 28 de enero de 2013

Yúnior, ¡muérete!


Yúnior, ¡muérete! 

Junot Díaz era un joven gordo que se estaba quedando calvo y ahora es un hombre madurito y definitivamente calvo, pero flaco, eso sí, y hasta resultón. También era un auténtico desconocido que no se comía un colín y ahora es un escritor famoso, venerado y rico, y puedo aseguraros, porque lo he visto con mis propios ojos, que jovencitas universitarias lo piropean y hasta lo ruborizan gritándole ¡guapo! en medio de una charla y hacen colas de varias horas para verle, o para que les firme un autógrafo; lo mismo mismito que si el tipo fuese una rock star.

No digo todo esto porque tenga yo ningún tipo de animadversión hacia el señor Díaz, todo lo contrario, mi rollizo pasado me permite ponerme fácilmente en su piel, lo digo porque esa adolescencia solitaria y fracasada marca digamos que el 50% de su temática literaria (la parte mala de su literatura). El otro 50% (la parte buena) está definido por parámetros bien conocidos dentro de lo que podríamos denominar literatura de la inmigración. Junot es hijo de dominicanos emigrados a EEUU, y el libro del que hablaremos hoy cuenta básicamente la vida de su familia antes y durante ese proceso.

Ha escrito tres libros. Su bandera es la de que es un escritor lento y concienzudo. Que le cuesta mucho, vamos, y por eso tiene que trabajar de lo lindo. Traducido: que es un escritor auténtico, de los de verdad, de los que merecen la pena ser leídos; eso es lo que en el fondo nos quieren transmitir. Pero a nosotros, que somos gente que aprecia la calidad independientemente de la sangre y el sudor que cueste, como si los escribe en dos semanas, oye.

He leído dos. El primero “Drown” (Los boys en la traducción al castellano) es un fabuloso libro de relatos/novela. Cuenta una serie de episodios de la vida de diferentes miembros de su familia, tanto en la Republica Dominicana como en Nueva York y Nueva Jersey, que es donde finalmente se asentaron. Estos personajes comunes, que aparecen y desaparecen en los once cuentos, a veces jóvenes, otras veces maduros, otras simples recuerdos o personajes muertos, son el lazo que sujeta las diferentes historias del libro como si fuesen todos ellos caballos que tiran de un mismo carro. Los relatos son independientes entre sí y cerrados, cuentan historias cotidianas, problemas del emigrante que podrían serlo de un americano cualquiera con problemas económicos y que vive en un barrio de los malos, pero cuyo pasado sería muy distinto, la lengua, las tradiciones de la isla, la religión, las mujeres, todo eso que aún les caracteriza. Luego, a medida que uno avanza en la lectura,  se da cuenta de que sobre las historias particulares se empieza a hilar una historia mucho más amplia que configura un espacio y un tiempo que es el del hombre cuyas raíces ya no están en su tierra natal, pero tampoco en la de acogida. Es en este sentido en el que puede considerarse el libro como novela. 

Después escribió otro libro, “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”, y claro, se tenía que vender preciso después del éxito del primero, y además, si había costado diez años, y además, si le sumas el Pulitzer. Hasta tiene más admiradores por esa obra mediocre e insegura (Junot, no sabías lo que querías hacer, tú mismo lo has dicho, no te aclarabas, y acabaste contándonos tus obsesiones de adolescente gordito que no toca pelo).

Es normal que un autor se desoriente tras escribir un gran libro como Los boys, así que te darán unas cuantas oportunidades más: los que controlan el negocio porque aun así ganan (para empezar, el Award ese de medio millón de dólares), y nosotros, tus lectores, porque tal vez ingenuamente aún pensamos que quien ha hecho algo grande quizá pueda volver a hacerlo. Esperemos que con “This is how you lose her” (en breve tendremos la traducción), hayas olvidado esos aburridos traumas juveniles. 

   La tarde de la fiesta papi volvió del trabajo a eso de las seis. A la hora justa. Ya estábamos todos vestidos, cosa inteligente por nuestra parte. Si papi entra y nos agarra a todos dando vueltas en ropa interior seguro que nos hubiera reventado el culo a patadas.
  No le dirigió la palabra a nadie. Ni siquiera a mi mamá. Simplemente la apartó de un empujón para poder pasar, alzó la mano cuando ella le intentó hablar y se fue directamente hacia la ducha. Rafa me lanzó una mirada y yo se la devolví; los dos sabíamos que papi había estado con la puertorriqueña con la que se veía y quería borrar las pruebas con una ducha rápida.
  Aquel día mami estaba bonita de verdad. En los Estados Unidos por fin había logrado ganar un poco de peso; ya no era la flaca que había llegado hacía tres años. Llevaba el pelo corto y una tonelada de prendas baratas que a ella no le quedaban demasiado mal. Desprendía una fragancia muy característica de ella, como de brisa que pasa entre los árboles. Siempre esperaba hasta el último minuto para perfumarse porque decía que era un desperdicio rociarse demasiado pronto y luego tener que volver a hacerlo al llegar a la fiesta.

Fiesta, 1980. Los boys, 1996. Junot Díaz.

viernes, 25 de enero de 2013

MP 22



Monstruos perfectos
-22-

Yo trabajo, al menos, yo soy pobre.
Ya se ve dijo Frédéric, irritado.

La educación sentimental, 1869. Gustave Flaubert.

jueves, 24 de enero de 2013

MP 21



Monstruos perfectos
-21-
..., toda su persona le producía esa turbación a la que nos lanza el espectáculo de los hombres extraordinarios.

Un corazón simple. Tres cuentos , 1877. Gustave Flaubert.

miércoles, 23 de enero de 2013

MP 20



Monstruos perfectos
-20-
Vinieron días tristes.
Por temor a las decepciones, ya no estudiaban.

Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

lunes, 21 de enero de 2013

¿Y Bouvard?, Pécuchet


¿Y Bouvard?, Pécuchet


Durante mucho tiempo pensé que la mejor novela que había leído en mi vida era La educación sentimental, historia con tintes autobiográficos escrita por ese autor francés que es una de las cuatro o cinco razones por las que uno admira a los vecinos de arriba. Me parecía muy superior a su mucho más popular Madame Bovary, que ya es decir. Quede claro ya desde el principio que para mí, Flaubert es a la literatura como Kenia al atletismo de fondo, es decir, que siempre hay como mínimo dos de sus novelas en el podio de las mejores.

Unos años después leí su última e inacabada obra, la deliciosa, tierna y cercana Bouvard y Pécuchet y tuve la impresión de que esa última bala de Flaubert, disparada cuando ya estaba de vuelta física y anímicamente de este mundo, se quedaba sin fuelle para alcanzar la altura de las elevadas cimas de sus obras anteriores, por más que él estuviese convencido de que era su obra maestra.

Sin embargo, poco a poco, con los años, Bouvard y Pécuchet me ha ido convenciendo, a base de relecturas, de dos cosas. Una, que seguramente es la mejor novela de todos los tiempos*; y dos, que si uno se quiere dedicar a escribir, debe estar leyéndola constantemente. Y me explico.

Hace unos días, en Diario Kafka, Juan Mal-herido defendía en un artículo titulado “Ser escritor sin haber leído a Lolita” que se puede escribir bien sin leer, no a Nabokov, ¡sino a nadie!, que el escritor solo se necesita a sí mismo y a su obra en marcha. Estoy de acuerdo con Juan en que leer no es una condición necesaria para escribir bien, pero pongo un pero. A Flaubert, al maestro, es obligatorio leerlo. Simplemente porque uno necesita alguien con quien compararse, una referencia, una unidad de medida para saber el grado de ridiculez de sus propios escritos. Y dados a elegir una unidad de medida, un metro de platino iridiado, lo mejor es escoger a Flaubert. Al fin y al cabo, tipos como Chéjov, Proust, Joyce, Faulkner o Vargas-Llosa lo hicieron.

Hablaremos más detenidamente de Flaubert en futuras entradas de este Blog para centrarme aquí en justificar la primera de mis atrevidas afirmaciones, la de por qué creo que es seguramente la mejor novela de todos los tiempos. En mi opinión, las novelas poseen diferentes niveles de profundidad. El más elevado sería la idea abstracta, el concepto fundamental sobre el que trata la historia, y debería de responder a la pregunta ¿qué se pretende mostrar con esta novela?; un nivel por debajo estaría la trama, que es la historia que va a hacer surgir en el lector la comprensión de esa idea fundamental, y debería responder a la pregunta clásica ¿de qué va la novela?; la siguiente estructura la constituye las diferentes escenas que el autor elige para desarrollar esa trama, es decir, qué va a contar (y qué no) de todo lo que él sabe que sucede en su historia; y finalmente, por debajo de las escenas, están las sentencias y las palabras, el nivel más básico, los cimientos; es decir, que todo eso que les he contado es muy bonito pero que al final hay que apoyar la punta del lápiz sobre el papel y hay que ir apuntando una palabra detrás de la otra. Y es ahí donde Flaubert domina el juego no solo con talento, sino con algo mucho mejor, con esfuerzo. No hay frase que no esté ajustada, no hay palabra imprecisa, no hay alusión, sobreentendido, cadencia, progresión, recuerdo que no esté calculado y sabia y talentosamente escrito. La forma, Flaubert lo inventó, puede sustentar una obra.

Pero es que Bouvard y Pécuchet, además, nos habla sobre un concepto sublime, lo que, junto a los poderosos cimientos de la forma Flaubertiana, la encumbran a lo más alto del podio novelístico. Para mí, Bouvard y Pécuchet trata de la futilidad de la vida, o más bien de lo que uno decida hacer en su vida. Para ello, Gustave escoge a dos señores, les da dinero suficiente para no tener que trabajar y los dota de las inquietudes y la estupidez suficiente como para dedicarse a ir probando diferentes ocupaciones hasta agotarlas, hasta mostrar que todo tiene un límite, o que nada es interesante más allá de un determinado punto.

*Estoy leyendo El Quijote y es muy posible que mi opinión cambie en unos meses. En cualquier caso, es llamativo que en ambos libros los protagonistas sean un par de bichos raros que se lanzan a enfrentar el Mundo. 


[Observando la figura al pastel de una dama vestida a la moda Luis XV...]
La viuda reprobó, por inconveniente, el escote de la dama de peluca empolvada.
¿Qué tiene de malo? –replicó Bouvard. Cuando se posee algo bello...
Y añadió, más bajo:
Como usted, estoy seguro.
El notario estaba de espaldas, estudiando el árbol genealógico de la familia Croixmare. Ella no respondió, pero jugueteaba con la larga cadena del reloj. Su pecho combaba el tafetán negro del corpiño; y entrecerrando las pestañas, bajaba el mentón pavoneándose como una tórtola; preguntó luego con expresión ingenua:
¿Cómo se llamaba esta señora?
No se sabe; era una favorita del regente, el que dio tantos escándalos.
Es conocido. Las memorias de la época...
Y el notario, sin terminar la frase, deploró ese ejemplo de un príncipe arrastrado por sus pasiones.
¡Pero si ustedes son todos iguales!
Los dos hombres protestaron y siguió un diálogo sobre las mujeres, sobre el amor. Marescot afirmó que existen muchas uniones dichosas. A veces, sin sospecharlo siquiera, uno tiene cerca lo necesario para su felicidad. La alusión era directa. Las mejillas de la viuda se sonrojaron, pero reponiéndose enseguida dijo:
Ya hemos pasado las edades de las locuras, ¿no es cierto, Monsieur Bouvard?
¡Oh, no seré yo quien lo diga!
Y le ofreció el brazo para pasar a la otra habitación.

Bouvard y Pécuchet, 1881. Gustave Flaubert.

viernes, 18 de enero de 2013

MP 19



Monstruos perfectos
-19-
¿Tener éxito así, de primeras? Venga, ¿cómo? ¿Así, sin hacerlo bien? Venga, dime cómo. ¿Así? ¿Pa'que el disco luego suene como un cromo?
Éxito N un tomo, 1998. Frank T.



jueves, 17 de enero de 2013

MP 18



Monstruos perfectos
-18-
Pero el fin del mundo, por lejos que estuviera, los apesadumbró, y juntos caminaron en silencio por los guijarros.
Bouvard y Pecuchet, 1881. Gustave Flaubert.

miércoles, 16 de enero de 2013

MP 17



Monstruos perfectos
-17-
Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas.
La familia de Pascual Duarte, 1942. Camilo José Cela.

lunes, 14 de enero de 2013

Manta Barojiana



Manta Barojiana


Siempre he pensado que una bonita forma de estudiar historia, y hasta geografía, sería, en lugar de recurrir a textos casi siempre ariscos y desmoralizadores (quién no recuerda aquellos plomos del instituto), leer novelas escritas en las diferentes épocas y regiones.

Así, por ejemplo, uno podría hacerse una buena idea de los efectos producidos en la sociedad británica por la Revolución Industrial simplemente leyendo a Dickens, podría comprender bastante bien lo que se cocía durante las revoluciones que acabaron con el absolutismo europeo en el siglo XIX leyendo a Hugo, a Flaubert o a Pérez-Galdós, asimilar en la medida de lo posible realidades como el fascismo junto a Primo Levi o a Ana Frank, entender lo que nos llevó a las guerras leyendo lo que había antes (Pla, Baroja, Valle-Inclán) y lo que quedó después (Cela, Sánchez-Ferlosio, Kundera, Salinger, Ishiguro), contemplar burbujas iridiscentes (Scott-Fitgerald, Capote, Easton Ellis) o recesiones atroces (Carver, Wolff).

Cada autor es hijo de su época, y ésta se filtra en cada frase de sus libros, en la forma de sentir e interpretar la realidad de cada personaje, en la forma de hablar, en las descripciones y, cómo no, en los temas tratados.

En La lucha por la vida, Pío Baroja nos presenta una de esas novelas cuyo argumento no es más que la realidad social. Una novela colectiva. Escrita por fascículos, y posteriormente arreglada como obra completa en tres partes (La busca, Mala hierba y Aurora roja), a Pío le importa poco lo que les pase a sus personajes, tanto es así que ni siquiera se permite el lujo de tener un personaje principal, sino que prácticamente todos ellos poseen la misma relevancia. Lo que pretende es mostrarnos lo que acontece en el Madrid de principios del siglo XX. Quiere contarnos lo que pasa a diario, lo común, rehúye que nos enganchemos a una trama personal, y si es verdad que siempre se necesita un conflicto, el conflicto está ahí cada mañana lluviosa y fría sin un real en el bolsillo y sin un techo bajo el que guarecerse. Manuel, el que podríamos pensar que es el protagonista, no es más que una excusa para que el narrador actúe como una cámara que va siguiendo sus pasos para registrar todo aquello con lo que se encuentra.

Con la maestría de los grandes, por descontado, Pío nos sumerge en el mundo de los desgraciados, de los indigentes, de los pillos que pululan por las calles de aquel Madrid pubescente que ya vas notando que se está convirtiendo en el viejo y castizo Madrid de hoy día.

Con todo, la novela engancha, porque a parte de la arquitectura una obra debe de tener buenos acabados, y eso es lo que tiene La lucha por la vida y lo que le mantiene el interés. Uno no puede evitar levantar la mirada de sus páginas no por saber cómo acabará todo, sino porque le fascina lo que está viendo en cada instante.

En definitiva, que La lucha por la vida es una buena manera de enterarse de cómo estaban las cosas en Madrid hace unos cien años: sin sanidad, sin derechos laborales, sin educación, sin dignidad ciudadana, con el puede más el que más tiene (¿les suena?);  pero también es una buena forma de disfrutar de la mejor literatura.


Por la mañana salieron de la casa. El día se presentaba húmedo y triste; a lo lejos, el campo envuelto en niebla. El barrio de las Injurias se despoblaba; iban saliendo sus habitantes hacia Madrid, a la busca, por las callejuelas llenas de cieno; subían unos al paseo Imperial, otros marchaban por el arroyo de Embajadores.
Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres tenían aún las mujeres, sucias, desgreñadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria.
-Si los ricos vieran esto, ¿eh? -dijo don Alonso.
-¡Bah! , no harían nada -murmuró Jesús.
-¿Por qué?
-Porque no. Si le quita usted al rico la satisfacción de saber que mientras él duerme otro se hiela y que mientras él come otro se muere de hambre, le quita usted la mitad de su dicha.
-¿Crees tú eso? -preguntó don Alonso, mirando a Jesús con asombro.
-Sí. Además, ¿qué nos importa lo que piensen? Ellos no se ocupan de nosotros; ahora dormirán en sus camas limpias y mullidas, tranquilamente, mientras nosotros...
Hizo un gesto de desagrado el Hombre-boa; le molestaba que se hablara mal de los ricos.
Mala hierba, 1904. Pío Baroja.