Manta Barojiana

Así, por ejemplo, uno podría hacerse una buena idea de los efectos
producidos en la sociedad británica por la Revolución Industrial simplemente
leyendo a Dickens, podría comprender bastante bien lo que se cocía durante las
revoluciones que acabaron con el absolutismo europeo en el siglo XIX leyendo a
Hugo, a Flaubert o a Pérez-Galdós, asimilar en la medida de lo posible
realidades como el fascismo junto a Primo Levi o a Ana Frank, entender lo que
nos llevó a las guerras leyendo lo que había antes (Pla, Baroja, Valle-Inclán)
y lo que quedó después (Cela, Sánchez-Ferlosio, Kundera, Salinger, Ishiguro), contemplar
burbujas iridiscentes (Scott-Fitgerald, Capote, Easton Ellis) o recesiones
atroces (Carver, Wolff).
Cada autor es hijo de su época, y ésta se filtra en
cada frase de sus libros, en la forma de sentir e interpretar la realidad de
cada personaje, en la forma de hablar, en las descripciones y, cómo no, en los
temas tratados.
En La lucha por la vida, Pío Baroja nos presenta una de esas
novelas cuyo argumento no es más que la realidad social. Una novela colectiva.
Escrita por fascículos, y posteriormente arreglada como obra completa en tres
partes (La busca, Mala hierba y Aurora roja), a Pío le importa poco lo que les
pase a sus personajes, tanto es así que ni siquiera se permite el lujo de tener
un personaje principal, sino que prácticamente todos ellos poseen la misma
relevancia. Lo que pretende es mostrarnos lo que acontece en el Madrid de
principios del siglo XX. Quiere contarnos lo que pasa a diario, lo común, rehúye
que nos enganchemos a una trama personal, y si es verdad que siempre se necesita
un conflicto, el conflicto está ahí cada mañana lluviosa y fría sin un real en
el bolsillo y sin un techo bajo el que guarecerse. Manuel, el que podríamos
pensar que es el protagonista, no es más que una excusa para que el narrador
actúe como una cámara que va siguiendo sus pasos para registrar todo aquello
con lo que se encuentra.
Con la maestría de los grandes, por descontado, Pío
nos sumerge en el mundo de los desgraciados, de los indigentes, de los pillos
que pululan por las calles de aquel Madrid pubescente que ya vas notando que se está
convirtiendo en el viejo y castizo Madrid de hoy día.
Con
todo, la novela engancha, porque a parte de la arquitectura una obra debe de
tener buenos acabados, y eso es lo que tiene La lucha por la vida y lo que le
mantiene el interés. Uno no puede evitar levantar la mirada de sus páginas no
por saber cómo acabará todo, sino porque le fascina lo que está viendo en cada
instante.
En definitiva, que La lucha por la vida es una buena manera de
enterarse de cómo estaban las cosas en Madrid hace unos cien años: sin sanidad,
sin derechos laborales, sin educación, sin dignidad ciudadana, con el puede más
el que más tiene (¿les suena?); pero también es una buena forma de disfrutar de la mejor
literatura.
Por la mañana salieron de la casa. El día
se presentaba húmedo y triste; a lo lejos, el campo envuelto en niebla. El
barrio de las Injurias se despoblaba; iban saliendo sus habitantes hacia
Madrid, a la busca, por las callejuelas llenas de cieno; subían unos al paseo
Imperial, otros marchaban por el arroyo de Embajadores.
Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres tenían aún las mujeres, sucias, desgreñadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria.
Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres tenían aún las mujeres, sucias, desgreñadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiñapos, entumecida por el frío y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el párpado retraído, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria.
-Si los ricos vieran esto, ¿eh?
-dijo don Alonso.
-¡Bah! , no harían nada -murmuró Jesús.
-¿Por qué?
-Porque
no. Si le quita usted al rico la satisfacción de saber que mientras él duerme
otro se hiela y que mientras él come otro se muere de hambre, le quita usted la
mitad de su dicha.
-¿Crees tú eso? -preguntó don Alonso, mirando a Jesús con asombro.
-Sí. Además, ¿qué nos importa lo que piensen? Ellos no se ocupan de nosotros;
ahora dormirán en sus camas limpias y mullidas, tranquilamente, mientras
nosotros...
Hizo un gesto de desagrado el Hombre-boa; le molestaba que se hablara
mal de los ricos.
Mala hierba, 1904. Pío Baroja.
Hay cosas que no cambian, aunque pasen cien años
ResponderEliminarMuy interesante tu blog, ;)