La insoportable levedad de Milan
El escritor Milan Kundera va cayendo lenta, pero
inexorablemente, en el pozo del olvido literario. Es posible que dentro de unos
años, cuando muera, su obra retome momentáneamente un impulso que lleva ya
lustros desaparecido, es muy posible, incluso, que en épocas que están por
venir, el profesor Kundera recupere una parte considerable de la fama de la que
ya gozó en los años 70 y 80, una fama que le valió el calificativo de autor
best seller, fíjense, pero me da la impresión de que de la misma manera en que
el interés por su obra ascenderá declinará, porque el tema que aborda casi en
exclusividad en ella es la levedad, la irrelevancia de los actos y de las
personas que los realizan, en fin, de la vida misma. Ha hecho de la levedad el
tema principal de sus libros hasta el punto de llamar a una de sus novelas La
insoportable levedad del ser, incorporando en el título un adjetivo que
califica radicalmente su opinión sobre la existencia del individuo, y, por
ende, puesto que este es el tema sobre el que escribe, de su propia obra.
Insoportable. Esto es, que no se puede soportar o mantener en el tiempo.
Las
historias de Kundera muestran hasta qué punto es frágil la existencia, cuán
precario es el valor de nuestra biografía, cómo un simple gesto de un extraño
puede dar al traste con algo tan leve como es nuestra vida: haces una broma a
tu novia y esta te denuncia y acabas en un campo de concentración; evitas hacer
un favor académico y eso se convierte en una pesadilla que da al traste con tus
aspiraciones laborales; imaginas un juego erótico con tu pareja y se os va de
las manos y a partir de ahí todo ha cambiado; te separas por fin de tu mujer y,
en tu lecho de muerte, viene a verte, y luego, en el entierro, el cura dice que
en el último momento os reconciliasteis…
Lo que piensa Milan de estas agresiones
a la autenticidad/gravedad que uno desearía para su evolución vital es, como
decíamos, que son insoportables. La pregunta es: ¿Cómo de soportable puede ser
un tema literario basado en la constatación de la irrelevancia? Si esta misma
irrelevancia hace insoportable el ser, cómo no va a hacerlo con la literatura
basada en personajes que están puestos ahí, precisamente, para hacerla evidente.
Los lectores queremos vivir otras vidas, sentir pasiones que enciendan las
nuestras, encadenar razonamientos que tiren de nuestro raciocinio, pero una
literatura que se fundamente en la evidencia de la levedad nos lleva,
irremisiblemente, al aburrimiento.
Porque ya sabemos que nuestra existencia
pende de un hilo, ya sabemos que las cosas se pueden torcer por una simple
tontería, y aunque ese hecho constituya de por sí una herramienta espléndida
para el narrador (qué buenos puntos de giro cuando las cosas se le complican al
protagonista), no es efectiva cuando el argumento se focaliza en la
intranscendencia que el punto de giro significa, en lugar de en la acción que
acomete el personaje para resolverlo, o, según el caso, para no resolverlo.
Leí Amores
ridículos en el mejor momento de mi vida. Cuando era un adolescente y no estaba
leyendo mucho. Es un libro fantástico. Milan viene y te pone ahí, delante de
los ojos, cuando eres un crío engreído, un conjunto de historias aterradoras y
divertidas. Y entonces te dices, caray, qué frágil es la vida de estos
personajes. Y al pasar los años te das cuenta de que no solo de los personajes,
sino también de las personas. En fin, buena enseñanza filosófica. ¿Y ahora qué?
Hay
libros que conviene leer de joven y otros que no. También las sociedades, como
los individuos, agradecen leer a ciertos autores en ciertas épocas. Eso le pasó
a Kundera: lo leíamos los franceses, los italianos, los españoles, los ingleses
y los americanos. Lo leíamos para descubrir con ojos de sociedad adolescente
con qué facilidad se habían perdido los derechos individuales al otro lado del
telón de acero. Sentíamos nuestra gravedad y nos admirábamos al leer sus
historias ingrávidas. Bien, lo comprendimos. Pero ahora hemos madurado. La levedad
está a la orden del día. Entonces… ¿por qué seguir leyéndolo? Si algún día lo hacemos, será para echar la vista atrás y observar lo feas que se pusieron las cosas.