Monstruos perfectos
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Se dice que hay la religión suficiente para que los hombres se odien entre sí, pero no la suficiente para que se amen.
El corazón del ángel, 1987. Alan Parker.
Se dice que hay la religión suficiente para que los hombres se odien entre sí, pero no la suficiente para que se amen.
¡Ay, qué terrible es la sabiduría cuando no rinde ningún provecho al sabio!
Adonde quiera que fueras la gente hablaba del reclutamiento. Bien. Podías librarte por trescientos dólares, pero ¿quién tenía trescientos dólares? Para nosotros como si hubiesen sido tres millones. En cuanto a los reclutadores, les tenían demasiado miedo a las bandas como para perseguirnos. Además, nunca imaginamos que la guerra pudiera llegar jamás a Nueva York.
-Mi mujer me ha regalado un chaleco de punto por nuestro aniversario de boda -había confesado al barman, con la cabeza espesa por el coñac.
-¿Y qué esperaba usted? -había respondido el barman-. En eso consiste el matrimonio.
Yo creo firmemente que la falta de intimidad es una desgracia para el hombre. Sin ella no se profundiza en nada. Hay que entregarse con fuerza, regularidad y abstracción para penetrar en cualquier cosa. Y si el neoyorquino o la neoyorquina siguen muchos años en el plan de hoy acabarán siendo gentes superficiales, mecánicas y desnaturalizadoras.
Cuando un sueldo son mil euros, una hipoteca son mil euros, una tele gigante son mil euros y una tonelada de arroz son mil euros te das cuenta de que el sistema ha fracasado.
Hay cosas que no tendrían que ponerse al mismo nivel tan alegremente, digan lo que digan las leyes de la oferta y la demanda; diga lo que diga la libertad del mercado, diga lo que diga su mano invisible, ésa que todo lo arregla salvo las nacionalizaciones de los grandes bancos norteamericanos. La misma mano invisible que te ha vaciado los bolsillos.
Yo se lo metería.
Tú se lo meterías a cualquiera, alguien dijo burlonamente.
Y él lo miró de arriba abajo. Lo dices como si eso fuera algo malo.
-Yo acabo de tomar mi té... ¿Pero por qué no toma usted un gin fizz? A mí me encanta ver a la gente tomar gin fizzes. Me da la ilusión de estar en los trópicos, sentada en un bosque de guinjos, esperando un barco que nos lleve por un río ridículamente melodramático todo bordeado de mangles.
-Camarero, un gin fizz, haga el favor.
A Lazaro Codesal lo mató un moro a traición, lo mató mientras se la meneaba debajo de una higuera, todo el mundo sabe que la sombra de la higuera es muy propicia para el pecado en sosiego; a Lazaro Codesal, yéndole de frente, no lo hubiera matado nadie, ni un moro, ni un asturiano, ni un portugués, ni un leonés, ni nadie. La raya del monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal y ya no se volvió a ver nunca más.
Él vivía acostumbrado a recibir bofetadas y puntapiés sin saber por qué. A todo poderoso, y para él don Fermín era un personaje de los más empingorotados, se le figuraba Bismarck usando y abusando de la autoridad de repartir cachetes. No discutía la autoridad de esta prerrogativa, no hacía más que huir de los grandes de la tierra, entre los que figuraban los sacristanes y los polizontes.
-Pero todo eso son bobadas -continuó Émile-. Todas las personas son lo mismo. Sólo que algunas van para arriba y otras no... Por eso vine yo a Nueva York.