lunes, 9 de septiembre de 2013

Lucía y los cuerpos terrestres


Lucía y los cuerpos terrestres

Parece ser que dicen por Wall Street que lo difícil es conseguir el primer millón, y que, una vez hecho esto, los demás vienen rodados. Puede que sea cierto con el dinero, que también dicen que busca el dinero, pero tengo la impresión de que en el resto de las facetas de la vida no existe tal paralelismo, esto es, que conseguir algún tipo de éxito te asegure éxitos futuros. 

Pongamos por caso, y porque queda cerca de esta bitácora, el del culebrón de este verano: el caso de Lucía Etxebarria. A los 32 años ganó uno de los premios más importantes del panorama nacional, se hizo famosa escritora con su Beatriz y los cuerpos celestes, siguió ganando premios y supongo que dinero y fama, hasta que llegó a la cuarentena. Entonces, dejó de ganar dinero con sus libros. Prueba de ello son sus declaraciones en las redes, donde carga contra la piratería, amenaza con dejar de escribir, y enseña, una y otra vez, sus angustias vitales. Ella, que lo ha ganado todo, que tiene un gran número de fans, ¿ya no puede vivir de sus libros?

Pues parece ser que no. Hay mucho ruido, y hay muchos escritores, y mucha gente lo hace fenomenal y la gente empieza a leer a otros. Así que lo que hay que hacer es un poco más de ruido para que se acuerden de una. Y va y aparece en un programa de máxima audiencia, Campamento de Verano, y va y lo peta. Porque valoraciones personales al margen, Lucía reventó la audiencia con su carácter sensiblero y sus traumas infantiles irresueltos. Fue a ganar dinero, y supongo que a animar un poco las ventas de sus próximos libros, y hoy todo el mundo los espera: caso resuelto.

Algunos opinan que no debería haberlo hecho, ergo no hubiera vendido los libros que quiere vender; que está arruinando su reputación, la que al parecer no le sirve para poder vivir de la literatura a sus 46; que da pena, bueno, aquí es donde están los límites.

No es el primer escritor que se pone delante de las cámaras para hacer el payaso a cambio de pesetas. Tenemos el caso de algunos de los popes nacionales: Umbral encendiéndose desproporcionadamente porque allí nadie hablaba de su libro, Cela asegurando que podía absorber medio litro de agua por el agujero del culo, Marías rechazando premios nacionales para que nadie le tilde de oportunista.

Donde estén los límites de la dignidad humana es algo muy relativo, muy de cada cual, y sí, salir llorando ante las cámaras de Tele 5 es sacar los trapos sucios de casa y podría ser uno de esos límites. Pero el hecho es que están sucios, es lo que hay, y qué le vamos a hacer. Tal vez ahora, Lucía haya encontrado un trabajo que la recompense mejor económicamente. Si finalmente decide seguir el camino iniciado, no nos queda más que darle ánimo y temple, y por lo que ha hecho darle las gracias, por los libros, y por la genialidad de proporcionarnos ese oxímoron visual de vestir una camiseta verde en el plató de Sálvame.
 

viernes, 6 de septiembre de 2013

MP 106



Monstruos perfectos
-106-
Al protestar, Julián se había incorporado, encendido de indignación, echando a un lado su mansedumbre y timidez congénita. Primitivo, de pie también, mas sin soltar a Perucho, miró al capellán fría y socarronamente, con el desdén de los tenaces por los que se exaltan un momento.
Los pazos de Ulloa, 1886. Emilia Pardo Bazán.

jueves, 5 de septiembre de 2013

MP 105



Monstruos perfectos
-105-
-Yo también detesto la política, pero qué quiere -dijo don Fermín-. Cuando la gente de trabajo se abstiene y deja la política a los políticos el país se va al diablo.
Conversación en La Catedral, 1969. Mario Vargas Llosa.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

El autorretrato de Oscar Wilde


El autorretrato de Oscar Wilde

Me pasa con Oscar Wilde lo que a todo el mundo le pasa cuando ve una película de Woody Allen, que enseguida reconoce al autor en uno de los personajes. Su personalidad es tan peculiar y tan arrebatadora, que parece que se les hace muy difícil desprenderse de ella, y allá donde crean algo, una ficción, una aventura, un enredo, tienen que hacer aparecer a un tipo que piense y hable como ellos, que sea tan ingenioso como lo son ellos en la realidad. Es como si no necesitasen inventar a nadie mejor, ni distinto, porque ellos son el no va más, y cuando uno tiene al no va más en casa, para qué demonios se va a poner a hablar de gente vulgar. Les pasa a otros autores, hay un poco de Capote en Holly Golightly y por supuesto en el P.B. Jones de Plegarias atendidas; hay un poco de Updike en Harry Angstrom y supongo que en Bech, por más que se diga que es su alter ego; hay un poco de Irving en Garp; un poco de Carver en cada uno de los borrachos decadentes de cada uno de sus cuentos decadentes; y todo Wilde está en lord Henry Wotton, un caballero inglés de la época victoriana, extremadamente culto e ingenioso, que sodomiza todas y cada una de las páginas de El retrato de Dorian Gray. Tanto es así que hasta el propio personaje principal, el papel que Oscar Wilde reservó para Dorian Gray, se ve fagocitado por la luminosidad de lord Henry, y no es sino a mediados de la novela donde el pobre, a base de voluntad, consigue levantarse un poco entre el gentío y gritar: ¡Ey, que estoy aquí! ¡Que soy yo el que da nombre a la novela!

Da gusto leer El retrato de Dorian Gray porque es como pasar un rato con Oscar Wilde, y eso, bien lo sabía la ociosa aristocracia londinense, es de lo más divertido. El dramaturgo tenía chispa no solo en las páginas, y ya se dijo aquí que no hay mayor lealtad que la risa, al menos mientras las gracias no se salgan del tiesto. A Wilde, como a Capote, en algún momento se les salieron, y entonces dejaron de ser graciosos. Pero esa ya es otra historia.

martes, 3 de septiembre de 2013

MP 104



Monstruos perfectos
-104-
En The Dancers están acostumbrados al tipo de gente que hace dudar de que las clases particulares de tenis mejoren a las personas.
El largo adiós, 1953. Raymond Chandler.

lunes, 2 de septiembre de 2013

MP 103




Monstruos perfectos
-103-
No me gusta la fuerza bruta, pero la razón bruta es totalmente insoportable. Es como golpear por debajo del intelecto.
El retrato de Dorian Gray, 1891. Oscar Wilde.

lunes, 15 de julio de 2013

Vacaciones



Vacaciones

Me voy a la playa. Me llevo mis libros. Me tomo vacaciones. Espero que tengan al menos un poco de aquellos veranos de cuando éramos niños, ¿los recuerdan?, cuando no sabía uno los días que le quedaban para regresar al colegio, se iba a la playa y regresaba agotado de nadar, de correr y de hacer batallas de arena con los amigos, y luego comía y otra vez a jugar. Llegaba la noche y el bote o los polis y cacos, y luego la mañana, y otro día más, y algunos días cine con bocata y dos películas a la fresca, o madrugón para ir a pescar, y aquello era un no parar de felicidad, la cabeza vacía de preocupaciones y obligaciones, los amigos y la playa y los padres que de vez en cuando te decían que escribieses una redacción, o resolvieses algún ejercicio del libro de Santillana, o te estuvieses un rato sentado porque tenías que hacer la digestión. Pero eso no era para tanto, una pequeña molestia. Y jugar a chapas, al Monopoli, a beso, verdad y atrevimiento, y con las bicis, o a hacer incursiones en las urbanizaciones vecinas, o la güija en un rincón de las cocheras, o los recreativos, y los helados. Aquello sí era vivir el momento, el Carpe diem que ahora, ni aún esforzándose, puede uno llegar a alcanzar.

Que tengan también ustedes buenas vacaciones y buenas lecturas. Nos vemos por aquí en septiembre.

viernes, 12 de julio de 2013

MP 102



Monstruos perfectos
-102-
Una civilización no puede ser duradera sin gran cantidad de vicios agradables.
Un mundo feliz, 1932Aldous Huxley.

jueves, 11 de julio de 2013

Recuerdos


Recuerdos

No son los escenarios que caminaste tantas veces hace dieciséis años, cuando bajabas por la avenida Dr. Moliner y penetrabas en el perímetro del Campus de Burjassot, jardines áridos, césped decolorado, caminos empedrados entre pinos y bloques de ladrillo amarillento lo que te inquieta, tampoco son los rostros adolescentes y atareados de los estudiantes que ves hacer lo mismo que tú hacías entonces, exactamente lo mismo: caminar a la biblioteca y sentarte en una silla con los codos hincados a la mesa y los ojos entrecerrados por el sueño y la lejanía con que se divisaban los exámenes, o charlar en un corrillo con los compañeros de clase o comer en uno de los bancos de madera; ni siquiera es el hecho de comprobar que la humanidad se regenera mientras tú sigues tu camino inexorable hacia la siguiente etapa. Es darse cuenta de que los recuerdos son cada vez más difusos, menos exactos, más ideas vagas que imágenes nítidas lo que de verdad te entristece ligeramente.

Caminas de nuevo hacia la puerta de la facultad y recuerdas tus ambiciones juveniles, tus sueños gigantescos que fueron cambiando y amoldándose a la realidad; tratas de imaginarte sentado en las escalinatas, con un vasito de café entre los dedos y rodeado por tus amigos de entonces, nombres y rasgos faciales que se han ido desprendiendo del muro de la memoria como pintura desconchada (Begoña, Gladys, Juan, Paco...). Te acuerdas de la foto que os hicieron a ti y a ese que era de Benetússer (¿cómo se llamaba?) el día que hacíais prácticas de fotografía; pero eso ya es un recuerdo prestado, la foto, la viste no hace tanto en un cajón en casa de tus padres. ¿Qué pasó aquel día? Ya no lo recuerdas. Te acuerdas de la chica con la que quedaste y luego no fuiste y del último examen y de la sensación de libertad y desfondamiento final. Porque sí, llegaste con las fuerzas muy justas.

Y ahora estás ahí otra vez. El tiempo ha resbalado. Plantado entre las puertas. Todo sigue igual.

Pero volver es cambiar las cosas, desprecintar el baúl de los recuerdos, que serán viciados por la atmósfera nueva de lo que has ido a hacer allí: llevarle el manuscrito a un buen amigo y lector. En eso se está convirtiendo ahora la vieja Facultat de Física, en el mágico lugar donde eso sucedió.

miércoles, 10 de julio de 2013

MP101



Monstruos perfectos
-101-
Imaginó una persiana veneciana cuyas superficies exteriores se trataran con una sustancia que refractara o absorbiera las ondas sonoras. Con una persiana así, los amigos que vinieran de visita una tarde de primavera no tendrían que gritar para que se los oyera, tratando de imponerse al ruido de los camiones que pasaban por la calle. Los dormitorios también podrían quedar en silencio de aquella misma manera: los dormitorios, sobre todo, porque le parecía que el sueño era lo que todo el mundo buscaba en la ciudad y sólo conseguía a medias.
La olla repleta de oro, 1950John Cheever.