jueves, 11 de julio de 2013

Recuerdos


Recuerdos

No son los escenarios que caminaste tantas veces hace dieciséis años, cuando bajabas por la avenida Dr. Moliner y penetrabas en el perímetro del Campus de Burjassot, jardines áridos, césped decolorado, caminos empedrados entre pinos y bloques de ladrillo amarillento lo que te inquieta, tampoco son los rostros adolescentes y atareados de los estudiantes que ves hacer lo mismo que tú hacías entonces, exactamente lo mismo: caminar a la biblioteca y sentarte en una silla con los codos hincados a la mesa y los ojos entrecerrados por el sueño y la lejanía con que se divisaban los exámenes, o charlar en un corrillo con los compañeros de clase o comer en uno de los bancos de madera; ni siquiera es el hecho de comprobar que la humanidad se regenera mientras tú sigues tu camino inexorable hacia la siguiente etapa. Es darse cuenta de que los recuerdos son cada vez más difusos, menos exactos, más ideas vagas que imágenes nítidas lo que de verdad te entristece ligeramente.

Caminas de nuevo hacia la puerta de la facultad y recuerdas tus ambiciones juveniles, tus sueños gigantescos que fueron cambiando y amoldándose a la realidad; tratas de imaginarte sentado en las escalinatas, con un vasito de café entre los dedos y rodeado por tus amigos de entonces, nombres y rasgos faciales que se han ido desprendiendo del muro de la memoria como pintura desconchada (Begoña, Gladys, Juan, Paco...). Te acuerdas de la foto que os hicieron a ti y a ese que era de Benetússer (¿cómo se llamaba?) el día que hacíais prácticas de fotografía; pero eso ya es un recuerdo prestado, la foto, la viste no hace tanto en un cajón en casa de tus padres. ¿Qué pasó aquel día? Ya no lo recuerdas. Te acuerdas de la chica con la que quedaste y luego no fuiste y del último examen y de la sensación de libertad y desfondamiento final. Porque sí, llegaste con las fuerzas muy justas.

Y ahora estás ahí otra vez. El tiempo ha resbalado. Plantado entre las puertas. Todo sigue igual.

Pero volver es cambiar las cosas, desprecintar el baúl de los recuerdos, que serán viciados por la atmósfera nueva de lo que has ido a hacer allí: llevarle el manuscrito a un buen amigo y lector. En eso se está convirtiendo ahora la vieja Facultat de Física, en el mágico lugar donde eso sucedió.

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