lunes, 7 de enero de 2013

Está bien, te llamo Jaguar



Está bien, te llamo Jaguar

Que a Mario Vargas Llosa no le hayan concedido el Premio Nobel hasta el año 2010, ya con 74 años el pobre, es como si a Leo Messi no le hubiesen dado todavía, a fecha de hoy, un balón de oro. Vamos, ¡una injusticia que clama al cielo!

Mario ha escrito 18 obras de ficción (dejemos lo otro de lado). De esas 18 obras he leído 9. De esas 9, puedo asegurar que 6 son obras espléndidas, y de esas 6, al menos 4 son obras maestras. Y todavía no he leído Conversación en La Catedral, La casa verde, ni La guerra del fin del mundo, de las que se asegura que también lo son.

Resumiendo: 7 obras maestras. Un único escritor. Eso no lo hace cualquiera.

Creo que podemos decir, sin ningún rubor, que Mario Vargas Llosa es el mejor narrador vivo. ¿Si no quién? ¿Philip Roth?, que se empeña una y otra vez en contarnos la historia de su vida, es decir, la de un judío norteamericano que ha superado un cáncer de próstata (tendré que leer alguno de los libros que escribió antes de que lo operaran, pero me da que serán  historias sobre judíos norteamericanos jóvenes que aún no han sido operados de la próstata). ¿Paul Auster?, que parece que cada vez que piensa en escribir un libro se asome a la ventana de su precioso estudio de Manhattan para verle la barba desgarbada al mendigo de turno, y luego nos sale con una romántica parábola del desmoronamiento humano. Paul, amigo, coge el subway y cambia de barrio. No muy lejos de tu querido Park Slope tienes desmoronamiento del bueno. ¿Murakami? Bien, sigamos...

Al menos, eso sí, los señores miembros del Comité Nobel acertaron en la descripción de la obra de Mario:

“Por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”

Es así, y tuve que leer esa frase para caer en la cuenta. Desde La ciudad y los perros hasta La fiesta del Chivo su literatura es una literatura de rebelión, un 1984 Orwelliano pero realista, tangible, que nos suena a noticiario o a documental de Informe Semanal, que nos suena a que está pasando, que nos trae acá a los tipos que mueven los hilos y nos los enfrenta para que nos demos cuenta de que, aunque pueden aplastarnos como si fuésemos gusanos, aunque les protege esa estructura de poder que la suerte les ha puesto de su lado, no dejan de ser hombres, hombres de carne y hueso, hombres como nosotros.

La literatura de Mario nos muestra las diferentes plantas del edificio social, desde el lujoso ático dúplex hasta el sótano mohoso, pero luego se mete en esas casas y nos dice: ¿no veis?, todos esos tienen que ir al baño una vez al día.

A veces me parecen contradictorias su literatura y sus ideas personales, las cuales le han granjeado un buen número de detractores. A él parece que le da lo mismo lo que piensen, y se hace fotos con el más pintado (aquí).

Pero al César lo que es del César: literariamente, Mario no tiene competencia.

Es el mejor. Es tan bueno que, aun cuando hace experimentos con la sintaxis, cuando innova en la forma de narrar y cuando arriesga, lo hace únicamente en base a las necesidades de la historia que está contando. Por eso es un gran narrador, porque todo está al servicio de la historia, hasta la propia literatura.

No sabía si hablarles aquí sobre su primera novela, La ciudad y los perros (a los 25 años) o sobre la “última”, La fiesta del Chivo, que imagino que cerrará su trayectoria literaria de calidad (no creo que le pase como a Cormac McCarthy, que parió su obra maestra a los 73 años; eso de hacer obras maestras debe de ser cansado y Mario ya lleva tiempo dándole a la manivela), así que les hablaré un poquito de cada una.

Si no lo han leído les recomendaría que empezaran por La fiesta del Chivo. Allí se encontrarán cara a cara con un tirano, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y comprenderán cómo es posible que un único hombre pueda deprimir a un pueblo entero. Luego, les invito a leer La ciudad y los perros; a seguir de cerca las tropelías del Jaguar, del esclavo Arana y del poeta Alberto, y comprobar cómo las estructuras de poder se cementan ya en los años jóvenes, y no son más que organización y liderazgo.

Y luego... Los jefes, Los cachorros, Conversación en La Catedral, y etcétera, etcétera, etcétera.

-No podemos quedarnos así. Hay que hacer algo -dijo Arróspide. Su rostro blanco destacaba entre los muchachos cobrizos de angulosas facciones. Estaba colérico y su puño vibraba en el aire.
-Llamaremos a ése que le dicen el Jaguar -propuso Cava.
Era la primera vez que lo oían nombrar. "¿Quién?", preguntaron algunos; "¿es de la sección?"
-Sí -dijo Cava-. Se ha quedado en su cama. Es la primera, junto al baño.
-¿Por qué el Jaguar? -dijo Arróspide-. ¿No somos bastantes?
-No -dijo Cava- No es eso. Él es distinto. No lo han bautizado. Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera. Lo llevaron al estadio conmigo, ahí detrás de las cuadras. Y se les reía en la cara, y les decía: "¿así que van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver". Se les reía en la cara. Y eran como diez.
-¿Y? -dijo Arróspide.
-Ellos lo miraban medio asombrados -dijo Cava- Eran como diez, fíjense bien. Pero sólo cuando nos llevaban al estadio. Allá se acercaron más, como veinte, o más, un montón de cadetes de cuarto. Y él se les reía en la cara; "¿así que van a bautizarme?", les decía, qué bien, qué bien.
-¿Y? -dijo Alberto. -¿Usted es un matón, perro?, le preguntaron. Y entonces, fíjense bien, se les echó encima. Y riéndose. Les digo que había ahí no sé cuantos, diez o veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la Virgen que todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o con la cara rota, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a bautizarme?, qué bien, qué bien.
-¿Y por qué le dices Jaguar? -preguntó Arróspide.
-Yo no -dijo Cava-. Él mismo. Lo tenían rodeado y se habían olvidado de mí. Lo amenazaban con sus correas y él comenzó a insultarlos, a ellos, a sus madres, a todo el mundo. Y entonces uno dijo: "a esta bestia hay que traerle a Gambarina". Y llamaron a un cadete grandazo, con cara de bruto, y dijeron que levantaba pesas.
-¿Para qué lo trajeron? -preguntó Alberto.
-¿Pero por qué le dicen el Jaguar? -insistió Arróspide. 
-Para que pelearan -dijo Cava-. Le dijeron: "oiga, perro, usted que es tan valiente, aquí tiene uno de su peso". Y él les contestó: "me llamo Jaguar. Cuidado con decirme perro".

 La ciudad y los perros, 1963. Mario Vargas Llosa.

4 comentarios:

  1. jaja que bueno, " me llamo Jauar, cuidado con decirme perro",que buena frase, Mario Vargas Llosa ya está en mi lista, pero haré caso a sus recomendaciones y empezaré con "la fiesta del chivo".

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  2. Pues no sabes lo que te has dejado para el final. Las tres son buenísimas, pero "La guerra del fin del mundo" y "Conversación en La Catedral" son excepcionales. Yo las leí hace quince años y todavía no me he recuperado del shock. De las menos conocidas, siento predilección por "Historia de Mayta". Para mí, todo un tratado acerca de cómo contar una historia.

    Coincido contigo en que Vargas Llosa es un gigante. También en que determinados autores están sobrevalorados. O en que Auster lleva ya un buen puñado de años siendo la sombra del que una vez fue..

    Un saludo.

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  3. Un apunte: Auster no vive en Manhattan sino en Park Slope, un agradable barrio con arbolitos en Brooklyn.

    Saludos.

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    1. Hola Juan, gracias por la vista. Estoy deseando retomar Conversación en La Catedral. Ese comienzo es sublime: Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor [...].
      Respecto a lo de Manhattan, me refería al estudio donde escribió, creo, La trilogía de Nueva York, pero no me hagáis mucho caso.
      Por cierto, sería curioso hacer un mapeado de los popes literarios que pasan sus temporadas en Nueva York. Añado unos cuantos, a ver si alguien puede ampliar:

      1. Paul Auster, Park Slope, Brooklyn.
      2. Martim Amis, mudado recientemente a Brooklyn.
      3. Salman Rushdie, Manhattan.
      4. Antonio Muñoz Molina, 74 st West. Manhattan.
      5. Mario Vargas Llosa, Columbus Circle, West Manhattan.


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