Monstruos perfectos
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No habiéndose descosido jamás de las faldas de su madre sino para asistir a cátedra en el Seminario, sabía de la vida lo que enseñan los libros piadosos.
Los pazos de Ulloa. 1886. Emila Pardo Bazán.
No habiéndose descosido jamás de las faldas de su madre sino para asistir a cátedra en el Seminario, sabía de la vida lo que enseñan los libros piadosos.
Tanta energía gastada para captar y servir caliente, al otro día, con el café, esta cosa ficticia, de la que incurrimos en la equivocación de no cansarnos nunca: noticias.
En las series se está haciendo la mejor
literatura, dicen algunos. La literatura está demasiado influenciada por la
cinematografía, dicen otros. Y lo cierto es que no es extraño encontrar libros
que bien podrían haber sido guiones de película y en paz, oye, que tampoco hay
por qué matar moscas a cañonazos, lo mismo que hay series que se disfrutan con
la intensidad y la cadencia con que se leen los libros de aventuras o los
dramas del siglo XIX. Se necesitan más o menos las mismas horas para ver Breaking Bad que para leer Guerra y Paz, así que el placer obtenido
debe ser parecido, dando por hecho, claro está, que las dos sean obras de arte.A la belleza de la laguna se añadía la sensación de que los acantilados le servían de abrigo, como si fueran los muros de un castillo puesto del revés.
-Si realmente fuera tan rico, no estaría preso -añadió el inspector con la sencillez del hombre corrompido.
La vida humana es el mayor derroche económico de la naturaleza: cuando parece que podrías empezar a sacarle provecho a lo que sabes, te mueres, y los que vienen detrás vuelven a empezar de cero.
A todo docente le ha pasado alguna vez que un
alumno interfiera en el normal discurrir de la clase. Que moleste a sus
compañeros y al profesor, y no solo eso, que provoque de forma voluntaria un
enfrentamiento con quien se supone que es la autoridad en el aula.Después de muchos años estudiando el tema, Mikael estaba convencido de que no existía un solo director de banco o empresario célebre que no fuera también un sinvergüenza.
Volvió a ser el hijo de la huerta, altivo, enérgico e intratable cuando cree que le asiste la razón.
Cuando encuentra uno por tercera vez en un libro
a un padre que, tras recibir las explicaciones de su hijo a las heridas que
presenta, básicamente que ha participado en una pelea en la que le ha dado una
buena tunda al mariquita de turno, le felicita, y no solo eso, sino que lo
aparta a un rincón y le explica cómo debe colocarse para pelear, con qué
nudillos debe golpear para hacer el mayor daño posible, e insulta al pobre
desgraciado y reitera gratuitamente que se lo tenía merecido y le anima a que
la próxima vez le dé más fuerte, en el cuello a ser posible, y por sorpresa,
empieza uno a sospechar que está leyendo demasiados autores de un mismo
movimiento literario.No reconocía otro obstáculo para un cambio milagroso que no fuera la incredulidad de los demás.
De año en año se había ido desecando su alma, lenta, pero fatalmente. A alma seca, ojos secos. A su salida de presidio hacía diecinueve años que no había derramado una lágrima.
Mi madre no esperaba encontrar a la gente aburrida o mezquina; daba por supuesto que serían agradables e interesantes, y ellos notaban esta seguridad y en general se mostraban a la altura de lo que se esperaba de ellos.
Llevo un par de semanas tratando de entender qué
es lo que hace especial ese cuento de Tobias Wolff titulado El mentiroso, que considero el mejor de
la colección Cazadores en la nieve, y
creo por fin haber dado con la clave.