sábado, 18 de mayo de 2013

MP 75



Monstruos perfectos
-75-
Hay que ser rico desde el principio para extraerle todos los beneficios a la vida.
Conejo es rico, 1981John Updike.

viernes, 17 de mayo de 2013

Carteles de nuestros días


Carteles de nuestros días

La síntesis de las necesidades y los objetivos de un pueblo, visto desde el enfoque de sus gobernantes, ha sido históricamente bien conjugada en las consignas de los carteles. Basta echar una ojeada a los magníficos que se realizaron durante la Guerra Civil Española, en los que aparecen eslóganes de lo más aclaratorios sobre la ideología y el estado de la contienda:

¡Antifascistas!, barramos el fascio y hagamos que España sea el faro que ilumine el mundo.
1ª Cruzada. España orientadora espiritual del mundo.
El analfabetismo ciega el espíritu. Soldado, instrúyete.
Ante Dios nunca serás héroe anónimo.
Estat Català. No oblideu que estem en guerra!
Ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas.
¡Basta de “ensayos” y “proyectos”! Primero ganar la guerra.
Con el triunfo de los ejércitos, la unidad de las tierras de España.

Proliferan en tiempos de guerra, pero persisten en tiempos de paz, aunque sea en forma de pequeñas estampas de correos, obligando a los mandamases, porque algo hay que poner en ellos, a declarar sus intenciones por escrito.

Ojeando en la colección de mi cuñada descubro este: Industrialización española. Timbrado en 1975. Treinta y ocho años hace ya. Y aunque no puedo dejar de encontrar buenas intenciones en la proclama, tampoco puedo evitar pensar que lo que se quiso hacer no se hizo, sean las que fueran las razones, lo que viene a confirmar la sospecha de que también la palabra escrita se la lleva el viento.

jueves, 16 de mayo de 2013

MP 74



Monstruos perfectos
-74-
Si intento describirlo aquí es para no olvidarlo. Es triste olvidar a un amigo. No todos han tenido un amigo. 
El Principito, 1943. Antoine de Saint-Exupéry.

martes, 14 de mayo de 2013

MP 73



Monstruos perfectos
-73-
Miró al cielo por la fuerza de la costumbre pero no había nada que ver allí.

La carretera, 2006. Cormac McCarthy

lunes, 13 de mayo de 2013

Conejo en el Caribe


Conejo en el Caribe

Tengo a mi querido y entrañable Harry Conejo obsesionado con Cindy, la mujer de un amigo. Tiene casi cincuenta años, todavía se siente con vigor, lleva una vida holgada económicamente y ahora, junto con su esposa y otras dos parejas, se ha ido de vacaciones al Caribe. Desde que ha cogido el avión, e incluso antes, en una fiesta en la que acabó husmeando en la mesilla de noche de la habitación de matrimonio de los anfitriones y descubrió unas Polaroid con contenido sexual de lo más explícito, no puede quitársela de la cabeza. Se la imagina haciéndoselo en sucias posturas con el viejo y suertudo de Webb; se fija en las marcas que le dejan las cintas del bikini en la piel color caoba, en los reflejos del salitre cuando sale chorreante de las aguas caribeñas verdemar, en el triángulo de tela que le tapa la entrepierna abierta cuando se sienta al estilo Buda; le excita tremendamente su opinión, más bien recatada, respecto a algunos temas relacionados con la vida conyugal.

Él va disfrutando a su manera, siempre pasajera y circunstancial, de las vacaciones, pero en su mente no deja de imaginar cosas; cree intuir segundas intenciones en los acercamientos de ella, insinuaciones veladas en sus palabras. En una ocasión, aprovechando un momento en que se quedan a solas, ha estado a punto de lanzarse a besarla. En otra, en la playa, tras un pequeño accidente de navegación, sus piernas se entrecruzan febrilmente bajo las aguas verdosas y negras y él se siente extremadamente excitado. Y finalmente, una noche, estando los seis sentados a la mesa para la cena, a la pequeña Cindy se le ocurre comentar si han pensado que, en el pueblo, todos darán por sentado que han hecho intercambio de parejas.

Los anhelos no son suficientes, Conejo, no basta con desear, ni siquiera basta con atreverse. Hay que saber hacer las cosas. Y tú, o las haces a lo bruto o no las haces. Pero mira por dónde, mientras te lo estabas pensando ellas van y lo han decidido por ti. Así de sencillo. ¡Intercambio!

Es admirable la manera en que Updike resuelve la situación; la sutileza con que las opiniones de los diferentes miembros de la expedición se van conociendo sin que nadie demuestre un entusiasmo excesivo que pueda ofender a su pareja; el modo en que las creencias, los prejuicios y los deseos de los diferentes personajes se amoldan para encajar en una escena de semejante radicalidad sin que se levanten suspicacias en el lector; el don que posee para hacer que todo suceda de forma natural, calmada, como si no pudiese ser de otra manera; y, sin embargo, la enorme tensión que hay en todo momento.

Porque Updike hace literatura de lo cotidiano, arrollándonos con la crudeza y la fuerza de su realismo, pero sin olvidar que es novelista, y si quiere tensión sexual no buscará situaciones exageradas, sino que recurrirá a las fantasías con las que todo hombre o mujer ha soñado alguna vez; lo que a la postre, no deja de ser lo más efectivo.

El avión se detiene, van despacio, han aterrizado y una terminal baja de color rosa se perfila ante sus ojos mientras  se acercan los minibuses del 747. Empiezan a moverse, a sudar de repente, cogen sus abrigos invernales, buscan a tientas sus gafas de sol y se encaminan hacia las salidas. En lo alto de la escalera plateada que baja hasta el asfalto, el aire tropical, tan cálido, húmedo y clemente, compuesto enteramente de diminutos círculos, golpea el rostro de Conejo como si le echaran una ráfaga con un pulverizador; pero Ronnie Harrison estropea el instante diciéndole al oído, nítidamente:
-Jo, chico. Esto es mejor que una buena mamada.
Y, peor aún que la voz de Ronnie ensuciando el momento tan precioso y frágil del primer encuentro con un nuevo mundo, las mujeres ríen, dando a entender que han oído la gracia. Janice se ríe, la muy bobalicona. Y también la azafata, cuyo cuerpo resplandeciente se ha perlado de gotas con el calor, junto a la puerta donde está apostada diciendo adiós, adiós, sonrisas procaces.
La risa de Cindy se destaca infantil por encima de las otras y rápidamente dice, arrastrando la palabra: "Ronnie...". En medio del asco, Conejo se excita al recordar aquellas fotografías Polaroid guardadas en un cajón.

Conejo es rico, 1981. John Updike. 

 

viernes, 10 de mayo de 2013

MP 72



Monstruos perfectos
-72-
Qué agotadora es la fidelidad cuando no brota de una verdadera pasión.
La ignorancia, 2000. Milan Kundera.

jueves, 9 de mayo de 2013

De vueltas con el campo magnético


De vueltas con el campo magnético


Existe un mundo propio en las miradas, posiblemente el mejor canal de comunicación que posee la especie humana. Una mirada puede proponer un coito a más de cinco metros en una discoteca oscura, llena de humo, de cuerpos sudorosos y de luces estroboscópicas, una mirada puede comunicar la ternura de un niño con tanta intensidad como una caricia, o el rencor de un vecino en la reunión de escalera cuando sacas el tema espinoso, o el aburrimiento de un alumno, o el esfuerzo que hace por comprender, porque no se le escape el hilo frágil del entendimiento. Los ves desde sus sillas seguir tus explicaciones, los trazos que das en la pizarra, hasta las bromas que haces, y ahora, justo cuando comenzamos con el estudio de ese misterio que sigue siendo la realidad palpable de que dos imanes se repelan a distancia, les ves levantar las manos, conformar un sistema de referencia con sus dedos pulgar, índice y corazón y hacerlo girar en el espacio, o aplicar la regla del sacacorchos, o atornillar y desatornillar imaginariamente una y otra vez mientras sus mentes siguen los razonamientos, indagan en las pistas, comparan ángulos, mueven vectores...
Y entonces se produce el milagro, aparecen, aquí y allá, con la aleatoriedad de las burbujas en el agua que empieza a hervir, los signos evidentes de que lo han comprendido. Una llamarada en sus ojos, a veces seguida de una leve sonrisa y una concisa anotación en sus apuntes. Lo tienen. Y no hace falta que lo digan.



miércoles, 8 de mayo de 2013

MP 71



Monstruos perfectos
-71-
La lealtad se gana. Actualmente todo el mundo habla de lealtad y, en realidad, lo único que hace es obedecer ciegamente las órdenes que recibe.
El artista del mundo flotante, 1989. Kazuo Ishiguro.

lunes, 6 de mayo de 2013

Un pañuelo


Un pañuelo


Las novelas que incorporan entre sus personajes nombres de personas reales tienen algo de libro de historia. Se resiste uno a creer que las vicisitudes por las que les hace pasar el autor son meras invenciones, como si el nombre propio fuera garantía de una autenticidad incuestionable o como si no pudiésemos concebir que alguien se dedique al feo asunto de falsear las vidas ajenas.

Suelen, además, venir acompañadas estas vicisitudes por hechos reales que han sido constatados y bien documentados, y que, muchas veces, permanecen en la memoria colectiva, por lo que, al final, la trama se convierte en un galimatías del que no sabes si fiarte, o de qué partes fiarte, pero que posee la gracia de enseñarte historia a la vez que te hace pasar un buen rato, lo cual no es poca cosa.

No son pocos los personajes históricos que Edgar L. Doctorow vapulea en Ragtime. Aquí una lista breve: Harry Houdini, Jacob Riis, Henry Ford, J.P. Morgan, Henry Frick, Stanford White, Emma Goldman, Sigmund Freud... Y no los trata con simples pinceladas para establecer un marco histórico en la narración, sino que les entrega papeles relevantes, e incluso, a algunos de ellos, los convierte en personajes principales de esta historia fabulosa que discurre a principios del siglo XX en Nueva York.

Como dice Updike: “Durante años no ocurre nada y de improviso acontece todo”. No hay más que echar un ojo a los nombres mencionados para intuir que si andaban por el mismo lugar, en la misma época, es que algo importante iba a ocurrir. Y lo que ocurrió es que esa gente cambió el mundo (o, como dice Lampedusa, lo cambió para que todo siguiera igual), inventó la sociedad tal y como la conocemos hoy en día, inventó hasta nuestra forma de pensar, y lo hizo estableciendo tres de los cuatro pilares sobre los que se sustenta la vida en el primer mundo: 1) el gran pilar del liberalismo, liderado por el magnate de la banca J.P. Morgan, o la toma de conciencia de que todos tenemos derecho a formar parte de la pelea, y a partir de ahí que gane el más fuerte; 2) el desarrollo de las ciudades, potenciado por el auge económico y el desarrollo de la metalurgia, ejemplarizado en el libro con la figura de Henry Frick, magnate del coque y el acero, y por la del famoso arquitecto Stanford White; 3) la invención del automóvil y su explotación a nivel global, representado por el personaje de Henry Ford, que dotó al ser humano de, prácticamente, omnipresencia, y constituyó una nueva forma de hegemonía, la derivada del uso del petróleo.

Existe un cuarto pilar, importantísimo, sobre el que se sustenta nuestra sociedad y que también nació en Nueva York apenas una década antes. Se trata del desarrollo y la explotación comercial de un invento que en la época debió resultar muy curioso, la electricidad, y aunque Edgar no hace apenas referencia a ella en el libro, visto el tratamiento más bien simplón que hace de los personajes, poco le hubiese costado haber aprovechado que Thomas Alva Edison fue un gran amigo de Henry Ford y haberlo hecho aparecer en alguna escena, así hubiese cerrado el círculo.

Como sería de esperar, estos pilares se convirtieron rápidamente en grandes corporaciones multimillonarias y superpoderosas, que son las que hoy dominan los estados. 

Pero también los desamparados aparecen entre las líneas de RagtimeEmigrantes europeos que se pudren en el Lower East Side, negros que intentan obtener justicia de un sistema que todavía no los trata como a iguales, mujeres que luchan por sus derechos, proletarios que comienzan huelgas interminables se reúnen clandestinamente y planean atentados. Aparece la anarquista y feminista Emma Goldman, que participó en el intento de asesinato de Henry Frick, que alentó las revueltas de los trabajadores, el uso de métodos anticonceptivos, que años más tarde colaboró con el gobierno republicano español durante la contienda y que, según el libro, imparte una conferencia en la calle Catorce Este para recaudar fondos para la causa de Francesc Ferrer i  Guardia, el pedagogo catalán al que el gobierno español ejecutó por fomentar la huelga general. Y cuando uno lee a Josep Pla en El Quadern Gris, ambientado en una Barcelona revuelta y crispada en la misma época que Ragtime, se da cuenta de que no era sólo Nueva York, de que se estaba prendiendo fuego el mundo entero, que no deja de ser un pañuelo.


Íbamos a animar a los obreros cercados en aquellos momentos difíciles. Convertiríamos su lucha en revolución. Mataríamos a Frick. Pero estábamos en Nueva York y no teníamos dinero. Necesitábamos dinero para pagar el billete de tren y para comprar una pistola. Entonces fue cuando me puse ropa interior con blondas y me eché a la calle Catorce. Un viejo me dio diez dólares y me dijo que me fuera a casa. El resto me lo prestaron. Pero lo habría hecho si hubiera sido necesario. Era para el atentado. Era por Berkman y por la revolución. Le di un abrazo en la estación. Planeaba disparar a Frick y quitarse la vida. Yo corrí tras el tren mientras partía. Sólo teníamos dinero para un billete. Dijo que para el trabajo sólo hacía falta una persona. Se metió en el despacho de Frick en Pittsburgh y le disparó al cabrón tres veces. En el cuello, en el hombro. Hubo sangre. Frick quedó tendido. Entraron varios hombres. Le quitaron la pistola, pero tenía un cuchillo. Se lo clavó a Frick en la pierna. Le quitaron el cuchillo. Se metió algo en la boca. Le abrieron las mandíbulas a la fuerza. Era una cápsula fulminante de mercurio. Lo único que tenía que hacer era morder la cápsula y el despacho hubiera estallado con todo el mundo dentro. Le echaron la cabeza atrás y le quitaron la cápsula. Le golpearon hasta dejarle inconsciente.
Ragtime, 1975. Edgar L. Doctorow


viernes, 3 de mayo de 2013

MP 70



Monstruos perfectos
-70-
La verdad es que me parezco a Swann curado de su amor y suspirando: "¡Y pensar que he estropeado mi vida por una mujer que no era de mi estilo!"
Las palabras, 1964. Jean Paul Sartre.

jueves, 2 de mayo de 2013

MP 69



Monstruos perfectos
-69-
I know in my heart that I'll have to change.

Nothing's impossible, 2005. Depeche Mode.

miércoles, 1 de mayo de 2013

MP 68



Monstruos perfectos
-68-
-Tu madre era igual que tú, Noriko. Decía lo primero que se le pasaba por la cabeza, cosa que, supongo, da fe de una gran sinceridad.
El artista del mundo flotante, 1989. Kazuo Ishiguro.