jueves, 9 de mayo de 2013

De vueltas con el campo magnético


De vueltas con el campo magnético


Existe un mundo propio en las miradas, posiblemente el mejor canal de comunicación que posee la especie humana. Una mirada puede proponer un coito a más de cinco metros en una discoteca oscura, llena de humo, de cuerpos sudorosos y de luces estroboscópicas, una mirada puede comunicar la ternura de un niño con tanta intensidad como una caricia, o el rencor de un vecino en la reunión de escalera cuando sacas el tema espinoso, o el aburrimiento de un alumno, o el esfuerzo que hace por comprender, porque no se le escape el hilo frágil del entendimiento. Los ves desde sus sillas seguir tus explicaciones, los trazos que das en la pizarra, hasta las bromas que haces, y ahora, justo cuando comenzamos con el estudio de ese misterio que sigue siendo la realidad palpable de que dos imanes se repelan a distancia, les ves levantar las manos, conformar un sistema de referencia con sus dedos pulgar, índice y corazón y hacerlo girar en el espacio, o aplicar la regla del sacacorchos, o atornillar y desatornillar imaginariamente una y otra vez mientras sus mentes siguen los razonamientos, indagan en las pistas, comparan ángulos, mueven vectores...
Y entonces se produce el milagro, aparecen, aquí y allá, con la aleatoriedad de las burbujas en el agua que empieza a hervir, los signos evidentes de que lo han comprendido. Una llamarada en sus ojos, a veces seguida de una leve sonrisa y una concisa anotación en sus apuntes. Lo tienen. Y no hace falta que lo digan.



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