Cuando fuimos jóvenes
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Tela serigrafiada. Koldo Mitxelena |
Existe, entre la novelística decimonónica, una
variante temática a la que no pocos autores se han rendido. Me refiero al
modelo de novela que trata el tema de la educación sentimental, es decir, de la
formación del individuo en los temas relacionados con el amor. Estas novelas se
concentran, por lo tanto, en lo que se conoce por “la edad de merecer”, y sus
páginas nos muestran ese torbellino de sentimientos que uno tiene cuando se es
joven y se enamora, y el otro parece un cúmulo inasible de virtudes, y las
promesas tienen tanta fuerza como frágiles se demuestran muchas veces luego,
con el paso del tiempo. Un par de ejemplos de este tipo de novelas son la
maravillosa, y de acertado título, La
educación sentimental, de Gustave Flaubert (1869), y Washington Square, de Henry James (1880). La primera cuenta los escarceos
amorosos de un joven Frédéric Moreau, más arena que cal, y la segunda la
azarosa aventura del compromiso matrimonial de Catherine, una pudiente
neoyorquina de mediados del siglo XIX. Ambos autores ambientaron sus novelas
en, aproximadamente, entre veinte y cuarenta años con anterioridad a la fecha
en que fueron escritas, lo cual, junto con las conclusiones obtenidas por
numerosos estudios, nos lleva a pensar que ambos estaban hablando de su propia
juventud, de su propia experiencia formativa en cuanto a sentimientos. Se dice
que La educación sentimental es la
historia de Flaubert, enamorado de una mujer mayor cuando no era más que un
pubescente francesito que acabaría convirtiéndose en uno de los tres mejores
escritores de la historia. Lo mismo le sucede a su personaje. Se dice que Washington Square es la historia real de
alguien muy cercano a Henry James. Parece, en cualquier caso, que ambos
escritores pretendían, al escribir esas historias, si no exorcizar su propia
experiencia formativa, al menos sí tratar de entender y sacar algo en claro de
lo que les pasó en aquellos años locos de su juventud.
Pero nada se exorciza si
uno no toma distancia, así que ambos literatos escribieron sus libros, y luego,
añadieron unos capítulos, acelerados, al final de ellos, en los que se pasa
revista a cómo acontecieron las vidas de sus sufridos personajes después del
regocijo de hormonas que supuso la juventud. Así, no solo nos muestran el proceso
de educación, sino también el resultado de ese proceso. Y el resultado de ese
proceso, en ambos casos, parece sugerir lo mismo, lo que creo que dirían
Gustave y Henry ya de mayores, y lo que dicen algunos adultos cuando echan la
vista atrás. ¡Qué bonito fue! ¡Y cuánto afectó al discurrir de nuestra vida! Y
sin embargo, ahora, con la mente preclara que otorga la distancia, cuán
ingenuos fuimos, por qué poca cosa desesperábamos y qué poco ceño tuvimos para
tomar las riendas. Pero ya se sabe, fue cuando fuimos jóvenes.