Asombro

Ayer hicimos una bombilla con una mina de lápiz en
clase. Algo nos debe quedar de ese instinto de nuestros antepasados que nos ha
traído hasta donde estamos hoy, al menos el asombro, que arrastra tras de sí la
curiosidad, por más que estemos imbuidos en un mundo sobrecargado de estímulos,
porque al encenderse la mina los estudiantes abrieron la boca con la misma perplejidad que aquellos hombres-mono, algunos soltaron un taco, ¡ostia!, y otros
me preguntaron por qué pasaba aquello casi a bocajarro, ¿por qué? Querían
saber. Maldita sea, ¿por qué?
Eso sí, antes que nada sacaron sus smartphones,
grabaron los hechos y los compartieron en sus respectivos muros, que tampoco es
cuestión de tener que ir por ahí luego pintando en las paredes de las cuevas
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