Recuerdos
No son los escenarios que caminaste tantas veces hace dieciséis años,
cuando bajabas por la avenida Dr. Moliner y penetrabas en el perímetro del Campus
de Burjassot, jardines áridos, césped decolorado, caminos empedrados entre
pinos y bloques de ladrillo amarillento lo que te inquieta, tampoco son los
rostros adolescentes y atareados de los estudiantes que ves hacer lo mismo que tú
hacías entonces, exactamente lo mismo: caminar a la biblioteca y sentarte en
una silla con los codos hincados a la mesa y los ojos entrecerrados por el
sueño y la lejanía con que se divisaban los exámenes, o charlar en un corrillo
con los compañeros de clase o comer en uno de los bancos de madera; ni siquiera
es el hecho de comprobar que la humanidad se regenera mientras tú sigues tu
camino inexorable hacia la siguiente etapa. Es darse cuenta de que los recuerdos
son cada vez más difusos, menos exactos, más ideas vagas que imágenes nítidas
lo que de verdad te entristece ligeramente.
Caminas de nuevo hacia la puerta de
la facultad y recuerdas tus ambiciones juveniles, tus sueños gigantescos que
fueron cambiando y amoldándose a la realidad; tratas de imaginarte sentado en
las escalinatas, con un vasito de café entre los dedos y rodeado por tus amigos
de entonces, nombres y rasgos faciales que se han ido desprendiendo del muro de
la memoria como pintura desconchada (Begoña, Gladys, Juan, Paco...). Te
acuerdas de la foto que os hicieron a ti y a ese que era de Benetússer (¿cómo
se llamaba?) el día que hacíais prácticas de fotografía; pero eso ya es un
recuerdo prestado, la foto, la viste no hace tanto en un cajón en casa de tus
padres. ¿Qué pasó aquel día? Ya no lo recuerdas. Te acuerdas de la chica con la
que quedaste y luego no fuiste y del último examen y de la sensación de
libertad y desfondamiento final. Porque sí, llegaste con las fuerzas muy justas.
Y
ahora estás ahí otra vez. El tiempo ha resbalado. Plantado entre las puertas. Todo
sigue igual.
Pero volver es cambiar las cosas, desprecintar el baúl de los
recuerdos, que serán viciados por la atmósfera nueva de lo que has ido a hacer
allí: llevarle el manuscrito a un buen amigo y lector. En eso se está
convirtiendo ahora la vieja Facultat de Física, en el mágico lugar donde eso
sucedió.