lunes, 1 de julio de 2013

Lo que no es Nueva York



Lo que no es Nueva York

FUIMOS a parar a lugares inhóspitos, como en realidad lo son todos a los que uno llega por primera vez si no hay un amigo esperándote. Visitamos apartamentos en zonas que no nos gustaron, pero a las que luego volvimos y ya no parecían tan malas. También fuimos a zonas que, simplemente, estaban demasiado alejadas de mi trabajo, o de una boca de metro, que son como fuentes desde las que brota la civilización en estas ciudades achatadas.
Una vez salimos en una estación elevada del corazón de Brooklyn y, cuando bajamos a la calle, algunos de los chicos que estaban por allí, apoyados en las verjas o en los capós de los coches esperando no se sabe qué, se quedaron mirándonos como si fuésemos corderitos arrojados a la jaula de los leones. Las calles eran sórdidas, desangeladas, había alambradas doblegadas rodeando patios de cemento, hierbajos emergiendo por las grietas de la acera, parcelas convertidas en basureros... Salimos de allí apretando el paso, y por suerte, ninguno de esos chicos movió ni un solo dedo por hacerse con los billetes que yo llevaba en el bolsillo.
En otra ocasión, a punto estuvimos de alquilar un pequeño apartamento en Inwood. Estábamos desesperados.
Inwood es el barrio de Manhattan más alejado de Nueva York, de lo que en realidad es Nueva York, quiero decir, y eso, ya se sabe que va cambiando con el tiempo. Al principio, Nueva York era sólo la punta sur de la isla, apenas llegaba a la calle Wall, donde un muro la protegía del ataque de los indios Lenape. Eran los tiempos de Nueva Amsterdam. Poco a poco fue creciendo, se secaron las antiguas marismas y aparecieron Canal Street y los macarras de Five Points, luego, la calle Houston, y con eso ya tenían a mano la antigua población de Greenwich Village, que pronto fue anexionada y convertida en un emblema de la ciudad. Y entonces llegó el plan urbanizador de 1811. Milagrosamente se respetó la intrincada orientación de las calles del Village y se numeró el resto de calles de la isla en una cuadrícula que llegaba mucho más lejos de lo que los urbanizadores imaginaron que se pudiese llegar, hasta las colinas de Washington, lo que hoy en día se conoce por el Harlem blanco. Y parece que bastó con dibujar las calles para que la ciudad se expandiese como una gota de tinta sobre papel secante, se creyese su destino capital. Se llegó a la calle 14 y a la 23. Alguien dibujó un gran rectángulo en el centro de Manhattan. Se hizo la luz. Se anexionó Brooklyn. Plantaron el Flatiron en el cruce de la Quinta con Brodway. Se comenzó el metro. Se alcanzó la calle 59, el sur de Central Park, crecieron los Upper Sides, nadie llegó al Harlem hasta que el alcalde Giuliani sacó de allí a los chicos malos...
Pero Inwood... Inwood, a día de hoy, todavía no es Nueva York. Por más que se encuentre en Manhattan, que haya una sede del Met, las pistas de atletismo de la Universidad de Columbia y una estación de metro expreso, por más que incluso hasta allí llegue esa arteria neoyorquina que es la avenida Brodway. Inwood no es Nueva York. Más te vale cruzar el río e irte a vivir a Brooklyn o a Queens, incluso a Nueva Jersey, que quedarte en ese barrio agreste y periférico, húmedo y helado en invierno, que está en el extremo noroeste, pegado al Hudson, ni más ni menos que a veinte kilómetros de la Zona Cero.
Y sin embargo, se dice de él que es el único que conserva, en sus parques, la vegetación original de la isla. Lo único en ella que no es foráneo. Aunque tal vez por eso, precisamente.
No todo lo que conforma Nueva York es Nueva York. Las camareras de los bares del Bronx anhelan vivir en Manhattan algún día. Ese sueño es Nueva York. Y vivir en Inwood, para nosotros, desde luego, no lo era. Era un destierro del que por suerte nos libramos en el último momento, por los pelos. Pero esa será otra historia, la historia que nos llevará hasta Herbie, que quiere llegar, pero no llega.

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