sábado, 21 de febrero de 2015

Lo concreto, por favor


Lo concreto, por favor

Últimamente ha acabado uno un par de veces en la sala Innova de la Ciudad Politécnica de la Innovación. La primera, para atender a las impresiones de un reputado neurocientífico afincado en el este de los EEUU. Parecía aquello la llegada del primo emigrado que viene con un montón de anécdotas que contar en el bar, entre cervecitas y jamoncito. Y a su alrededor, en una mesa infinita, un racimo de científicos de la casa con sus proyectos, sus estudiantes, sus clases que impartir, su años de experiencias de otra índole, pues no en vano son los que se han quedado, los que han vivido el tener que hacer investigación desde nuestro país, desde nuestras instituciones, desde nuestras políticas.

Creo que poco se sacó en claro. Todos sabemos que hay diferencias, pero otra cosa muy distinta es poder corregir las que consideramos que no nos convienen y acercarnos un poco más a las actitudes científicas que consideramos imitables en los demás. Nada se sacó por dos razones: la primera, que lo que se dijo fueron generalidades y no se plantearon siquiera acciones para ir a lo concreto, es decir, al grano, y la segunda, que los científicos que escuchábamos éramos demasiado mayores; yo, con mis cuarenta años, era el más joven de todos. ¿Cómo vamos a cambiar ahora?

La segunda vez que he acabado en la sala Innova ha sido para escuchar los consejos de un técnico del Centro de Transferencia de Tecnología de la UPV a la hora de rellenar la solicitud de una convocatoria estatal dedicada a la financiación de acciones de colaboración entre empresas y organismos de investigación, y aquí sí, las cosas fueron muy diferentes. Veinte minutos de análisis de los aspectos más técnicos de la convocatoria precedieron a un turno de preguntas en el que una veintena de científicos jóvenes (en esta ocasión yo era de los mayores), y con el agua de los plazos al cuello, se dedicaron a detectar y clarificar las triquiñuelas que siempre hay escondidas entre las páginas del BOE. De los veinte, trece eran mujeres. Y uno se quedaba mirando aquella mesa con una especie de íntimo orgullo familiar, que imagino se debe parecer bastante al que sienten los hinchas de un equipo de fútbol cuando contemplan la alineación de titulares que están pisando el césped justo antes de empezar el partido.

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