Monstruos perfectos
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Los placeres de que había esperado gozar no llegaban; y cuando hubo agotado un gabinete de lectura, recorrido las colecciones del Louvre y asistido varias veces a los espectáculos, cayó en una ociosidad sin fondo.
Los placeres de que había esperado gozar no llegaban; y cuando hubo agotado un gabinete de lectura, recorrido las colecciones del Louvre y asistido varias veces a los espectáculos, cayó en una ociosidad sin fondo.
Para dar a comprender cuán vehemente era su deseo, basta decir que osaba contrariar, aunque evitando toda disputa, la firme voluntad de Doña Francisca; y debo advertir, para que se tenga idea de la obstinación de mi amo, que éste no tenía miedo a los ingleses, ni a los franceses, ni a los argelinos, ni a los salvajes del estrecho de Magallanes, ni al mar irritado, ni a los monstruos acuáticos, ni a la ruidosa tempestad, ni al cielo, ni a la tierra: no tenía miedo a cosa alguna creada por Dios, más que a su bendita mujer.
La ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. Esa minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!: he aquí el lema de la ilustración.
Pero ante William Stoner el futuro era brillante, cierto e inalterable. Lo veía, no como un flujo de eventos, cambio y potencialidad, sino como un territorio que se extendía ante él a la espera de ser explorado. Lo comparaba con la gran biblioteca de la universidad, a la que podían adosarse nuevas galerías, añadirse libros nuevos y retirarse los viejos, sin que su genuina naturaleza se alterase nunca en lo esencial.
Veía su futuro en la institución con la que se había comprometido y a la que tan imperfectamente había comprendido. No se concebía a sí mismo cambiando en ese futuro, pero veía el futuro mismo como el instrumento de ese cambio más que como su objeto.
Vivimos dentro de la atención ajena. Nos volvemos hacia ella como flores hacia el sol.
La recompensa era ciertamente alta; pero sólo se obtendría acertando el justo medio entre la precipitación y la cautela. Estaría muy bien dar un salto y confiar en la Providencia; la Providencia estaba muy especialmente del lado de la gente inteligente, y la gente inteligente tenía justa fama por su escasa disposición a jugarse el físico.
La vida desprecia el conocimiento; le obliga a esperar sentado en la antesala, a esperar fuera. Pasión, energía, mentiras: eso es lo que la vida admira.
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Tela serigrafiada. Koldo Mitxelena |
Como muchos hombres que consideraban su éxito incompleto, era extraordinariamente vanidoso y estaba consumido por su propia importancia. Cada diez o quince minutos se sacaba un gran reloj de oro del bolsillo del chaleco y se asentía a sí mismo.