La destrucción del Edén

La playa, de
Alex Garlan, es una de ellas. La idea la conocen de sobra: ¿Quién no ha llegado
alguna vez a un paraje paradisíaco y ha deseado quedarse allí con unos amigos?
¿Quién, al llegar a una de las calas mediterráneas, sentado a orillas del mar,
sobre una roca lisa y resbaladiza cubierta por poco más de tres centímetros de
agua, no ha echado la vista atrás y ha descubierto los acantilados y el bosque
de pinos y ha pensado, podría quedarme a vivir aquí para siempre? ¿Quién no
hojeado catálogos de viajes y ha deseado ser el primero en pisar la arena
blanca de las playas de Tailandia? ¿Quién? Que tire la primera piedra, ¿quién?
La
playa va de eso, de una playa virgen, y de un grupo de chavales jóvenes
(porque todo esto va de jóvenes, no se engañen, lo de las playas paradisíacas
es lo de menos si te aprieta el reuma), un grupo de jóvenes, decía, que se
pasan la vida trabajando lo justo para poder comer y dormir a cubierto y luego
se dedican a jugar a la gameboy, fumar porros y tirar para la playa a bañarse.
Ese es el argumento.
¿Por qué nadie había escrito una historia sobre el paraíso?
Bueno, sí, está lo de Adán y Eva, que es más o menos lo mismo. Sin porros.
Alex
Garland les pidió dinero a sus papis, cogió la mochila y se fue a Tailandia y a
un montón de países más y seguro que, viendo esos mares color turquesa, esas
palmeras de tronco sinuoso, notando en su piel bronceada esa temperatura de
invernadero, pensó: me quedaría aquí toda la vida. Pero luego tuvo que volver,
porque el paraíso tiene un punto de aburrimiento, qué le vamos a hacer, o
porque se le acabó la pasta, y una vez en casa, en su escritorio, con su flexo
de 60 W, decidió escribir una novela.
Hemos tenido suerte, porque Alex no erró
el tiro. No sólo fue el segundo en escribir sobre el paraíso, también escribió
una buena historia. Es decir, no desperdició la gran idea con una mala trama.
Se dio cuenta de que el paraíso sólo dura un instante, de que se esfuma en
cuando menos te descuidas. Y entonces tienes un mundo como éste, por más
cocoteros que te envuelvan.
De eso va La
playa, del origen de la civilización, de la pérdida del paraíso.
Les adjunto
el inicio.
Por cierto… ¿se puede empezar mejor una novela?
La primera vez que oí hablar de la playa fue en Khao San Road, Bangkok. Khao San Road era tierra de mochileros. Casi todos los edificios se habían transformado en casas de huéspedes; contaba con cabinas telefónicas provistas de aire acondicionado para llamadas a larga distancia, los cafés exhibían vídeos de películas recientes de Hollywood, y no podías caminar ni cien metros sin topar con un puesto de cintas de vídeo de contrabando. La principal función de la calle era servir de cámara de descompresión para quienes estaban a punto de entrar en Tailandia o de abandonarla, una especie de casa a mitad de camino entre Oriente y Occidente.
Había aterrizado en Bangkok al caer la tarde, y para cuando llegué a Khao San Road ya era de noche. El taxista me hizo un guiño y me dijo que al extremo de la calle había una comisaría, de modo que le pedí que me dejara en la otra punta. No planeaba cometer delito alguno, pero quería estar a la altura de su talante conspirador. Tampoco es que importara mucho en qué extremo de la calle se colocase uno, pues era obvio que la policía no estaba por la labor. Percibí el olor a hierba en cuanto bajé del taxi. La mitad de los turistas que me rodeaban estaban colocados
La playa, 1996. Alex Garland.
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