Instantáneas de Nueva York
5. Primer contacto
LA primera vez que el destino nos hizo tropezar,
nosotros andábamos por el barrio de Astoria, en el distrito de Queens. Habíamos
llegado en metro, contando los minutos que se tarda desde Times Square, y luego
habíamos bajado por la Avenida 30 en busca de un apartamento cuya dirección no debía
de haber escrito yo correctamente en el pedazo de papel arrugado en que iba
tomando notas a vuela pluma cada vez que consultaba la web de Craigslist, pues
no aparecía por ninguna parte.
El barrio nos había gustado, era familiar, tranquilo,
tenía cierto aire centroeuropeo; estaba repleto de cafeterías espaciosas y
limpias, y las mesas en las aceras eran como una invitación de los vecinos para
que nos quedásemos a vivir con ellos.

Y eso era lo que queríamos, así que apostados
en una esquina, soportando el calor bajo la sombra de una acacia, tratamos reiteradamente
de conectar con la WIFI de un restaurante italiano para confirmar la dirección correcta
de entre las muchas avenues y streets que, al contrario de lo que sucedía en el
callejero real, tan cuadriculado, se entrecruzaban garabateadas de cualquier
manera en el papel. Pero al final no hubo WIFI, ni en el italiano ni
en el Grill de la esquina opuesta ni en el chino de más allá, y, decepcionados,
cansados, maldiciendo mi descuido con las notas, a punto de irnos ya, se me
ocurrió que podíamos llamar a todos los teléfonos que teníamos apuntados hasta
que diésemos con el dueño de ese apartamento de Astoria que no se nos podía
escapar.
Así que en realidad no fue tanta la casualidad. El número de Herbie estaba allí esperando, al acecho, anotado en
ese papel sudado que iba de la mano al fondo polvoriento y sucio del bolso,
y de aquí al bolsillo estrecho del pantalón vaquero; su número en un pedazo de
celulosa que podría haber acabado en el suelo o en una papelera; su número
camuflado entre números y guiones, entre
calles y avenidas y dobleces. No recuerdo si fue el primero, el tercero
o el cuarto al que llamamos, algunos no daban tono, otros no cogían el
teléfono, a otros los habíamos visitado con anterioridad y ya nos trataban con
familiaridad, lo que recuerdo es que en una de tantas escuchamos una voz sorprendida, me pareció como si a su
propietario le acabásemos de despertar de la siesta.
-¿Sí? -dijo,
y rápidamente solté yo la frase que traía aprendida en inglés, algo directo y
escueto.
-¿Tienes un apartamento en Astoria?
-¿Cómo?
-¿Tienes un apartamento en Astoria? -insistí.
-¿En
Astoria?
-Sí.
-¿Pero con qu… quiere …? Yo t...
-¿Cómo?
¿Perdone?
-Y…
t… Morningside H…
-¿Hola?
El ruido del tráfico de la calle, de la gente
paseando entre los comercios, charlando en las terrazas, y la mala cobertura de
nuestro móvil impedía que entendiese nada de lo que me decía, y ni siquiera
sabía si del otro lado me entendían a mí.
-Toma -casi
solté el móvil-,
yo no me aclaro.
Ella lo cogió y repitió lo que estábamos
buscando con más calma, con mejor pronunciación, resaltando el nombre del
barrio. Yo pegué la oreja al auricular.
-¿En
Astoria? -le
preguntó la voz divertida, todavía sorprendida, como si no pudiese comprender
quién demonios era esa pareja de extraño acento que apenas le entendía y que se
empeñaba en repetir el nombre de un barrio en el que probablemente nunca había
estado ni pensaba nunca pisar-.
No -dijo,
y de pronto la línea funcionaba perfectamente-, yo no tengo un apartamento en Astoria.
-Pero
tenemos aquí su número -alegó ella-,
eso es porque alquila un apartamento, ¿no? -parecía
exigir explicaciones.
-Es
p… en.. amig… Heighs.
-¿Perdone?
No le entiendo.
-…
porque ngo… go… ghs.
-Bueno,
mire -no
había manera y total, qué más daba, no era la persona que buscábamos-,
es imposible, disculpe la molestia, eh, ale, disculpe.
Fue entonces cuando escuchamos por primera vez
la frase que mejor define la personalidad de Herbie, una frase sencilla,
condescendiente, amable, pero con una proyección simpática y despreocupada:
-It’s
OK -dijo,
y me lo imaginé encogiendo los hombros por un instante-.
It’s OK -como
si le hubiésemos hecho pasar un buen rato, como si le hubiésemos alegrado el
día, como si estuviese encantado de conocernos, como si no le hubiésemos
molestado en absoluto y más aún, como si no hubiese nada de lo que preocuparse…
Pero de la trascendencia de ese gesto no nos dimos cuenta entonces, pasó su
magia como una simple muestra de buena educación, un saludo de despedida común,
y nos reímos pero era por la confusión, por la desesperación y el cansancio del
tiempo que llevábamos ya buscando, por la impotencia, y seguimos llamando y
encontramos el apartamento y nos gustó y olvidamos el que casi alquilamos el
día anterior en Inwood, menuda birria, y le dijimos a la dueña que al día
siguiente le daríamos la respuesta pero por no decirle ya que sí, porque lo
queríamos, pero había algunos inconvenientes, el dinero, los plazos, y nos
volvimos para el Bronx haciendo cálculos pero contentos y casi decididos, y sin
pensar en absoluto en Herbie, otro propietario más, una voz al otro lado de la
línea, uno de esas personas que existen más allá de tu círculo vital, un cuerpo
más que contar para alcanzar los siete mil millones de humanos que se dice que
somos. Solo que este se estaba acercando.