Pedagogía extrema
Tal vez el castigo sea una herramienta
pedagógica que haya dado sus frutos. La letra con sangre entra, se decía, y
todavía hay quien lo defiende. Lo que es un hecho es que si el castigo destruye
al aprendiz, poco habremos avanzado.
En una sombrerería de una popular calle
madrileña, nos contaba su propietario la desventura de uno de sus
proveedores. El hombre, mayor ya,
trabajaba la piel de manera artesana. La seleccionaba para hacer fundas para
puros o plumas, más tarde bolígrafos, forros de licoreras, cubiletes en los que no sonaban los dados al ser agitados, tarjeteros, esas cosas… Cortaba la piel, la
rebajaba, la humedecía con sabe Dios qué productos químicos, la tensaba sobre
un soporte de madera y dejaba que fuera secando durante un mes, en que día a
día le aplicaba, con un hueso de ballena, un perfil de fuerza para que tomara
la forma deseada.
Suministraba a cuatro tiendas en Madrid, y con eso tiraban él,
su mujer y un niño que se había ahijado al quedar éste huérfano, y cojo, por
una bomba de la guerra.
Pero llegaron los tiempos de la pedagogía moderna y tres
inspectores le explicaron que había cosas que no estaba haciendo bien: Para
usar esos pegamentos tiene usted que tener un sistema de ventilación adecuado,
al chico, ya un hombre hecho, con malas pulgas, debe darle de alta, etc… Le
vamos a aplicar un castigo para que aprenda.
Pero el castigo, la multa, fue
desproporcionada y el peletero tuvo que cerrar. Del cojo, nuestro confidente,
no nos dijo por dónde anda.
Muchos maestros han desaparecido por falta de
pedagogía, por no saber mesurarse el castigo: gente que hacía motocicletas que
ganaban campeonatos del mundo se fueron a sus casas a ver la tele porque
perdían dinero levantándose para ir a trabajar cada día; orfebres cuyos
trabajos eran auténticas piezas de museo echaron la persiana; labradores que cultivaban
frutas y verduras cuyo sabor hoy día es sólo un recuerdo muy lejano,
inexistente para las nuevas generaciones, contemplan el despropósito de la
economía especulativa como quien ve pasar un elefante que arrasa con todo.
Luego,
resulta que todo eso lo necesitamos: comida, objetos que nos hagan la vida más
fácil, máquinas, y vamos a clase para aprender a conseguírnoslo y nos sentamos
en el pupitre y esperamos… pero el maestro no llega.