lunes, 21 de octubre de 2013

Aquí y casi ahora


Aquí y casi ahora

Observo algunas normas para evitar llevarme decepciones, perder el tiempo y malgastar el dinero. Una de ellas consiste en no leer nunca nada publicado en el año en curso. No nos engañemos, vivimos inmersos en el mundo voraz del consumo y cada año hay que vender tanto para que la máquina no pare, y eso significa que alguien inmerso en ese mismo mundo tratará de ingeniárselas para venderlo, aunque lo que posea no tenga el menor interés ni valga lo que se pide por ello. Así que no cuesta nada esperar un poco, a ver qué dice la gente, a ver de qué libros o autores se habla cuando ha pasado la vorágine de las presentaciones y el marketing, a ver quién sobrevive. Y el que dice un año dice dos, o cinco, o diez, y es verdad que, al final, no sale uno de los clásicos, o llega a los clásicos modernos como mucho, y poco a poco se va acomodando en esa dulzura de lo infalible, de lo robusto, de la madera que ha soportado lustros y hasta siglos, y por qué leer a chavalines si tenemos ahí a Pla, a Pardo Bazán, a Baroja, a los rusos y los americanos y tantas culturas que desconoce uno y que, oye, todo sería ponerse y seguro que encontrábamos oro y diamantes en China, en África, en Australia. Pero lo cierto es que caería uno en el adanismo, en un aislamiento que es cierto que el escritor necesita, pero que también puede apartarte de la realidad de tu tiempo y de tu entorno, así que he decidido programar algunas lecturas no solo recientes, sino también cercanas, y aquí les presento la selección, razonada, por si a alguien le sirve de algo.

El vano ayer, de Isaac Rosa. La novela encumbró a este autor a los 31 años de edad, ganando el Premio Rómulo Gallegos. Miguel Ángel Hernández, a la pregunta de una periodista de a qué escritor español veía como ganador del Nobel dentro de 20 años, respondía que a Isaac Rosa. Y si lo lees por ahí, en periódicos y todo eso, parece que tiene esa serenidad que solo poseen los escritores que están por encima de la media.

Ronda de Madrid, de José Manuel Benítez Ariza. Es un autor cuya sensibilidad y oficio vienen siendo demostrados  reiteradamente a lo largo de los años en el fabuloso blog que mantiene: Columna de humo, así que sería de esperar que este libro, en el que relata su experiencia en el Madrid de los ochenta, sea una auténtica maravilla.

El niño que robó el caballo de Atila, de Iván Repila. Ya es la segunda vez que escucho que Repila es el único que tiene una voz propia, el que se diferencia, de entre los jóvenes narradores españoles. Aunque no sé dónde lo he oído.

Norteamérica profunda, de Juan Carlos Márquez. Su libro lleva un año por las librerías, lo mantienen incluso en los escaparates, y es reedición, no sé, es como si no muriese del todo, y eso es buena señal.

Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón. Hay que leerlo porque el tipo escribió aquella maravilla de Velocidad de los jardines, y no sea que vuelva a repetir y no nos enteremos.




viernes, 18 de octubre de 2013

MP 123



Monstruos perfectos
-123-
Cuando yo estaba en el cuerpo diplomático las cosas iban mucho mejor. Pero, según tengo entendido, ahora les hacen un examen de ingreso. ¿Hay que extrañarse del resultado? Los exámenes, señor mío, son pura mentira de principio a fin. Si una persona es un caballero, sabe más que suficiente, y si no lo es, todo lo que sepa es malo para él.
El retrato de Dorian Grey, 1891. Oscar Wilde.

jueves, 17 de octubre de 2013

MP 122


Monstruos perfectos
-122-
Vivir siempre había significado una preparación, una espera. Y así habían transcurrido los años, y ya no había nada más que esperar.
Una casa para el señor Biswas, 1961. V.S. Naipaul.

miércoles, 16 de octubre de 2013

MP 121




Monstruos perfectos
-121-
-Eddie, ¿qué vas a hacer cuando te pegue una paliza?
-Levantarme y dejar que me pegues otra.
-¿A sí?
-Sí. Pero no metas el dinero en el banco, muchacho. Porque si no te gano ahora lo haré el mes que viene en Dallas.
-Querrás decir Houston. No va a haber nada en Dallas.
-Es lo mismo. Y si no será al mes siguiente en Nueva Orleans.
-¿A sí? ¿Y cómo estás tan seguro?
-¿Ah? Porque he vuelto.
El color del dinero, 1986. Martin Scorsese.

martes, 15 de octubre de 2013

Los personajes


Los personajes

A veces los personajes se te escapan de las manos y da un gusto que no veas, porque entonces la narración va fluida, y, además, luego habrá que recortar y engalanar poco, y mejor así porque si no lo estropeas, echas a perder lo que les sale de dentro y quién te crees tú que eres para decirles cómo deben de ser. Otras veces, simplemente van por donde les indicas, al fin y al cabo, tienen que llegar a algún sitio, tienen que vivir situaciones relevantes, una novela no es la dichosa semana laboral. Así que, como hay mucho recorrido en las doscientas o trescientas páginas que tienes entre manos, de tanto en tanto te pasa una de cada. Ahora, recién leída ya por nosécuantagésima vez tras un periodo de barbecho, cuando es que ya les ves como parientes y, sinceramente, pasas más horas con esos tres tipejos que con tu familia, cuando crees que les conoces hasta los vicios más íntimos, resulta que no tienes muy claro lo que haría uno de ellos en una determinada situación. Y te preguntas: ¿cómo puedo, a estas alturas, estar así? Tu personaje paralizado, bloqueado, le llaman y le piden algo y él ¿qué hará? Te metes en su cabeza, te conviertes en él, piensas en lo que le pasó hace poco, en el capítulo anterior, por ejemplo, piensas en lo que ha vivido, en sus anhelos, en por lo que está pasando… ¿Qué hará? Y luego piensas en lo que te vendría bien que hiciese, en lo que tendría más gancho… Y luego piensas en lo que daría más cuerpo a la historia, la haría más creíble, más real… Y luego piensas en lo que daría más peso a los personajes, nos mostraría más de ellos… Y luego piensas de nuevo en cómo es ese tipo y qué es lo que haría si estuviese vivo y toda esta historia estuviese ocurriendo de verdad y ¿qué demonios hará? Y luego piensas en que lo que pasa es que tal vez sea como alguno de tus amigos, que te puede salir por cualquier lado, que es imprevisible, y que por eso da lo mismo que haga una cosa u otra, porque es que él es así, y te quedas un poco más tranquilo porque decida lo que decida hacer no va a afectar demasiado a la historia. Luego respiras profundamente, te centras el teclado, colocas las yemas de los dedos sobre las membranas impresas y te dices, vale, pero… ¿qué demonios voy a hacer que haga?

jueves, 10 de octubre de 2013

MP 120


Monstruos perfectos
-120-
¡Cuánta misantropía y cuánta amargura! A Gary le habría encantado disfrutar siendo un hombre rico y acomodado, pero el país no se lo estaba poniendo nada fácil. A su alrededor, millones de norteamericanos con millones recién acuñados se embarcaban en idéntica búsqueda de lo extraordinario: comprar una perfecta cada victoriana, bajar esquiando por una ladera virgen, tener trato personal con el chef, localizar una playa sin huellas de pisadas. Mientras, otras varias decenas de millones de jóvenes norteamericanos carecían de dinero, pero andaban en persecución del "rollo perfecto". Y la triste verdad era que no todo el mundo podía ser extraordinario, ni todo el mundo podía estar en el rollo. Porque, entonces, ¿dónde queda lo normal y corriente? ¿Quién desempeñara la desagradecida tarea de ser una persona relativamente no enrollada?
Las correcciones, 2001. Jonathan Franzen.

martes, 8 de octubre de 2013

MP 119


Monstruos perfectos
-119-
-El orgullo es una cosa que hay que saberla tener. Si tienes poco, malo; te avasallan y te toman por cabeza de turco. Si en cambio tienes mucho, peor; entonces eres tú mismo el que te pegas el tortazo. Lo que hay que tener es aplomo, en esta vida, para no ser la irrisión de nadie ni tampoco romperte la cabeza en tu propia arrogancia.
El Jarama, 1955. Rafael Sánchez Ferlosio.

lunes, 7 de octubre de 2013

MP 118



Monstruos perfectos
-118-
-¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! Nos estamos olvidando de hablar de lo importante. Lo importante no es el billar, ni el sexo, ni el amor. Lo importante es el dinero. El mejor es el que más dinero gana, y ese mismo principio se puede aplicar a cualquier otra actividad de la vida.
El color del dinero, 1986. Martin Scorsese.

viernes, 4 de octubre de 2013

MP 117



Monstruos perfectos
-117-
La cosa más vulgar se vuelve deliciosa en cuanto alguien nos la esconde. Yo, cuando me voy al campo, nunca digo adónde.
El retrato de Dorian Gray, 1891. Oscar Wilde.

miércoles, 2 de octubre de 2013

El Jarama, tío serio



El Jarama, tío serio

No hay mayor grandeza que la grandeza que se desprecia a sí misma. Cervantes sería más grande si hubiese despreciado El Quijote, si lo hubiese escrito con veinte años y después, como desilusionado por lo logrado, hubiese renunciado a escribir nada más por el mero hecho de no contribuir al embrutecimiento de este estercolero que es la narrativa, la actual y la pasada, solo que la mierda pasada se descompone más rápidamente que los diamantes y se la lleva el torrente de los ríos de los años a formar parte del olvido. Esta es la grandeza de Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama, la del autodesprecio. Pero claro, eso enaltece, genera hordas de fieles seguidores y admiradores, cuando la obra es magna (presente un admirador, quede claro).

Parece como si, antes incluso de escribirla, Rafael ya estuviese resentido con ella y se hubiese dedicado a ponerle palos en las ruedas. Para empezar, los nombres insulsos: el del autor, Rafael Sánchez, y el de la novela: El Jarama, que recuerda a un páramo castellano a los que quedamos lejos de su ubicación, a un río, claro, qué genialidad, o a un circuito de carreras ahora, en fin, todo un ingenio de título que llega a dolerles en el alma a los pobres bachilleres cuando la profesora de literatura les anuncia que hay que leerlo para este cuatrimestre. Me da que Rafael lo hizo a propósito, título insulso para novela insustancial. Pensó, voy a escribir algo que no tenga trama, que no vaya de nada, y más aún, voy a poner unos personajes que no tengan el menor interés, gente vulgar y corriente, una taberna con parroquianos ociosos que juegan a las cartas, unos chavales que vienen a bañarse en el río… nada más. Lo único, por decir algo, es que la cosa sucede en domingo, pero también podría haber pasado un martes, por ser todavía más gris. Pero lo cierto es que le salió una obra maestra que, sin necesidad de artilugios, casi sin trucos narrativos, sin asesinatos ni intrigas, sin trama, sin ganas, te atrapa en cada párrafo, en cada matiz, en la forma que toma la luz del sol al entrar por la puerta de la taberna, en ese diálogo tan perfecto que es imposible deshacerte de la sensación de realidad, de que lo que lees es realidad, y de eso va la literatura al fin y al cabo.

Así que Rafael ganó el Nadal. Luego, se calló por mucho tiempo. Artículos y ensayos y cosas de intelectuales pero poca chicha de la que todos querían, de ficción. Unos años después, para colmo, repudia públicamente la obra, de ella dice con desprecio que no merece ser leída; más tarde, no sé dónde, añade que lo único que vale un duro de El Jarama es el pequeño prólogo (de un tal don Casiano) que utiliza para encuadrar geográficamente la historia, algo así como el mapa que te ponen en la contracubierta de los libros de piratas; y finalmente, el día que le conceden el Premio Nacional de las Letras, va y suelta que se considera sobrevalorado.

Creo que escribió hace poco una novela, pero quiero pensar que no lo ha hecho, que no ha caído en la moderna tentación del acumulamiento. Rafael, ya no hace falta que hagas nada más, de hecho, mejor si no haces nada más, si te estás sentadito, mano sobre mano viendo pasar las nubes, esperando la muerte que te consagre. A no ser que saques otra joya y eso va a ser complicado porque superar El Jarama no lo ha hecho nadie aún en España y también sería casualidad que fueses a ser tú, precisamente, quien lo hiciese. Y Rafa, a pesar de tu empeño, El Jarama es la leche y la vamos a seguir leyendo y admirando.
  
       -¿Me dejas que descorra la cortina?
   Siempre estaba sentado de la misma manera: su espalda contra lo oscuro de la pared del fondo; su cara contra la puerta, hacia la luz. El mostrador corría a su izquierda, paralelo a su mirada. Colocaba la silla de lado, de modo que el respaldo de ésta le sostribase el brazo derecho, mientras ponía el izquierdo sobre el mostrador. Así que se encajaba como en una hornacina, parapetando su cuerpo por tres lados; y por el cuarto quería tener luz. Por el el frente quería tener abierto el camino de la cara y no soportaba que la cortina le cortase la vista afuera de la puerta.
    -¿Me dejas que descorra la cortina?
   El ventero asentía con la cabeza. Era un lienzo pesado, de tela de costales.
  Pronto le conocieron la manía y en cuanto se hubo sentado una mañana, como siempre, en su rincón, fue el mismo ventero quien apartó la cortina, sin que él se lo hubiese pedido. Lo hizo ceremonioso, con un gesto alusivo, y el otro se ofendió:
  -Si te molesta que abra la cortina, podías haberlo dicho, y me largo a beber en otra parte. Pero ese retintín que te manejas, no es manera de decirme las cosas.
   -Pero hombre, Lucio, ¿ni una broma tan chica se te puede gastar? No me molesta, hombre; no es más que por las moscas, ahora en el verano; pero me da lo mismo, si estás a gusto así. Sólo que me hace gracia el capricho que tienes con mirar para afuera. ¿No estás harto de verlo? Siempre ese mismo árbol y ese cacho camino y esa tapia.
El Jarama, 1955. Rafael Sánchez Ferlosio


martes, 1 de octubre de 2013

MP 116



Monstruos perfectos
-116-
Su libertad había acabado, y había sido falsa. El pasado no podía olvidarse; nunca era ficticio: lo llevaba consigo. Si había algún lugar para él, era uno que ya había sido excavado por el tiempo, por todo lo que había vivido, por imperfecto, provisional y engañoso que fuera.
Una casa para el señor Biswas, 1961. V.S. Naipaul.