Aquí y casi ahora
Observo algunas normas para evitar llevarme
decepciones, perder el tiempo y malgastar el dinero. Una de ellas consiste en
no leer nunca nada publicado en el año en curso. No nos engañemos, vivimos
inmersos en el mundo voraz del consumo y cada año hay que vender tanto para que la máquina no pare, y eso
significa que alguien inmerso en ese mismo mundo tratará de ingeniárselas para
venderlo, aunque lo que posea no tenga el menor interés ni valga lo que se pide
por ello. Así que no cuesta nada esperar un poco, a ver qué dice la gente, a
ver de qué libros o autores se habla cuando ha pasado la vorágine de las
presentaciones y el marketing, a ver quién sobrevive. Y el que dice un año dice
dos, o cinco, o diez, y es verdad que, al final, no sale uno de los clásicos, o
llega a los clásicos modernos como mucho, y poco a poco se va acomodando en esa
dulzura de lo infalible, de lo robusto, de la madera que ha soportado lustros y
hasta siglos, y por qué leer a chavalines si tenemos ahí a Pla, a Pardo Bazán,
a Baroja, a los rusos y los americanos y tantas culturas que desconoce uno y
que, oye, todo sería ponerse y seguro que encontrábamos oro y diamantes en
China, en África, en Australia. Pero lo cierto es que caería uno en el
adanismo, en un aislamiento que es cierto que el escritor necesita, pero que
también puede apartarte de la realidad de tu tiempo y de tu entorno, así que he
decidido programar algunas lecturas no solo recientes, sino también cercanas, y
aquí les presento la selección, razonada, por si a alguien le sirve de algo.
El
vano ayer, de Isaac Rosa. La novela encumbró a este autor
a los 31 años de edad, ganando el Premio Rómulo Gallegos. Miguel Ángel
Hernández, a la pregunta de una periodista de a qué escritor español veía como
ganador del Nobel dentro de 20 años, respondía que a Isaac Rosa. Y si lo lees
por ahí, en periódicos y todo eso, parece que tiene esa serenidad que solo
poseen los escritores que están por encima de la media.
Ronda
de Madrid, de José Manuel Benítez Ariza. Es un autor cuya
sensibilidad y oficio vienen siendo
demostrados reiteradamente a lo largo de
los años en el fabuloso blog que mantiene: Columna de humo, así que sería de
esperar que este libro, en el que relata su experiencia en el Madrid de los
ochenta, sea una auténtica maravilla.
El
niño que robó el caballo de Atila,
de Iván Repila. Ya es la segunda vez que escucho que Repila es el único que
tiene una voz propia, el que se diferencia, de entre los jóvenes narradores
españoles. Aunque no sé dónde lo he oído.
Norteamérica profunda,
de Juan Carlos Márquez. Su libro lleva un año por las librerías, lo mantienen
incluso en los escaparates, y es reedición, no sé, es como si no muriese del todo,
y eso es buena señal.
Técnicas
de iluminación, de Eloy Tizón. Hay que leerlo porque el tipo
escribió aquella maravilla de Velocidad de los jardines, y no sea que vuelva a
repetir y no nos enteremos.