lunes, 7 de enero de 2013

Está bien, te llamo Jaguar



Está bien, te llamo Jaguar

Que a Mario Vargas Llosa no le hayan concedido el Premio Nobel hasta el año 2010, ya con 74 años el pobre, es como si a Leo Messi no le hubiesen dado todavía, a fecha de hoy, un balón de oro. Vamos, ¡una injusticia que clama al cielo!

Mario ha escrito 18 obras de ficción (dejemos lo otro de lado). De esas 18 obras he leído 9. De esas 9, puedo asegurar que 6 son obras espléndidas, y de esas 6, al menos 4 son obras maestras. Y todavía no he leído Conversación en La Catedral, La casa verde, ni La guerra del fin del mundo, de las que se asegura que también lo son.

Resumiendo: 7 obras maestras. Un único escritor. Eso no lo hace cualquiera.

Creo que podemos decir, sin ningún rubor, que Mario Vargas Llosa es el mejor narrador vivo. ¿Si no quién? ¿Philip Roth?, que se empeña una y otra vez en contarnos la historia de su vida, es decir, la de un judío norteamericano que ha superado un cáncer de próstata (tendré que leer alguno de los libros que escribió antes de que lo operaran, pero me da que serán  historias sobre judíos norteamericanos jóvenes que aún no han sido operados de la próstata). ¿Paul Auster?, que parece que cada vez que piensa en escribir un libro se asome a la ventana de su precioso estudio de Manhattan para verle la barba desgarbada al mendigo de turno, y luego nos sale con una romántica parábola del desmoronamiento humano. Paul, amigo, coge el subway y cambia de barrio. No muy lejos de tu querido Park Slope tienes desmoronamiento del bueno. ¿Murakami? Bien, sigamos...

Al menos, eso sí, los señores miembros del Comité Nobel acertaron en la descripción de la obra de Mario:

“Por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”

Es así, y tuve que leer esa frase para caer en la cuenta. Desde La ciudad y los perros hasta La fiesta del Chivo su literatura es una literatura de rebelión, un 1984 Orwelliano pero realista, tangible, que nos suena a noticiario o a documental de Informe Semanal, que nos suena a que está pasando, que nos trae acá a los tipos que mueven los hilos y nos los enfrenta para que nos demos cuenta de que, aunque pueden aplastarnos como si fuésemos gusanos, aunque les protege esa estructura de poder que la suerte les ha puesto de su lado, no dejan de ser hombres, hombres de carne y hueso, hombres como nosotros.

La literatura de Mario nos muestra las diferentes plantas del edificio social, desde el lujoso ático dúplex hasta el sótano mohoso, pero luego se mete en esas casas y nos dice: ¿no veis?, todos esos tienen que ir al baño una vez al día.

A veces me parecen contradictorias su literatura y sus ideas personales, las cuales le han granjeado un buen número de detractores. A él parece que le da lo mismo lo que piensen, y se hace fotos con el más pintado (aquí).

Pero al César lo que es del César: literariamente, Mario no tiene competencia.

Es el mejor. Es tan bueno que, aun cuando hace experimentos con la sintaxis, cuando innova en la forma de narrar y cuando arriesga, lo hace únicamente en base a las necesidades de la historia que está contando. Por eso es un gran narrador, porque todo está al servicio de la historia, hasta la propia literatura.

No sabía si hablarles aquí sobre su primera novela, La ciudad y los perros (a los 25 años) o sobre la “última”, La fiesta del Chivo, que imagino que cerrará su trayectoria literaria de calidad (no creo que le pase como a Cormac McCarthy, que parió su obra maestra a los 73 años; eso de hacer obras maestras debe de ser cansado y Mario ya lleva tiempo dándole a la manivela), así que les hablaré un poquito de cada una.

Si no lo han leído les recomendaría que empezaran por La fiesta del Chivo. Allí se encontrarán cara a cara con un tirano, el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y comprenderán cómo es posible que un único hombre pueda deprimir a un pueblo entero. Luego, les invito a leer La ciudad y los perros; a seguir de cerca las tropelías del Jaguar, del esclavo Arana y del poeta Alberto, y comprobar cómo las estructuras de poder se cementan ya en los años jóvenes, y no son más que organización y liderazgo.

Y luego... Los jefes, Los cachorros, Conversación en La Catedral, y etcétera, etcétera, etcétera.

-No podemos quedarnos así. Hay que hacer algo -dijo Arróspide. Su rostro blanco destacaba entre los muchachos cobrizos de angulosas facciones. Estaba colérico y su puño vibraba en el aire.
-Llamaremos a ése que le dicen el Jaguar -propuso Cava.
Era la primera vez que lo oían nombrar. "¿Quién?", preguntaron algunos; "¿es de la sección?"
-Sí -dijo Cava-. Se ha quedado en su cama. Es la primera, junto al baño.
-¿Por qué el Jaguar? -dijo Arróspide-. ¿No somos bastantes?
-No -dijo Cava- No es eso. Él es distinto. No lo han bautizado. Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera. Lo llevaron al estadio conmigo, ahí detrás de las cuadras. Y se les reía en la cara, y les decía: "¿así que van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver". Se les reía en la cara. Y eran como diez.
-¿Y? -dijo Arróspide.
-Ellos lo miraban medio asombrados -dijo Cava- Eran como diez, fíjense bien. Pero sólo cuando nos llevaban al estadio. Allá se acercaron más, como veinte, o más, un montón de cadetes de cuarto. Y él se les reía en la cara; "¿así que van a bautizarme?", les decía, qué bien, qué bien.
-¿Y? -dijo Alberto. -¿Usted es un matón, perro?, le preguntaron. Y entonces, fíjense bien, se les echó encima. Y riéndose. Les digo que había ahí no sé cuantos, diez o veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la Virgen que todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o con la cara rota, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a bautizarme?, qué bien, qué bien.
-¿Y por qué le dices Jaguar? -preguntó Arróspide.
-Yo no -dijo Cava-. Él mismo. Lo tenían rodeado y se habían olvidado de mí. Lo amenazaban con sus correas y él comenzó a insultarlos, a ellos, a sus madres, a todo el mundo. Y entonces uno dijo: "a esta bestia hay que traerle a Gambarina". Y llamaron a un cadete grandazo, con cara de bruto, y dijeron que levantaba pesas.
-¿Para qué lo trajeron? -preguntó Alberto.
-¿Pero por qué le dicen el Jaguar? -insistió Arróspide. 
-Para que pelearan -dijo Cava-. Le dijeron: "oiga, perro, usted que es tan valiente, aquí tiene uno de su peso". Y él les contestó: "me llamo Jaguar. Cuidado con decirme perro".

 La ciudad y los perros, 1963. Mario Vargas Llosa.

sábado, 5 de enero de 2013

MP 13



Monstruos perfectos
-13-
Una vez había tenido entre los dedos un velo tejido con hilo de seda japonés. Era como tener entre los dedos la nada.

Seda, 1996. Alessandro Baricco.

viernes, 4 de enero de 2013

MP 12



Monstruos perfectos
-12-

Que nos han engañado. Que nos siguen engañando. En la pastelería hay Ratzinger de chocolate.
Punk TV. Canciones hacia el fin de una especie, 2006. PAL.





jueves, 3 de enero de 2013

MP 11



Monstruos perfectos
-11-

En aquellos días nublados, Robert Neville no sabía con certeza cuándo se pondría el sol, y a veces ellos ya ocupaban las calles antes de que él regresara.
Soy leyenda, 1954. Richard Matheson.

miércoles, 2 de enero de 2013

MP 10



Monstruos perfectos
-10-

Habla con tu misma voz -americano- y en sus ojos se detecta un brillo que siempre resulta esperanzador.

Submundo, 1997. Don DeLillo.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Gracias y suerte


Gracias y suerte

Queridos lectores,
desde que hace un mes decidiese empezar a escribir algunas reflexiones sobre los libros que más me han gustado y sus autores, han pasado por este blog 123 personas y ha sido visitado en más de 260 ocasiones, números que, desde mi modesto punto de vista, resultan astronómicos y me proporcionan un apoyo fundamental.

Quiero aprovechar, pues, estas fechas, y el hecho de terminar el primer mes de escritura del blog, para agradeceros a todos el interés que habéis puesto al pasar por Tiemann Pl. para echar una ojeada a estas digresiones de la vida real que no deja de ser cualquier alusión a la literatura seria.

Os aseguro que algunas veces me he sentido un poco frívolo, con la que está cayendo ahí afuera, por perder el tiempo, y sobre todo por hacéroslo perder a vosotros, en este tipo de cuestiones; pero enseguida he recordado que el día en que no podamos ocuparnos de los pequeños placeres, de las frivolidades, de los caprichos y de los detalles, será el día en que podremos decir que, definitivamente, habremos perdido algún tipo de estatus. Para llegar al pan hay que aplastar antes la cultura y el arte, hacer que nos parezca ridículo ocuparnos de ellos.

Así que gracias.

Por otra parte, muchos de vosotros sabréis que en 2007 publiqué mi primer libro: AltramucesA día de hoy, seis años han pasado ya, puedo decir que tengo un segundo libro de relatos terminado. Arriba podéis ver el título y la portada provisionales.

Para empezar, he decidido presentarlo al Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero. Os mantendré informados, pero deseadme suerte, porque os aseguro que la voy a necesitar. Yo también os la deseo a todos vosotros, y que paséis buenas fiestas.

Volvemos en 2013.

sábado, 22 de diciembre de 2012

MP 9



Monstruos perfectos
-9-

Al principio el sonido, el sonido de las palmadas, como que no sabe muy bien, te desconcentra, es algo como demasiado crudo en un plato en donde las cosas son más bien cocidas, pero luego como que se acopla a lo que estás haciendo, y lo gemidos de ella, los de María, también se acoplan, cada golpe produce un gemido, y eso va in crescendo, y llega un momento en que sientes sus nalgas ardiendo, y las palmas de tus manos también arden, y la verga te empieza a latir como si fuera un corazón, plonc plonc plonc...

Los detectives salvajes, 1998. Roberto Bolaño.

viernes, 21 de diciembre de 2012

MP 8



Monstruos modestos
-8-

Aunque a principios del siglo XXI se instauró, entre los más relevantes científicos de la época, la creencia, basada en precisas mediciones astronómicas, de que el Universo se expandía locamente, ¡como si fuese un caballo desbocado o algo así!, induciendo a los coetáneos a pensar que quizá las cosas, por su eterna perdurabilidad en el tiempo, tuviesen una razón de ser, estaban equivocados. Se han equivocado tantas veces..., han sido tan cansinos los humanos, tan pretenciosos, siempre indagando... el Universo se engulló a sí mismo y punto.

El peón. Altramuces, 2007. Paco Camarena.

jueves, 20 de diciembre de 2012

MP 7



Monstruos perfectos
-7-

Parecíale que la felicidad merecida por la excelencia de su espíritu tardaba en llegar.

La educación sentimental, 1869. Gustave Flaubert.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

MP 6



Monstruos perfectos
-6-

Sabemos tantas cosas, que la aritmética es falsa, que uno más uno no siempre son uno sino dos o ninguno, nos sobra tiempo para hojear el álbum de agujeros, de ventanas cerradas, de cartas sin voz y sin perfume.

Las caras de la medalla. Alguien que anda por ahí, 1977. Julio Cortázar.

lunes, 17 de diciembre de 2012

¡Seymour, por Dios!


¡Seymour, por Dios!

Jerome David Salinger, el autor de ese libro que llevaba el asesino de John Lennon en el bolsillo en el que no llevaba la pistola, publicó oficialmente cuatro libros.

A parte del aludido, los otros tres están dedicados a la familia Glass, una familia de siete hermanos superdotados, y en ellos se narran algunas escenas puntuales de sus vidas.

En resumen, como es imposible saber cómo actúa un superdotado, y mucho menos cómo piensa, a Jerome le salió una familia de inadaptados, egocéntricos y depresivos; es decir, más bien tipos raros que niños sabios. No consigue convencernos, lo que resta potencial a su obra; pero lo peor es que ni siquiera era necesario, porque vistos únicamente como tipos con taras, imperfectos, son tan hermosos, escribe tan bien Salinger sobre ellos.

Uno se enamora de Seymour, el hermano mayor, le coge cariño, aunque apenas es un mito, una especie de fantasma que recorre las escuetas páginas de esos tres libros. Aparece siempre indirectamente, oculto por el velo de la admiración que por él sienten sus hermanos, camuflado por los problemas que le granjea su desordenada personalidad. Se sabe de él a través de alusiones, de recuerdos, de conversaciones. Le vemos únicamente en ese cuento tan maravilloso (Un día perfecto para el pez plátano), de ese conjunto de cuentos inmejorable que es Nueve Cuentos.

Al resto de hermanos también se les quiere (Franny, Zooey, Buddy..., ¡hasta a la madre!), aunque de algunos se haya prácticamente olvidado Jerome, como si hubiese descartado los menos interesantes, o como si tuviese planeado escribir con detalle sobre ellos pero luego se hubiese cansado y hubiese dicho, bueno, va, lo dejo estar aquí que ya está bien.

Si Vargas Llosa es el mejor contador de historias que existe, palabras de Montero Glez que suscribo, Salinger es el mejor contador de escenas que conozco, palabras que he leído en alguna parte.

¿Quieren coger un taxi y atravesar Madison Avenue sin necesidad de viajar a NYC? ¿Quieren tener un apartamento en el Upper East Side sin necesidad de robar las nóminas de sus empleados? Lean, mejor, relean, saboreen, paladeen Levantad carpinteros la viga maestra. Les aseguro que, en algunos aspectos, es mejor que estar allí.

Cuando murió Salinger, hace ya casi tres años, pensé que tal vez pudiésemos saber un poco más de esa encantadora familia de tipos traumatizados, que alguien sacaría de dentro de un baúl cuatro o cinco obras inéditas y que, seguramente, más de una de ellas estaría dedicada a su querida familia Glass.

Pero parece que no va a ser así, que Jerome se tiró a la bartola allá en su rancho de New Hampshire, donde pasó la última parte de su vida. Lástima, porque hubiese sido un buen regalo de despedida.

“Cuando se fue me puse a mirar por la ventana sin quitarme el abrigo ni nada. Al fin y al cabo no tenía nada mejor que hacer. No se imaginan ustedes las cosas que pasaban al otro lado de aquel patio. Y ni siquiera se molestaba nadie en bajar las persianas. Por ejemplo, vi a un tío en calzoncillos, que tenía el pelo gris y una facha de lo más elegante, hacer una cosa que cuando se la cuente no van a creérsela siquiera. Primero puso la maleta sobre la cama. Luego la abrió, sacó un montón de ropa de mujer, y se la puso. De verdad que era toda de mujer: medias de seda, zapatos de tacón, un sostén y uno de esos corsés  con las ligas colgando y todo. Luego se puso un traje de noche negro, se lo juro, y empezó a pasearse por toda la habitación dando unos pasitos muy cortos, muy femeninos, y fumando un cigarrillo mientras se miraba al espejo.


El guardián entre el centeno, 1951. J.D. Salinger.

sábado, 15 de diciembre de 2012

MP 5


Monstruos perfectos
-5-

No lo he leído, dijo Pereira, y no me interesa, estoy harto de la escuela hegeliana, y además escuche, deje que le repita algo que ya le he dicho antes, yo pienso solo en mí y en la cultura, ese es mi mundo.

Sostiene Pereira, 1994. Antonio Tabucchi.

jueves, 13 de diciembre de 2012

MP 4


Monstruos perfectos
-4-
Tras mucho discutir -lo que su mujer, Inez, llamaba considerar la situación-, Lloyd se marchó de casa y se fue a vivir solo.

Cuidado. Catedral, 1983. Raymond Carver.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

MP 3


Monstruos perfectos
-3-
Todas las familias felices se parecen, pero las desgraciadas lo son cada una a su manera.

Anna Karenina, 1877. Lev Tolstói.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El hombre. El chico.


El hombre. El chico.

Cormac McCarthy, el autor de La Carretera, esa joya de la literatura actual, solo sabe escribir libros de gente que se va caminando, en camioneta o a caballo, desde un sitio A a un sitio B, normalmente huyendo de su vida para buscar otra mejor o porque le persigue un maníaco asesino que se parece a Javier Bardem. 

A parte de eso, todos sus personajes son tipos duros, es decir, que hablan poco y dicen lo que tengan que decir y se van dejándote con la palabra en la boca y ya te apañarás. Las mujeres, también.

A parte de eso, Cormac ha estado toda la vida escribiendo el mismo maldito libro sin repetirse demasiado y haciéndolo con una sublime exquisitez. Tanto es así que con 73 años va y escribe otra vez lo mismo y reinventa el género post-apocalíptico, y si nos despistamos y aguanta unos años más le darán el Nobel. Cormac: ¡te sales! 

La carretera es un libro difícil de leer, abrupto, de vocabulario farragoso y de ritmo desmembrado. Unas frases no casan con las otras y todo es negro y negro y gris y gris y descascarillado y frío y húmedo y nieve y agua y tos y humo. ¿Pero qué quieren? ¡A esa pobre gente se le está acabando el mundo!

Además, a Cormac le sale así la escritura. El estilo, si ustedes quieren. Se empeña en escribir sin trucos literarios, casi sin herramientas: nunca nos dirá cómo piensa uno de sus personajes, qué siente, qué planea, cuáles son sus intenciones ocultas. Si alguien tiene frío dirá que tiembla, si alguien tiene miedo dirá que tiembla, si un hombre se siente despechado el narrador se limitará a contarnos cómo reacciona cuando la ve a ella, si agacha la cabeza, si sube el tono de voz al decir su nombre, o si le tiemblan los labios. Nada acerca de lo que se rumia en sus entrañas.

Cormac quiere escribir como si escribir fuese ir contando lo que hay ahí delante y punto. No usa bálsamos. No se concede lujos ni nos los concede a nosotros. Parece querer decir: voy a hacerlo lo más difícil que pueda, voy a hacer una escritura como la vida real, donde nadie nos dice al oído las sensaciones y las intenciones que tienen los demás, nuestro jefe, nuestra esposa, donde solo están los rostros y los hechos, y con ellos nos las tenemos que apañar para inferir conclusiones.

Está muy bien Cormac McCarthy, aunque sus libros sean repetitivos, porque siempre ha sabido buscar variaciones interesantes: un vaquero que se va a México (hago una trilogía), un niño que se va de casa (ya tengo otro más), un tipo que se fuga con dinero y le va detrás el maníaco (los Coen me hacen la peli), un padre y un hijo que huyen de la desesperanza caminando hacia el Sur (hago una obra maestra).

Con La carretera lo ha acertado. A veces no basta con ser un buen escritor y tener un estilo propio, también hay que acertar el tema (recordad lo que le pasó a Truman). La carretera: padre e hijo, solos, desesperados, sobreviviendo en un mundo en extinción. ¡Es tan buena idea!

Y no solo eso, es que además es la cruda historia que Cormac necesitaba para que su crudeza narrativa resonase en todo su esplendor. 

Yo, que siempre he querido escribir una novela post-apocalíptica, me siento como si me hubiesen robado la cartera.


“La miró. Ella estaba estudiando su cara.
¿Qué crees que diría él si te viera aquí hablando conmigo?
No es celoso.
Eso es bueno. Es una buena cualidad. Le ahorrará muchos disgustos.
¿Qué quieres decir?
Nada. Tengo que irme.
¿Me odias?
No.
No te gusto.
La miró. Me estás cansando, chica, dijo. ¿Qué importa eso? Si tienes la conciencia sucia dime lo que quieres que diga y lo diré.
No serías tú quien lo diría. En cualquier caso, no tengo la conciencia sucia. Solo pensaba que podíamos ser amigos.
Meneó la cabeza. Son solo palabras, Mary Catherine. Tengo que irme.
¿Y qué si son solo palabras? Todo son palabras, ¿no?
No todo.”

Todos los hermosos caballos, 1992. Cormac McCarthy

viernes, 7 de diciembre de 2012

MP 2



Monstruos Perfectos
-2-

Eran hombres gigantescos, montados en caballos colosales.

Los miserables, 1862. Víctor Hugo.

MP 1


Monstruos Perfectos
-1-

-Bueno, bueno -trata de hacerse la simpática la enfermera-. Sería un dictador y lo que digan, pero parece que entonces se vivía mejor. Todos tenían trabajo y no se cometían tantos crímenes. ¿No es cierto, señorita?
La fiesta del Chivo, 2000. Mario Vargas Llosa.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Holly, querida


Holly, querida

Salvando las distancias, Truman Capote me recuerda a Boris Izaguirre, entre otras cosas por lo del glamour, pero también por la facilidad con que ambos pueden alcanzar situaciones denigrantes. Es curioso lo cerca que está el glamour de la decadencia extrema.

Esta dualidad queda sutilmente perfilada en Desayuno en Tiffany’s, donde la exquisita Holly se mueve en las altas esferas, sí, pero entre ricos vejestorios que le proporcionan el dinero por el que, se intuye, sería capaz de rebajarse a casi cualquier cosa.

Para maquillar esta doble cualidad de su personaje, que también es la del autor, Truman nos dice que es que a Holly le gustan los hombres mayores, y que no es que ella se tenga que amoldar a lo que hay, es que ella los lleva a su terreno, los marea, juega con ellos, y que en el fondo lo que busca es algo tan romántico como la libertad, ser libre, cuando lo que persigue en realidad es la pasta. Bueno, es Holly, así que mucha pasta.

Sin embargo, es en Plegarias atendidas, su novela inconclusa y autodestructiva, donde nos muestra sin ambages, sin velo y sin rodeos, al protagonista cabalgando literalmente entre esos dos mundos, el de la riqueza y exquisitez unas veces (ricos editores, reconocidos artistas, esposas de presidentes), y el de la penuria y la degradación en otras (chulos puertorriqueños, tugurios cargados de putas y negros sobones, asociaciones cristianas de varones).


También entre lo cool y lo humillante se encuentran algunas de las escenas más recordadas de Boris en Crónicas Marcianas, aunque desconozco si ha sido capaz de transferir esta particularidad de su carácter a su literatura, como tan bien hizo Truman, y si por tanto existen semejanzas entre la narrativa de  nuestro Boris amadrileñado y su Truman neoyorquinizado. No lo creo, aunque los dos vendiesen un buen puñado de libros, fuesen invitados a toda suerte de festejos y apareciesen cada dos por tres en las televisivas casas de sus lectores.

Boris no interesa, al menos por ahora. Truman es un buen escritor. No llegó a genio, pero sí a muy buen escritor. Escribe con fluidez y con precisión, y sabe cómo mantener una tensión justo por encima de lo necesario para que el lector permanezca interesado en cada página. Tiene oficio. No en vano empezó pronto. A los 24 años publica una novela de éxito y, cuando la crítica se extraña de que alguien tan joven pueda escribir tan bien, responde que lleva 14 años escribiendo día tras día.

Desayuno en Tiffany’s es un ejemplo perfecto de cómo hacer que tu personaje principal sea interesante: di que ha desaparecido de la faz de la tierra, pon a una serie de secundarios a hablar misteriosamente de él, que de esas declaraciones se desprenda que se han quedado sentimentalmente enganchados, luego hazlo hablar acorde a la imagen que se ha dado de él, haz que tome algunas decisiones atrevidas, que desprecie cosas a las que la gente común da valor y tienes una maravilla de la literatura como es Holly Golightly.

Me imagino a esa generación de lectores de finales de  los años cincuenta leyendo admirados las aventuras de esa jovenzuela pizpireta, casquivana y manipuladora, en el ni más ni menos que Nueva York de los años cuarenta, y pienso: casi nada, Truman, ahí diste en el clavo. Ciento y pico páginas y listo.

Luego te pusiste a hablar de la clase media: familias asesinadas y tarados asesinos, y ahí la cagaste. Quisiste escribir la novela del siglo y escogiste un tema que desconocías y que en el fondo no te interesaba lo más mínimo. A ti, un tío con glamour, ¿psicópatas colgados?

Luego, cuando te diste cuenta, empezaste tus Plegarias y ahí sí volvemos a Manhattan para ver a las miles de Hollys, Marilyns y Jacquelins exquisitas que tanto nos gustan y que tan bien conocías; pero ya era tarde, se te había quedado la sangre fría para escribir cada día. No valen excusas. Plegarias atendidas era tu maldita obra de arte:


“En algún rincón de este mundo vive un filósofo excepcional, una chica que se llama Florie Rotondo.
El otro día, en una revista que recopila redacciones de colegiales, di con una de sus reflexiones. Decía así: Si pudiese hacer lo que quisiera, me iría al centro de la Tierra, nuestro planeta, y buscaría uranio, rubíes y oro. Intentaría encontrar Monstruos Perfectos. Después me iría a vivir al campo. Florie Rotondo, ocho años.
Florie, cariño, sé muy bien a qué te refieres, aunque tú misma no lo sepas: ¿cómo podrías saberlo, con sólo ocho años? 
Porque yo he estado en el centro de la Tierra. O, en cualquier caso, he padecido las tribulaciones que un viaje de ese tipo puede infligir. He buscado uranio, rubíes, oro y, por el camino, he observado a otros que buscaban lo mismo. Y escúchame, Florie, ¡he encontrado Monstruos Perfectos! Y también Imperfectos. Aunque la variedad de los Perfectos sea rara avis, como lo son las trufas blancas comparadas con las negras y los espárragos silvestres frente a los de la huerta. Lo único que no he hecho ha sido irme al campo. “

                                       Plegarias atendidas, 1987. Truman Capote.