viernes, 4 de septiembre de 2015

MP 196


Monstruos perfectos
-196-
Yo andaba detrás de una bailarina de diecisiete años que hacía la danza del vientre y que siempre iba acompañada de un chico que decía ser su hermano, pero no era su hermano, era solo alguien que estaba enamorado de ella y a quien ella permitía que anduviera por ahí porque así es la vida.
Hijo de Jesús, 1992Denis Johnson.

lunes, 31 de agosto de 2015

Giró sobre sus talones


Giró sobre sus talones


Llevo un tiempo deslucido con esto de la lectura. Sé que hay escritos libros fabulosos con los que todavía no me he topado, pero en otras épocas surgían a mi encuentro de un modo natural, uno solo tenía que ir prestando un poco de atención a los comentarios de los escritores que admiraba, o a la crítica menos actual, e iban surgiendo uno tras otro como setas en un monte virgen de buscadores. Ahora tropiezo una y otra vez con historias que no me interesan lo más mínimo: ¿por qué habría de dedicar una semana de lectura a esclarecer el misterio de las muertes de esas niñas del norte? ¿O quién le manda flores prensadas cada año a Henrik Vanger? ¿O si el  comandante del Octubre Rojo va a salirse con la suya o no?

Los misterietes son divertidos para un rato, para lo que dura una peli una tarde de domingo, pero pasar cincuenta o sesenta horas leyendo frases puramente descriptivas como “Giró sobre sus talones, abrió la puerta y salió” es pedir demasiado.  Uno espera de un libro al menos lo que vale su tiempo de lectura, y eso, para mí, a día de hoy, no son tantos los que lo cumplen.

La frase de los talones está sacada de una entrevista a Rodrigo Fresán, que aún es más radical que yo en esto de que nos hagan calentarnos la cabeza con imágenes mentales más que trilladas.

¿Porque qué aporta un libro escrito con frases de ese tipo, un libro que solo se centra en contar una historia de forma estándar, y se agarra al truco cutre del misterio en el primer capítulo para sujetarte a sus páginas? No aporta nada. Para ver girar a alguien sobre sus talones y abrir una puerta ya tenemos el cine. Vale más ir a ver A la caza del Octubre Rojo que leer la novela de Clancy, y lo mismo con los Mileniums y Baztanes. Podrá decirse que leyendo uno disfruta durante más tiempo, pero es falso, simplemente estás más rato queriendo saber el final, pero nada se disfruta reconstruyendo mentalmente las marcas de un cuerpo asesinado violentamente, no para tipos como nosotros, que hemos visto esas marcas en trescientas series como CSI y hasta en tres dimensiones y en color y ralentizadas.

Ya no queremos esos libros. Ya ni siquiera queremos esas películas. Queremos cosas nuevas, cosas que no hayamos visto antes, personajes que no tengamos más que calados, acciones que nos sorprendan y formas de contarlas que nos aporten algo, ¡que tengan estilo! Porque ya vamos muy cargados de todo, oye, que no somos niños y además tenemos cosas que hacer.    

viernes, 14 de agosto de 2015

MP 195




Monstruos perfectos
-195-
Val sentía continuamente la necesidad de hacer algo por los demás, aun cuando los demás, según le recordaba su marido, no deseaban que se hiciera nada por ellos.
Los calcinados, 1964. Patrick White.

sábado, 4 de abril de 2015

MP 194


Monstruos perfectos
-194-
Mujer no es una de esas publicaciones en color para burguesas que hacen régimen. Está hecha para la mujer de la clase C, que come arroz con frijoles y si engorda es cosa suya.
Corazones solitarios. Feliz año nuevo, 1975. Rubem Fonseca. 

martes, 24 de febrero de 2015

MP 193


Monstruos perfectos
-193-
Saludar, cuadrarse, desfilar, presentar armas, dar media vuelta a la derecha, media a la izquierda, golpear con los tacones, aguantar insultos y mil otras estupideces. Habíamos creído que nuestra misión sería muy distinta y nos encontramos con que nos preparaban para el heroísmo como quien adiestra caballos de circo.
Sin novedad en el frente. 1929. Erich Maria Remarque. 

sábado, 21 de febrero de 2015

Lo concreto, por favor


Lo concreto, por favor

Últimamente ha acabado uno un par de veces en la sala Innova de la Ciudad Politécnica de la Innovación. La primera, para atender a las impresiones de un reputado neurocientífico afincado en el este de los EEUU. Parecía aquello la llegada del primo emigrado que viene con un montón de anécdotas que contar en el bar, entre cervecitas y jamoncito. Y a su alrededor, en una mesa infinita, un racimo de científicos de la casa con sus proyectos, sus estudiantes, sus clases que impartir, su años de experiencias de otra índole, pues no en vano son los que se han quedado, los que han vivido el tener que hacer investigación desde nuestro país, desde nuestras instituciones, desde nuestras políticas.

Creo que poco se sacó en claro. Todos sabemos que hay diferencias, pero otra cosa muy distinta es poder corregir las que consideramos que no nos convienen y acercarnos un poco más a las actitudes científicas que consideramos imitables en los demás. Nada se sacó por dos razones: la primera, que lo que se dijo fueron generalidades y no se plantearon siquiera acciones para ir a lo concreto, es decir, al grano, y la segunda, que los científicos que escuchábamos éramos demasiado mayores; yo, con mis cuarenta años, era el más joven de todos. ¿Cómo vamos a cambiar ahora?

La segunda vez que he acabado en la sala Innova ha sido para escuchar los consejos de un técnico del Centro de Transferencia de Tecnología de la UPV a la hora de rellenar la solicitud de una convocatoria estatal dedicada a la financiación de acciones de colaboración entre empresas y organismos de investigación, y aquí sí, las cosas fueron muy diferentes. Veinte minutos de análisis de los aspectos más técnicos de la convocatoria precedieron a un turno de preguntas en el que una veintena de científicos jóvenes (en esta ocasión yo era de los mayores), y con el agua de los plazos al cuello, se dedicaron a detectar y clarificar las triquiñuelas que siempre hay escondidas entre las páginas del BOE. De los veinte, trece eran mujeres. Y uno se quedaba mirando aquella mesa con una especie de íntimo orgullo familiar, que imagino se debe parecer bastante al que sienten los hinchas de un equipo de fútbol cuando contemplan la alineación de titulares que están pisando el césped justo antes de empezar el partido.

lunes, 16 de febrero de 2015

MP 192


Monstruos perfectos
-192-
Descanso dominical,
un salario normal.
Dos pagas, mes de vacaciones
y una pensión tras la jubilación.


El blues del esclavo. 1988. Mecano. 

domingo, 15 de febrero de 2015

MP 191


Monstruos perfectos
-191-
Finalmente llega la camarera con sus pliegues dorados y la cuenta y, mientras Conejo la firma con el número de su condominio, se siente como un dios que dispara rayos  con indiferencia; la suma aparecerá en el extracto mensual, el año que viene, cuando el mundo haya dado un gran paso.
Conejo en paz. 1990. John Updike. 

martes, 3 de febrero de 2015

Los detalles


Los detalles

Coche eléctrico de Ford, 1914 

Los detalles no lo son todo, también están la continuidad, la coherencia, el ritmo, la intriga, las puertas abiertas de las historias, hasta la estructura y la forma. Sin embargo, sin detalles no hay posibilidad de establecer el acuerdo mediante el cual el lector (o el espectador), asume la ficción que se le presenta como una realidad momentánea, aunque no por eso menos auténtica.

Los detalles esconden las costuras de las historias, son los cubiletes que se mueven rápidamente sobre el cajón improvisado del trilero para que, sin darte cuenta, olvides que ahí detrás hay una cámara o dos y un director y su ayudante y el productor y el coproductor y la amante del director y la maquilladora y los amiguetes de los actores que han ido a echar un ojo a ver qué se cuece en esos saraos.

Quita los detalles y tienes el sermón semanal de tu compañero de trabajo. Ponle los detalles y ponle conflicto y empezarás a padecer como un niño al que le cuentan un cuento de lobos y caperucitas.

Un detalle que demuestra que los guionistas de The Knick están en todo. Capítulo 5. Un inspector de sanidad pregunta a la dueña de una mansión del exclusivo Upper East Side -cuando el Upper East Side era exclusivo de verdad- por la ubicación de sus empleados. Ella le responde que todos están en casa excepto dos. ¿Cuáles son esos dos?, pregunta el inspector. Y ella dice: Uno es el conductor del coche eléctrico.

¿Coche eléctrico? ¿Me quieres decir que en pleno 2015 aún no tenemos coches eléctricos decentes y en 1900 había uno rodando por las calles enfangadas de Manhattan?

La mujer podría haber dicho el conductor del coche, o el cochero, pero no, dice el conductor del coche eléctrico. Y lo hace con toda propiedad, pues los primeros coches que se idearon, construyeron y comercializaron, fueron coches eléctricos, y no de combustión interna, que no llegaron hasta casi una década más tarde.

El mismísimo Herny Ford se sentó a la mesa de Sir Thomas Alba Edison y entre puro y puro sellaron un acuerdo para el desarrollo y comercialización de coches impulsados por energía eléctrica proveniente de baterías de hierro-níquel construidas por el prohombre de la luz.

La pregunta es ¿por qué cayeron en desuso?, ¿por qué la predicción que hizo Edison en la revista Automobile Topics en 1914 -Estoy convencido de que muy pronto todo el transporte en Nueva York será de tipo eléctrico- va a tener que esperar más de un siglo en hacerse realidad, si es que finalmente se cumple? ¿Es que Edison sobreestimaba la capacidad de sus baterías? ¿O es que alguien tenía un interés especial en que los automóviles se moviesen con derivados del petróleo?

Eso sería bien literario, pero dejemos abierta la tan atractiva teoría conspirativa y volvamos a lo que hablábamos, que The Knick cuida los detalles científicos, como no podía ser de otro modo estando ambientada en la época en que está, aquella en que corríamos con la ilusión que proporciona el vislumbrar muy cerca ya el cartel de la meta de ese mundo electrificado, calentito e intercomunicado en el que nos encontramos ahora.

domingo, 25 de enero de 2015

MP 190


Monstruos perfectos
-190-
No habiéndose descosido jamás de las faldas de su madre sino para asistir a cátedra en el Seminario, sabía de la vida lo que enseñan los libros piadosos.
Los pazos de Ulloa. 1886. Emila Pardo Bazán. 

jueves, 22 de enero de 2015

MP 189


Monstruos perfectos
-189-
Tanta energía gastada para captar y servir caliente, al otro día, con el café, esta cosa ficticia, de la que incurrimos en la equivocación de no cansarnos nunca: noticias.
Nueva York. 1929. Paul Morand. 

lunes, 22 de diciembre de 2014

El momento y el lugar oportunos


El momento y el lugar oportunos


En las series se está haciendo la mejor literatura, dicen algunos. La literatura está demasiado influenciada por la cinematografía, dicen otros. Y lo cierto es que no es extraño encontrar libros que bien podrían haber sido guiones de película y en paz, oye, que tampoco hay por qué matar moscas a cañonazos, lo mismo que hay series que se disfrutan con la intensidad y la cadencia con que se leen los libros de aventuras o los dramas del siglo XIX. Se necesitan más o menos las mismas horas para ver Breaking Bad que para leer Guerra y Paz, así que el placer obtenido debe ser parecido, dando por hecho, claro está, que las dos sean obras de arte.

Por eso pasa uno sus ratos libres aquí y allá, entre literatura y literatura con respaldo visual, por así decirlo, siempre procurando encontrar, eso sí, buenos trabajos que además le sean afines al gusto. Recientemente he descubierto The Knick, una serie ambientada en el Nueva York de principios del siglo XX, cuando se estaba cocinando este mundo moderno y occidental en el que para bien nos ha tocado vivir. The Knick se publicita como una serie que muestra los primeros pasos de la cirugía actual, cuando unos médicos con aire aristocrático se dedicaban a probar procedimientos quirúrgicos en una suerte de locura sádica y experimental que tantas vidas pendientes de un hilo ha salvado más tarde. ¿Cuántas mujeres tuvieron que morir en la mesa de operaciones hasta que quedó estandarizado el protocolo exacto para realizar una simple cesárea? En esas está The Knick.

Sin embargo, y tal vez sin haberlo buscado sus creadores, la serie muestra los inicios de otros muchos avances técnicos y sociales que hoy consideramos un derecho irrenunciable. Es lo que tiene estar en la ciudad de Nueva York en el año 1900, que, por ejemplo, se estaba electrificando el mundo. Hay una escena fantástica en la que una enfermera arroja un cubo de agua sobre un cauterizador eléctrico porque está soltando chispas. Lo que me recuerda que la silla eléctrica también se inventó en aquella época, por cierto. Y algunas cosas más dan comienzo en The Knick: la preocupación del gobierno local por la salud de sus conciudadanos, ya se sabe, aquellos inmigrantes apilados en los edificios sin ventilación del Lower East Side, la emancipación de la mujer, todas esas enfermeras con sus gorritos y todos esos señores médicos con sus barbas y sus batas, pero donde, a golpe de talonario, la hija de un multimillonario dirige el hospital y no agacha la cabeza en las reuniones, o los derechos de igualdad racial, aún muy lejos de ser conquistados plenamente, claro, pero algún médico negro aparece en el reparto.

En fin, que me lo han acertado, bien sabe quien se pasa por aquí de vez en cuando que le tiene uno cariño a la época y al lugar (Un pañuelo; Tirar del hilo)